Hay calvas que han marcado una época en el fútbol. Para los entusiastas del gol, siempre estará la de Ronaldo Nazário. El rasurado de Zinedine Zidane tendrá más adeptos entre aquellos que son de gusto refinado. Luego vienen esos a los que todo les importa un pito, que se quedarán con la de Pierluigi Collina. O los místicos cuyos sueños más húmedos se corresponden con ese pase que nadie ve. Ahí está la testa de Juan Sebastián Verón (o la de Iván De la Peña, a escala nacional). Pero hay una calvicie para el recuerdo que, para ir bien, nadie debería tomar como referente. Al menos en lo que respecta a sus acciones lejos de los terrenos de juego. Es la de Yordan Letchkov, héroe nacional de su país en 1994 al marcar el gol que certificó el acceso de Bulgaria a sus primeras semifinales en un Mundial. Tras colgar las botas, se enroló en política. Y hoy maldice esa decisión cumpliendo condena. Ésta es su historia.
Si hoy nos acordamos de ese delantero que marcaba goles a pares, que tenía la técnica de un volante y que lucía ese look tan estrambótico, es por su actuación en USA’94
El relato tragicómico de la vida de Letchkov nace y muere en el mismo punto geográfico: la pequeña ciudad de Sliven, situada a 130 kilometros de la frontera de Bulgaria con Grecia. Ahí llegó al mundo hace casi medio siglo, cuando el régimen comunista del partido Frente de la Patria, que se desplomaría al entrar en las década de los noventa, vivía su época de máximo apogeo en el país. Y allí també fue donde el chico profesionalizó su hobby preferido, el fútbol. Jugó siete años en el principal club del territorio, el PFC Sliven, y el impacto de su rendimiento fue tan colosal que incluso dos cursos antes de dar el salto a un equipo de mayor pedigrí ya recibió la llamada para ser internacional absoluto. En Bulgaria, por aquel entonces, todo joven que destacaba sobre el césped era pescado por el CSKA Sofia, gran conjunto de la capital. Y con Yordan, que ya presentaba algunas carencias capilares que hacían que se dudase de su auténtica fecha de nacimiento, no hubo excepción. Solo tuvo tiempo de lucir durante una temporada su nueva casaca roja. Su salto a la Bundesliga, una competición más ambiciosa, estaba cantado dada su calidad. En 1992 se mudó a Hamburgo.
La carrera a nivel de clubes de Letchkov no fue nada despreciable, algo que se refleja al revisar los nombres de los conjuntos en los que estuvo. Después de cuatro años sirviendo al Hamburgo SV, decidió probar suerte en Francia, donde le esperaba el prestigioso Olympique de Marsella. En 1997 quién llamó a su puerta fue el fútbol turco; le sedujo el Beskitas, uno de los grandes de Estambul. Y ya entrado en el nuevo siglo, apeló a sus recuerdos y decidió volver al CSKA Sofía, en busca de un último gran reto profesional. En total, tras unos cuantos tumbos por el mundo, acabó pudiendo presumir de un expediente envidiable.
Pero si aun nos acordamos de ese delantero que marcaba goles a pares, que tenía la técnica suficiente como para no desentonar tampoco jugando de volante y, sobre todo, que lucía ese look tan estrambótico, solo con cuatro pelos rebeldes y mal ordenados a modo de flequillo, es por sus actuaciones con su selección nacional. Y más concretamente, por haber formado parte del combinado búlgaro que se presentó en el Mundial de USA’94, y que se ganó la condición de ser considerado como el mejor que nunca había visto la historia del país. Era esa Bulgaria que estaba capitaneada por un tal Hristo Stoichkov y de la que se decía que todos sus integrantes fumaban como carreteros y que dormían junto a sus parejas en los hoteles de concentración, como si estuvieran gozando de unas cojonudas vacaciones pagadas en suelo ‘yankee’. Un grupo anárquico y peculiar, pero que a la postre conseguiría en el torneo un cuarto puesto que todavía hoy sabe a irrepetible. Fue durante esas semanas cuando la prensa empezó a dirigirse a Letchkov como “el Mago” de aquella generación. Mucho tuvo que ver en ello la diana decisiva que le metió a Alemania, defensora del título, en los cuartos. La consiguió tras rematar con su cabeza pelada, como no podía ser de otra manera.
GOLES POR VOTOS
A Yordan Letchkov podríamos recordarle de muchas maneras. Todas ellas buenas. Sin embargo, cuando decidió colgar las botas y explorar nuevos horizontes, cayó en un foso de desaprobación y amargura que le va a perseguir hasta sus últimos días.
El giro se remonta a su última época como futbolista, cuando decidió regresar al CSKA Sofía. El experimento no le salió bien, y no tuvo más remedio que aceptar que sus últimos toques al balón los haría lejos de los focos, en su Sliven natal. Fue en ese último episodio cuando los periodistas búlgaros aseguran que el tipo empezó a interesarse por la política. No se tardó mucho tiempo en saber que el nuevo sueño de Yordan tenía una meta concisa: convertirse en alcalde de la ciudad que le vio nacer y a la que tuvo que abandonar para labrarse un nombre. Su nuevo aprendizaje en el campo de la gestión lo solventó rápidamente con dos aventuras paralelas; por un lado consiguió una plaza importante en los despachos de la Federación de Fútbol de Bulgaria, de la que llegaría a ser vicepresidente, y por otro puso en marcha un negocio de hostelería que le llevó a poseer los hoteles más lujosos de la región. Quemó etapas a la velocidad del tiempo. Y en 2003, mismo año en el que se despediría definitivamente del césped, ya era un hombre lo suficientemente influyente como para presentarse a los comicios de Sliven con probabilidades de éxito. No falló en su primer intento. Tras las elecciones de ese mismo curso, la alcaldía era suya.

Algunos expertos avalan la teoría de que lo que llevó al ex jugador a alzarse con el poder en Sliven fue simplemente el hecho de tener un rostro conocido. Un figura mediática que ya había levantado una vez de sus asientos a los que ahora debían votarle, con esa actuación magistral en Estados Unidos. Cuando se cruza el balón por el medio, algunos incluso dejan de prestar atención a los programas electorales. Enorme riesgo que suele repetirse también en otros países y con otros futbolistas o celebrities. Lo cierto es que Letchkov seguía siendo un ídolo para sus compatriotas, lo cual también le permitió no levantar demasiadas críticas durante sus primeros años de mandato.
Pero todo se rompió a partir de 2011, cuando empezaron a asaltarle problemas judiciales de todo tipo. Progresivamente fueron saliendo a la luz informaciones que le pegaron el juez al culo y le señalaron como un político corrupto. Se hizo presidente de su club de toda la vida, al que subvencionó más que agradecidamente con las cuentas del Ayuntamiento. Construyó nuevas rotondas en las carreteras de la ciudad, con el pequeño detalle de favorecer el acceso de los turistas a sus complejos hoteleros. Repartió cargos y salarios boyantes a sus amigos de la infancia, que se fregaban las manos con la generosidad de su colega. Infló los precios de la obra pública, por esa vieja teoría de cuadrar los números y no levantar sospechas… Etc, etc, etc. Un listado interminable de farsas que le acabaron llevando a juicio. Y de ahí a la sentencia del tribunal, que no pudo ser más clara: condena de dos años de prisión por malversación de fondos.
Trágico pero merecido final para un tipo que ha saboreado las dos caras de la moneda. Su vida, hasta el momento, se ha secuenciado en tres etapas: futbolista, alcalde y condenado. Ojalá el tiempo se hubiera quedado congelado en la primera. De haber sido así, no se nos habría caído el mito al suelo.