Si la convocatoria de Luis Enrique hubiera sido un partido, habría marcado un gol por la escuadra en el último minuto. Solo quedaba una plaza y en la lista no estaban delanteros en forma, como Borja Iglesias.
Y Luis Enrique, con su voz lijada, pronunció el nombre de Ansu Fati.
Hoy en la mirada de Ansu Fati hay nubarrones, pero un día fue el chico que irradiaba luz. Le brillaban los ojos como a Cíclope, pero en lugar de fusilarte, te daba la vida. Era verle andar y saber que estaba cortado por otro molde, como esa gente a la que le queda bien el bigote. Era Ansu Fati: conducciones en las que levitaba, goles imposibles, celebraciones sin importancia. Estaba tocado por la varita y, lo mejor de todo, él lo sabía. Cuando Ansu Fati no podía votar ni beber alcohol ni conducir, ya goleaba como tú abrirías una Fanta. Marcaba con 17 años como el que se fuma el primer cigarro y no tose. Llegó a anotar once goles en sus primeros 16 disparos. Nada le pesaba, todo era ligero, se le podía cargar la mochila. Jugador más joven en marcar con la camiseta del Barça, titular más joven en el Camp Nou, goleador más joven de la Champions League. Se fue el ‘10’ y él fue el ‘10’. Como si los padres se hubieran quedado en paro y el niño se hubiera puesto a currar cargando cajas en el puerto a las cinco de la mañana. Porque parecía que el niño podía. Pero el niño se rompió.
Ansu Fati, que tiene redes y no venas, es la esperanza para una Selección con delanteros bipolares
Primero tardó once meses en reaparecer tras una rotura del menisco interno. Después se sometió a cuatro operaciones. Cuando amenazaba la quinta, él y su entorno se decantaron por un tratamiento conservador. Y ahora todos lo miran como si pisara encima de un bloque de hielo. A punto de romperse, a punto de caer, a punto de ahogarse. Él quiere ser el niño que sobrevivió a las que no deben ser nombradas: las lesiones.
Su mirada no brilló durante un tiempo. Aún tenía cara de ángel, pero ángel de mala hostia, ángel al que no le dejan salir, ángel al que le han cortado los rizos. Pero Luis Enrique quiere que vuelva a ser el elegido. Mantiene la personalidad, se ha hecho fuerte en los desmarques y es inteligente. Le rugen las tripas para marcar, pero sabe esperar al mejor plato. El seleccionador le ha dado la llave del laberinto más complejo de España: el gol. Y él, ya lo demostró ante Jordania, en los brazos no tiene venas, tiene redes. El Mundial es su esperanza y él es la esperanza para una Selección con delanteros bipolares: o meten cinco goles en un partido o no meten un gol en cinco partidos. En el fútbol, el orden de los factores sí altera el producto. Algunos se olvidan, otros se lo estudian pero no lo retienen. Ansu Fati lo sabe desde que nació.
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Fotografía de Getty Images.