La selección de Irán consiguió su único triunfo en un Mundial en Francia’98, en un enfrentamiento contra el equipo de Estados Unidos (2-1) que fue considerado como “el partido con más carga política de la historia de la Copa del Mundo” por la revista FourFourTwo; como “la madre de todos los encuentros” por el presidente de la federación norteamericana.
El que supuso el primer duelo entre Irán y Estados Unidos se presentó como una batalla por el orgullo nacional e ideológico de dos países regidos, por aquel entonces, por sistemas políticos completamente opuestos. Y es que, tras la revolución islámica que redefinió la sociedad persa a finales de los 70 y la crisis de los rehenes (entre 1979 y 1981, un grupo de estudiantes iraníes mantuvieron en cautividad a 66 diplomáticos y ciudadanos estadounidenses durante 444 días), las relaciones entre ambos estados eran tan frías como hostiles.
En medio de aquella atmósfera de profunda desconfianza, los futbolistas de las dos selecciones decidieron hacer un impagable gesto a favor de la distensión. Mientras los aficionados de ambos países se entremezclaban en las graderías del Stade de Gerland y la realización televisiva trataba de evitar los incontables mensajes políticos que abarrotaban el feudo del Olympique Lyonnais, los jugadores iraníes, desoyendo las órdenes del ayatolá Ali Khamenei, les regalaron rosas blancas (un símbolo de paz en el país asiático) a los estadounidenses, que a su vez les entregaron a sus rivales unos banderines en señal de respeto y cordialidad. “Hicimos más en 90 minutos que los políticos en 20 años”, enfatizaría el defensa estadounidense Jeff Agoos unos años después de un duelo histórico que dejó una imagen para el recuerdo: la de los dos equipos haciéndose la foto previa al encuentro de forma conjunta.