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Patrick Vieira y los altos con clase

El francés, largo y robusto, ideal para desarticular los ataques del enemigo, controlaba el balón como si jugara descalzo y pudiera sentirlo en la planta del pie

Patrick Vieira

Cada vez que Patrick Vieira recibía un pase en el centro del campo, los espectadores quedaban atrapados en un dilema filosófico: por qué preferir la calidad a la cantidad, si se puede disponer de las dos cosas. Esos son los jugadores realmente legendarios. Los que te mandan estudiar a Aristóteles para entender lo que hacen. Sus 192 centímetros de estatura eran puro hormigón. Chocar contra él en el césped era darse de bruces contra la puerta de una iglesia. Pero es que el francés, largo y robusto, ideal para desarticular los ataques del enemigo antes de que fuera demasiado tarde, controlaba el balón como si jugara descalzo y pudiera sentirlo frío como un cubito de hielo en la planta del pie. Dicen los que lo conocieron que lo primero que impresionaba de Julio Cortázar no eran sus frases, sino las manos con las que las había escrito, dos garras enormes que parecían hechas para aplastar roedores. El aspecto del autor de Rayuela era todo lo contrario a su prosa, una cadena interminable de ideas brillantes y delicadas. Ocurría lo mismo con Vieira, que en la foto de equipo parecía un árbol que de repente se hubiera puesto a andar, pero que a la que empezaba a circular la pelota se desenvolvía con la destreza de un bailarín, cada movimiento encajado en el tempo de la canción. Si tenía que dar salida al juego, echaba el ancla delante de los centrales y se ponía a repartir balones como si estuviera en el casino. Y si tenía que hacerlo avanzar él mismo, se ataba el cuero al tobillo y aceleraba hasta el área contraria tumbando rivales sin miramientos, porque a las malas hierbas hay que arrancarlas por la raíz, que luego se comen todos los caminos. Fue socio fundador de un club que nos ha dado incontables momentazos. Los altos con clase. Esos futbolistas contradictorios que al ponerse las botas se comportan exactamente al revés de lo que insinúan sus cuerpos. Tipos pesados, descomunales, que aun así regatean o definen con la elegancia de un sommelier. Y que se rebelan contra sus genes, es decir, contra su destino, recordando a eso que dijo Almodóvar sobre hacer películas: “La realidad te proporciona la primera línea, pero la segunda la escribes tú”.

 


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Fotografía de Getty Images.