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El primer Mundial

Si fuerais padres y vuestro hijo, álbum de cromos y guía en mano, os pidiera saltarse un mes de clases por el Mundial, ¿qué excusa daríais en el trabajo?

Hace unos días pensé en el Mundial porque adelanté un coche con una matrícula que empezaba con M, conduciendo de no sé donde a no sé donde. Crecer es que te sorprendan cada vez más cosas, pero ver empezar matrículas con letras nuevas y abrir la boca es sentir que el niño todavía vive. Como ver un Tesla en la carretera. En el norte de Italia hay tantos que uno corre el riesgo de dejar de sorprenderse y crecer durante el viaje. “¿A partir de qué edad un hombre maduro deja de decir ‘¡mira, un Tesla!’ cuando ve un Tesla circulando?”, escribió Òscar Andreu en Twitter a finales del verano. Las matrículas que empiezan con M o los Tesla son lo que fue tu primer Mundial: un promesa de novedades. “Existen otras pasiones, como despertarte en tierras ignotas y tener la sensación de que todo es nuevo y creado el día antes, solo para ti, como si te fuera posible empezar el mundo y la vida. Cada sitio está repleto de paraísos que no te acabarías ni en cien vidas. Solo a quien ha comido demasiado y ha digerido mal le haría falta, crearse, además, paraísos artificiales”, escribieron Montse Barderi y Emma Vilarasau en Camí d’anada i tornada. Hablando de Ella Maillart y Annemarie Schwarzenbach, definieron el primer Mundial.

Para mí el primero fue el de 2002, con ocho años. Descubrí el mundo en un televisor Panasonic con más cola que un piano, maestro de vida en aquellos días de verano. Descubrimos que los países que estaban tan lejos en el mapa de la clase existían de verdad: por la pelota, supimos antes donde estaba Yokohama que Cuenca. Descubrimos que en otros países se hablaban otros idiomas y que incluso tenían otras letras: la č de eslovenos como Zlatko Zahovič o la ø de daneses como Grønkjaer, Jørgensen, Løvenkrands o Sørensen. Siendo de un pueblo relativamente pequeño y relativamente lejos de Barcelona, creo que ese Mundial nos enseñó las primeras personas negras. Hasta entonces, más allá del fútbol y las películas, sinónimos a esa edad, los niños de mi clase, en Torelló, solo habíamos visto una persona negra, el basurero. Si, como afirmó Xavibo en esta web, “para los que somos privilegiados, para los que nacemos en el primer mundo, vivimos en una familia estructurada y lo tenemos todo y más, creo que, de niños, la primera decepción, la primera vez que nos damos cuenta de que no todo será como nosotros queremos quizás es cuando vemos que no llegaremos a ser como nuestros ídolos o cuando nuestro equipo pierde una final. El fútbol es una de las primeras cosas que nos hacen descubrir y entender los límites y que no todo es tan fácil y tan bonito”; con aquel Mundial también descubrimos la crueldad, de la mano de Al-Ghandour. Y la gravedad, de la mano de Ronaldinho y su gol a David Seaman. Aprendiendo a descifrar la vida y sus sentimientos, vimos la alegría en la cara del brasileño y la tristeza en la cara del inglés, superado: por mucho que corriera hacia atrás con el brazo estirado para corregir su posición adelantada jamás llegaría al balón. YouTube asegura que Ronaldinho hizo ese gol de azul, no de amarillo, y que chutó desde tres cuartos de campo, no desde el centro del campo: es curiosa la memoria. Casi prefiero no mirar en Google si Rüştü Reçber realmente jugó en Corea y Japón con dos líneas negras pintadas bajo los ojos por el riesgo de arruinar otro recuerdo.

El fútbol de hoy es menos divertido. O quizás nos divierte menos, porque de niños el fútbol nos lleva constantemente a un mundo extraterrestre y de adultos nos lleva constantemente al mundo real, a la narrativa del éxito y del fracaso. De chavales los números del marcador que importan son los que indican cuánto queda para jugar. Importa más la caja que lo de dentro: ¿cómo no flipar leyendo que Claude Makélélé escribía su nombre con tres acentos o pensando en cómo debía pronunciar su apellido Frank Leboeuf? Flipaba con la diéresis de Mikaël Silvestre, los apellidos de Youri Djorkaeff y Alain Boghossian, la cara de Fabien Barthez. Parecía salir de un videojuego. “Quizás era porque nosotros éramos más pequeños. Y ahora si viéramos a Adama, que es como un bicho, diríamos ‘qué tío más mazado’, y también nos parecería de otra dimensión. Pero, claro, le ves con casi 30 años y dices ‘joder, qué cabrón, es un tío más joven que yo y mira lo que está haciendo’. Llega un momento, cuando tienes 25, que ves a chavales de 17 y dices ‘buah, qué cabrón, se ha solucionado la vida en un año’. Hacerse mayor es darse cuenta de que no podrás ser jugador de fútbol profesional. Y de que hay niños con diez años menos que tú que ya lo han petado“, afirmaba el cantante Lildami en esta revista.

 

El fútbol de hoy es menos divertido. O quizás nos divierte menos, porque de niños el fútbol nos lleva constantemente a un mundo extraterrestre y de adultos nos lleva constantemente al mundo real

 

Fuera como fuere, los franceses sufrieron una derrota con sabor de revancha histórica ante Senegal, que además de ser antigua colonia gala tenía 21 jugadores de la Ligue 1. Solo dos no competían en Francia: uno en Marruecos y otro, caprichos de la vida, en el Juana de Arco senegalés. Antes las convocatorias eran de 23 nombres, no de 26: vivimos tiempos en los que todo sabe a poco. El próximo Mundial tendrá 48 equipos y quien sabe si en el siguiente se jugará una desclasificación, no una clasificación. Vivimos días en los que nada sabe a nuevo, diferente, porque ya lo hemos visto todo y queda poco para descubrir: en el Mundial de 2002, más autárquico, jugaban en la liga de su país 23 de los 23 saudíes, 22 de los 23 españoles, ingleses e italianos, con Gaizka Mendieta, Owen Hargreaves y Francesco Coco como tipos raros, 20 de los 23 alemanes, chinos y costarricenses y 13 de los 23 brasileños, incluidos los tres guardametas (Marcos, Dida y Ceni). Pese a la dificultad de escribir Cuauhtémoc (Blanco), todo era más fácil y bonito: en ese verano yo tenía ocho años y Landon Donovan, 20. Como Kaká, Joe Cole o Roque Santa Cruz. Y el fútbol, símil de la vida, era para nosotros lo mismo que para ellos: un sinfín de posibilidades y un libro en blanco para escribir. O quizás lo que sucede es que duele pensar que hemos crecido y pensar en lo lejos que estamos de un Mundial con un jugador del Málaga (Pedro Contreras) y con cuatro futbolistas del Deportivo de la Coruña (Enrique Romero, Sergio González, Juan Carlos Valerón y Diego Tristán) en la selección.

Nos queda, por tanto, de nuevo, la nostalgia. Emerge frecuentemente: hace unos días terminé el álbum de cromos digital de Panini y hace unos días me compré el FIFA 23, otro atajo a la niñez, a la infancia, y puse como balón el Fevernova, el del Mundial de 2002. De niño jugué con él hasta que se evaporó el dibujo. Pero sigue en la cabeza. Si no me he cortado el pelo como Ronaldo en Japón es porque ya va quedando poco y hay que arriesgarse lo mínimo.

Con todo, siendo el primer Mundial todo esto: ahora que le han birlado estos recuerdos vitales a toda una generación colocando la Copa del Mundo en invierno, si fuerais padres y vuestro hijo, álbum de cromos y guía en mano, os pidiera saltarse un mes de clases, ¿qué excusa daríais en el trabajo?

 


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Fotografías cedidas por Jordi González.