Y así se presentó el Girona, sin ninguna presión, en uno de los campos más complicados del panorama europeo. Y aguantó, y demostró, y compitió, pero la diosa fortuna no se alineó con su guardameta.
Zidane miró al cielo, se sintió observado y respiró ese agradable vientecito escocés antes del disparo. En el tiempo en el que tardó en bajar el esférico, supo que Hampden Park se había construido para él.
El grito desgarrador, el pelo escaso pero todavía negro y una manada de locos corriendo detrás de él. Han pasado más de 15 años y todavía nadie sabe cómo golpeó Iniesta ese balón.
Saca la lengua, reparte collejas, bromea con la policía antes de un partido importante. Puedes pensar que a Rüdiger le importa poco el fútbol. Pero le importa más que a ti.