“De Panenka y al centro, lo celebré bailando mientras marcaba el descuento”, acentúa Xavibo, Xavier Bofill (Palma de Mallorca, 1995), en American History, en una de las muchas referencias balompédicas que se pueden encontrar en sus introspectivas canciones. Sus letras, repletas de sentimiento, de emoción, hablan de pretéritos, de cenizas, de cosas que se van y no vuelven, y acaba de alumbrar su tercer trabajo: El Viaje de Trece, que se une a Chromatic (2015) y a Malfidela (2018).
“Estoy tranquilo. Con todo. Para mí, el éxito no está en las visitas o en los números. Reside en sentir que la gente está a gusto con lo que hago, y, sobre todo, en sentirte bien tú con lo que haces. En sentirse valorado, querido y respetado por la afición. Soy más fanático del juego que de los puntos. Que de los resultados. Tanto en la música como en el fútbol. En todo. Justo antes de la entrevista me estaba tomando un café con mi hermana, y hablábamos de eso, de que la gente confunde mucho a los más famosos y más exitosos con los mejores. Es evidente que si quieres vivir de esto tienes que ser algo famoso, porque debes llegar a final de mes cada mes, pero para mí el éxito y el reconocimiento más importantes son de puertas hacia adentro antes que de puertas hacia afuera”, explica Xavibo, antes de descubrir su cara más futbolera en Panenka.
“El fútbol tiene el poder de unir a las ciudades y el de hacer feliz a la gente. No puede condicionar tu vida, pero es una gran escapatoria para huir de la realidad un rato, como la música. Nos ayuda a evadirnos”
¿En qué piensas si hablamos de fútbol?
Me gusta muchísimo. En mi casa siempre se ha visto fútbol. Soy del Barça porque mi padre nació en Barcelona y me lo ha inculcado desde pequeño. Pero también soy del Mallorca a matar. He sido socio muchos años y he ido muchísimas veces a Son Moix a verlo con los ultras. Aunque la ideología de los ultras no fuera conmigo, el sentimiento de apoyar a tu equipo y de dejarte la piel y la voz por él me parece muy poético, muy romántico. Si pudiera llevar una camiseta partida por la mitad, mitad del Barça y mitad del Mallorca, la llevaría. El Barça es el equipo de la familia y el Mallorca, el de la tierra, aunque es cierto que son dos clubes muy diferentes por su realidad. Ir con el Barça es ir con el protagonista de la película, porque sabes perfectamente que todo va a acabar siempre bien. Y que seguramente vas a acabar besando a la chica o al chico que te gusta. Ir con el Barça es como un spoiler. El Mallorca es mucho más romántico. Es luchar. Es la vida. Y en ese sentido también empatizo muchísimo con todo el sentimiento que rodea al Atlético. Por esa historia de equipo luchador, de rey sin corona, y porque la afición está a muerte con ellos pase lo que pase.
¿Cuál es tu primer recuerdo futbolístico?
Lo primero que recuerdo es una camiseta del Barça, no sé de qué jugador, y un día que mi padre me llevó al Lluís Sitjar. Ni recuerdo qué partido era. Era, creo, una eliminatoria previa de la Champions que jugamos contra el Everton o no sé qué equipo. Perdimos, diría. No tengo ninguna imagen del partido, pero recuerdo volver a casa junto a él. El Lluís Sitjar ya ni existe, pero el recuerdo de aquella tarde junto a mi padre lo tendré siempre, y esto es una de las cosas más bonitas del fútbol. Y también recuerdo jugar en el parque y en el patio. Recuerdo que en el colegio la hora de pelotas era de 2 a 3, y nosotros estábamos en el patio desde las 12, así que esas dos horas nos laz pasábamos jugando con latas, cartones de zumo o lo que fuera, y con dos chaquetas como portes. Éramos niños, y lo único que queríamos en el mundo era jugar a fútbol, y cualquier cosa nos valía. El fútbol era lo único que nos importaba.
El fútbol es infancia. Nostalgia. Mirar atrás. Te permite regresar a la infancia, y, a la vez, hace la vida mucho más simple, más fácil. Gabri, un amigo de Mallorca, siempre me decía que cuando el Barça perdía le arruinaba todo el fin de semana. Y también recuerdo entrar a mi casa después de una victoria del Barça y ver a mi padre de buen humor, o que estuviera de mal humor después de una derrota. El fútbol tiene el poder de hacer feliz a la gente. No puede condicionar tu vida, pero es una gran escapatoria para huir de la realidad durante un rato. Como cualquier deporte, como la música o como cualquier cosa que mueva masas y mueva sentimientos nos ayuda a evadirnos. Habrá gente a la que le siente mal, sí, como todo, pero el abrazo de cuando gana tu equipo es insustituible. La felicidad que reparte el fútbol es impagable.
¿A quién idolatraba Xavibo de niño?
A Samuel Eto’o. En el colegio siempre le elegía. Recuerdo que en el patio escogíamos un portero y un jugador, y yo, de jugador, siempre era Eto’o o Rivaldo, porque me fascinaba la rabona y me pasaba todo el recreo imitándole. Te creías que eras ellos. Para los que somos privilegiados, para los que nacemos en el primer mundo, vivimos en una familia estructurada y lo tenemos todo y más, creo que, de niños, la primera decepción, la primera vez que nos damos cuenta de que no todo será como nosotros queremos, quizás es cuando vemos que no llegaremos a ser como nuestros ídolos o cuando nuestro equipo pierde una final. Es, quizás, una de las primeras cosas que nos hacen descubrir y entender los límites. Recuerdo que un día, de niño, le dije a mi padre que el Barça era el mejor del mundo. ‘El Barça es una puta merda, nen, i aquest any quedarem vuitens‘, me dijo. Y yo me quedé con la mirada perdida, y pensando ‘ah, que no todo es tan fácil y tan bonito como yo pensaba’.
“Para los que somos privilegiados, de niños, la primera decepción, la primera vez que vemos que no todo será como nosotros queremos, es cuando entendemos que no llegaremos a ser como nuestros ídolos o cuando nuestro equipo pierde una final”
Y tu mejor recuerdo futbolístico, ¿cuál es?
El último ascenso del Mallorca a Primera. Es mi recuerdo futbolístico más feliz. Mallorca fue una fiesta. Las calles se tiñeron de rojo. No había visto nada igual en mi vida. El fútbol tiene un poder de unir a la gente, a las ciudades, que pocas cosas más lo tienen en el mundo. Y también recuerdo con mucho cariño victorias del Mallorca contra el Madrid y contra grandes clubes así, igual que me apasiona cuando un equipo de Segunda B gana a un Primera. Estas victorias me recuerdan la importancia de no infravalorar ni subestimar a nadie. Nunca. ‘Valora a todo el mundo, recuerda que todo el mundo está en el sitio que está por algo. Hasta el más pequeño te la puede colar’.
¿Sigues el fútbol ahora?
Miro los partidos y tal, pero no estoy tan puesto como cuando era pequeño. He desconectado un poco. A medida que crecemos, con los años, nos vamos alejando, desenganchando, creo. Pero no siento que sea porque vea el fútbol menos puro. Cuando eres niño apenas entiendes qué es el dinero y no puedes ver que es todo un negocio, pero es que a mí tampoco me parece mal que lo sea. Si es algo que mueve masas es normal que al final sea un negocio. ¿Que el fútbol al final es una mafia? Pues claro, como la música, como todo lo que mueve masas y sentimientos. Algunas son legales y algunas son ilegales, pero todo lo que mueve masas es una mafia. Y no me voy a castigar mentalmente ni a emparanoiarme por verlo. Es lo que hay. Si hago algo lo hago hasta el final, a muerte, y si tuviera que ir en contra de todo lo que no me parece bien no iría a comprar ropa, no iría al Carrefour, no iría al fútbol, no trabajaría con según quien en la música y no haría nada. Uno, al final, tiene que asumir que si vive en la sociedad vive en la sociedad, con sus contradicciones. Porque si no lo asumes la única solución es ir a hacer de ermitaño a una isla desierta, y a mí no me apetece.
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Fotografía cedida por Xavi Bofill.