“Nos transformamos constantemente porque tenemos un metabolismo. Al fin y al cabo, no estamos muertos”. Christian Streich, entrenador del Friburgo desde hace 12 años, seguro que no lo está. Nunca lo ha estado. A lo largo de la línea de banda, se pasea gesticulando furiosamente y gritando a árbitro y jugadores por igual, despeinado y con la mirada encendida. En las ruedas de prensa suelta frases como esta en un dialecto que a veces resulta incomprensible incluso para los alemanes de otras regiones. Sus declaraciones son tantas y tan memorables que el diario Badische Zeitung las recopiló durante varios años en una sección semanal.
Impredecible pero honesto, Streich ha sido el metabolismo de su club durante más de una década. Nacido en la región de Friburgo en 1965, hijo de carniceros, no acabó el bachillerato y se formó como técnico industrial. Con 25 años recuperó la selectividad para estudiar Filología Germánica e Historia en la universidad. La ciudad de Friburgo y el fútbol, sin embargo, le hicieron un hueco como entrenador en la base del club a los 30 años. Tras una trayectoria exitosa que sus pupilos recuerdan con aprecio, tomó las riendas del primer equipo en 2011. Ahí permaneció hasta hoy, y su formación, su acento, su griterío y sus logros lo han convertido en uno de los técnicos más icónicos del país.
En 2011, el equipo estaba a punto de perder su plaza en primera división. Streich mantuvo la categoría, y la temporada siguiente logró la clasificación para la Europa League. El descenso acabó llegando en 2015, y la prensa le preguntó al técnico una y otra vez si abandonaría el cargo. “Me parece rarísimo que todo el mundo me haga esta pregunta. Mientras esté bien de salud, ¿con qué cara voy yo a decir que lo dejo? Sería increíble. Si he firmado un contrato, ese contrato está firmado tenga éxito o no”. Asumió la responsabilidad, mejoró al equipo y una temporada después ya volvía a armar alboroto en los banquillos de la Bundesliga. Desde entonces, en las gradas del Europa-Park Stadion, el feudo del Friburgo, se escuchan cánticos que proclaman: “¡Nunca más a segunda división!”. Streich transformó el club, inculcándole orgullo y ambición. Y ahora, lo somete a un último cambio: vivir sin él. El descenso no lo ahuyentó, pero tras 12 años al mando, el alemán incansable considera que ya no tiene la energía necesaria para continuar.
Streich se desplazaba en bici a cada entrenamiento y a cada partido que el Friburgo jugaba en casa. Para desconectar, le gusta pasear por la Selva Negra, hacer yoga o leer
Friburgo, incluso para los estándares alemanes, es una ciudad de bicicletas. En ese aspecto y muchos otros, Streich es un friburgués más. Se desplazaba en bici a cada entrenamiento y a cada partido que se jugaba en casa. Para desconectar, le gusta pasear por la Selva Negra, hacer yoga o leer. En una entrevista para Die Welt, se le planteó que parecía que no le importara lo material. “Tengo un coche, un piso que no es pequeño, una bicicleta, muchas camisas, zapatos, me he ido de vacaciones, me gusta comer bien. Está claro que me importa lo material, si no, no viviría así”, contestó.
Cada semana, sus declaraciones en las ruedas de prensa daban la vuelta a todo el país. Su humor seco restaba solemnidad a los escenarios más tensos. Además, Streich hablaba de política sin tapujos, a diferencia de muchos otros entrenadores. De hecho, lo veía como parte de su responsabilidad como personaje público. En varias ocasiones se posicionó en contra de AfD, el partido alemán de ultraderecha: “Id a votar para que podamos unirnos en contra de esta política xenófoba y atroz que proponen algunas formaciones”.
Tanto su visión política como su furia en los banquillos le costaron algunas críticas, pero estas siempre provenían de esferas externas al club. La propia afición y los jugadores casi nunca lo atacaron, y él siempre los protegió. Streich es exigente y estricto, y no pocas veces ha reñido a sus futbolistas. Ya lo hacía cuando entrenaba en la base. Sin embargo, era duro sobre todo con aquellos en los que veía más potencial. El técnico, por muy severo que llegara a ser, siempre consideró imprescindible que el vestuario y el club fueran un espacio seguro en el que poder hablar, equivocarse y expresar emociones sin temor. Philipp Lienhart, jugador del Friburgo, declaró en la revista Kicker que Streich “siempre se interesa por el ser humano que hay detrás del futbolista”.
Con una plantilla de jugadores jóvenes, muchos de los cuales formó él mismo en las categorías inferiores, el técnico logró asentar al Friburgo en la Bundesliga. Pero también lo llevó a la Europa League en tres ocasiones, dos de ellas en los últimos dos años. Sin embargo, se podría escoger una derrota para resumir la era Streich. La temporada pasada, el Friburgo disputó su primera final de la copa alemana. A pesar de perder por 2-0 ante el Red Bull Leipzig, tras el partido parecía que los de la Selva Negra habían conquistado el título. Los 30.000 hinchas desplazados continuaron animando a su equipo, haciendo más ruido que los aficionados de Leipzig. Streich llenó de orgullo a una grada que siempre había temido por el descenso. También para resumir ese día agridulce existe una frase suya: “Entrena, juega. Si no, te vuelves loco. De todas maneras, no va a pasar lo que tú quieres que pase”. Quizás no, quizás por eso Streich no puede entrenar al Friburgo eternamente.
El entrenador del Friburgo hablaba de política sin tapujos. Lo veía como parte de su responsabilidad. Se posicionó en contra de AfD, el partido alemán de ultraderecha: “Id a votar para que podamos unirnos en contra de esta política xenófoba”
El 11 de mayo dirigió su último partido en casa. En la previa, le preguntaron por su despedida ante la afición. “No es interesante. No me interesa. Solo pienso en la calidad del juego y en el resultado”, replicó. Y, efectivamente, durante el duelo todo iba como siempre. El alemán se paseaba por el área técnica, reflexionando y maldiciendo. Sin embargo, cuando el árbitro pitó el final, Streich llevaba un rato sentado en el banquillo, con lágrimas en los ojos, y permaneció ahí diez minutos más antes de salir al campo. Saludó a toda la afición del Friburgo, que había preparado un tifo en su honor, y a la hinchada rival. Incluso ellos, seguidores del Heidenheim dirigido por el también longevo y mítico Frank Schmidt, le habían dedicado una pancarta: “Lealtad y sinceridad, por desgracia una rareza. Que te vaya bien, Christian”. Un espontáneo saltó al césped para despedirse de Streich. Este apartó al personal de seguridad y lo abrazó con fuerza mientras el hombre lloraba desconsolado.
Streich pidió a los seguidores del Friburgo que mantuvieran expectativas realistas respecto al futuro del club, mientras estos cantaban de nuevo “¡Nunca más a segunda división!”. Si a veces parece pesimista, seco o desinteresado, es porque quiere proteger a los suyos. Pero su emoción durante los partidos, su implicación en la comunidad y su preocupación por los futbolistas demuestran que, si es pesimista, es el pesimista más esperanzado del mundo. Insistió durante 12 años en la transformación de su club y en aportar su granito de arena a la sociedad. Al fin y al cabo, no está muerto.
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Fotografía de Getty Images.