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Cuando Europa grita gol

Si el fútbol ha ayudado en algo a Europa, ha sido a lograr todo lo contrario: a amarse, a entenderse, a traducir y a interpretar tantas palabras, en tantas lenguas, que al final sólo significaban gol


Este es el editorial con el que empieza el #Panenka139, nuestro nuevo número, un Especial sobre Europa y la Euro de Alemania


El gol de Europa lo inicia Lev Yashin con sus manos y sus guantes, su negro riguroso ya lo ve Marcelino, pillo, en el área. Continúa la jugada a la moda azzurra, Gigi Riva reaparece en escena, y recibe el balón Beckenbauer, que ya no lo suelta, y conduce y conduce, intrépido, para pasar de defensa a emperador. Alemania baila hasta que le llega el turno a Antonin, que firma en el punto de penalti con su apellido, Panenka, con trazo impresionista, como el bohemio que sólo entiende el arte por el arte. El realismo se impone en la Italia de los 80, y el público se va, pero vuelve a tiempo para ver a Francia convertida en aldea gala, una marmita de champán que embriaga hasta a Arconada y nos deja resacosos. Naranjas para el desayuno: el gol de Europa se atreve a marcarlo Van Basten, neerlandés también volador pero tan frágil, que derrota a la URSS, que cae, y a la física, que se desploma a sus pies, y a la lógica, como lo harán Dinamarca y Grecia cuando se lleven el ánfora sin pedir permiso. El gol de Europa no es de oro, aunque así lo prometan Bierhoff y Trezeguet; el gol de Europa es el de Torres en Viena, o la tormenta roja y perfecta que cae sobre Buffon en aquella tan lejana y apacible Kiev, o el de Éder, el músico anónimo al que se le ocurrió componer, por fin, un fado alegre para Portugal. El gol de Europa fue, a fin de cuentas, abrir los ojos y descubrir en Wembley que abrazar no estaba prohibido. Dijo Paul Auster, al que ya echamos de menos, que el fútbol es el milagro que ha permitido a Europa odiarse sin destruirse. No fue aquella su frase más precisa. Porque el balón era ya un fenómeno de entreguerras, como era también una pasión en Yugoslavia. Pero, sobre todo, porque si el fútbol ha ayudado en algo a Europa, ha sido a lograr todo lo contrario: a amarse, a entenderse, a traducir y a interpretar tantas palabras, en tantas lenguas, que al final sólo significaban gol. Aquella Europa. ¿Te acuerdas? Nuestra patria era la paz y nuestra casa estaba siempre en construcción. Pero nunca faltaba un jardín tranquilo en el que, por lo menos cada cuatro veranos, nos daba por jugar.