Pongamos en contexto los hechos que sucedieron el 31 de mayo de 2002 en Seúl. Francia era la vigente campeona del mundo y de Europa; Senegal era la finalista de la Copa África y jamás había tenido ningún tipo de experiencia mundialista. El pronóstico por lo tanto era claro, aunque Zidane no podría debutar en el Mundial debido a una lesión que sufrió unos días antes en un amistoso frente a Corea del Sur. Unos años después se llegaría a decir que la lesión de Zidane sucedió gracias a la brujería senegalesa, aunque ponemos en duda esa teoría. Francia saltó al césped con el siguiente once: Barthez, Thuram, Leboeuf, Desailly, Lizarazu, Vieira, Petit, Wiltord, Djorkaeff, Henry y Trezeguet. Casi nada.
A partir de aquel día nos empezarían a ser familiares ciertos futbolistas de Senegal como El Hadji Diouf, Aliou Cissé, Henri Camará o Pape Bouba Diop. Un gol de este último a los 30 minutos supuso una losa que Francia sería incapaz de levantar, y se completó una de las mayores sorpresas en la historia de los Mundiales. La Francia que parecía invencible, ese equipo lleno de estrellas, quedó eliminada junto a Uruguay en la fase de grupos. No sabemos si se debió a algún tipo de brujería, pero la Copa del Mundo que hizo Senegal todavía sigue siendo mágica.