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La primera árbitra en un Mundial: ʺMe miraban como si fuese un mono de circo″

La brasileña Claudia Vasconcelos se convirtió en la primera mujer en arbitrar en un Mundial. El camino hasta llegar a China'91 no fue nada sencillo. Charlamos con ella

árbitra

Claudia Vasconcelos recuerda que había “mucha humedad”. En el estadio Provincial, el recinto deportivo más viejo de Guangzhou, Suecia y Alemania se disponían a jugar el partido de consolación del primer Mundial femenino organizado por la FIFA, con más de 20.000 personas en las gradas. Dos días antes, la brasileña había recibido la noticia de que le iba a tocar arbitrar el duelo, con Linda May Black, de Nueva Zelanda, y Xiudi Zuo, de China, como asistentes. “Supe que estaba ante un momento histórico, así que viví la designación feliz y relajada”, admite. “Aunque antes del partido, un dirigente de la FIFA se dirigió hacia mí muy serio y me dijo que el futuro del arbitraje femenino dependía de mi actuación. Me puso mucha presión”, añade. La brasileña se convirtió en la primera mujer en dirigir un partido mundialista de fútbol absoluto. Fue en el Mundial de China de 1991, el primero en categoría femenina de la historia, un torneo donde el resto de encuentros fueron arbitrados por hombres.

El camino de Vasconcelos había empezado en 1983, cuando en los pasillos de la facultad de Educación Física de la Universidad Federal de Río de Janeiro vio un cartel que anunciaba un curso para formar a mujeres en el mundo del arbitraje. “Pensé que sería la mejor manera de entrar en el mundo del fútbol, un deporte que siempre me había gustado. De pequeña me imaginaba de entrenadora, aunque era muy complicado. Así que lo intenté de esta forma”, recordaba en una charla con el investigador Igor Chagas Monteiro, del Centro de Memoria del Deporte brasileño. En Brasil tardaron en reivindicar su figura, medio olvidada durante años. Cuando Chagas Monteiro se puso a investigar sobre ella, descubrió que, una vez retirada, se ganó la vida como policía, alejada del deporte. Vasconcelos tenía una historia que casi nadie había querido escuchar.

 

“Supe que estaba ante un momento histórico, así que viví la designación feliz. Aunque antes del partido, un dirigente de la FIFA se dirigió hacia mí muy serio y me dijo que el futuro del arbitraje femenino dependía de mi actuación. Me puso mucha presión”

 

Nacida en 1963, se crio en una casa donde siempre se hablaba de fútbol. Y especialmente del Flamengo, ‘su’ Flamengo. Era normal ver a chicas en las gradas de los estadios, aunque una cosa era sentir los colores y otra muy diferente ser protagonista de los partidos. Cuando Claudia era una niña, Brasil estaba controlada por una junta militar que no quería que las mujeres jugaran a fútbol. En los años 40, después de una campaña de los medios de comunicación y los políticos conservadores, el Gobierno había declarado ilegales los deportes de contacto entre mujeres, con un decreto donde no citaba de forma explícita la palabra ‘fútbol’. Sería la junta militar la que publicaría otro decreto, en 1965, en el que sí especificaba la prohibición del balompié, con la excusa de proteger “la naturaleza de las mujeres”. El decreto estaría vigente hasta finales de los 70, cuando el fútbol femenino empezó a crecer gracias a clubes como el Radar de Río de Janeiro, un equipo que tenía sus raíces en un torneo de fútbol playa y que ganaría los primeros torneos oficiales en los 80, una década en la que, ya sin una ley en su contra, el fútbol femenino no dejaría de crecer.

Pero había un problema: no había personal para dirigir esos partidos. “Brasil contaba con equipos y ligas de fútbol femenino, pero no tenía árbitros porque los hombres se negaban a participar en partidos entre mujeres. La razón que exponían: un nivel de juego muy bajo. Con excepción del Radar y el Bangu, que fueron los mejores equipos en aquellos años, es cierto que los equipos de fútbol femenino eran bastante flojos. Y hasta cierto punto era lógico, porque durante años nos habían prohibido progresar”, recuerda Claudia, que se cansaría de escuchar a compañeros de profesión mofándose con bromas crueles, afirmando que el fútbol jugado por mujeres no era fútbol. El desprecio de aquellos hombres con silbato que se negaban a dirigir partidos de chicas provocó que la federación impulsase, en 1983, el curso al que Vasconcelos se apuntó junto a otras 75 mujeres. Aunque se sacaron el diploma 59 de ellas, Claudia destacó como una de las mejores de aquella primera generación.

 


Este reportaje está extraído del interior del #Panenka130, un número que sigue disponible aquí


LA ESCUELA DEL MIEDO

En total fueron seis meses con clases de legislación deportiva, reglas de fútbol y educación física. Y prácticas, claro. “Lo curioso es que la mayoría de prácticas no fueron en partidos femeninos. Fueron en partidos de hombres en ligas amateurs de barrios perdidos. Cuando empezamos a ir a los campos nos recibían como si fuésemos una atracción de feria. Fue complicado. Me peleé mucho por eso, quería dejar claro que era una cosa seria. Y muchos tipos no lo entendían, algunos sólo venían al campo para hacer bromas, para silbar, para insultar. No les interesaba el partido, tampoco conocían los equipos. Cuando sabían que dirigía una chica, venían a reírse y a soltar comentarios sexistas. Nos miraban como si fuésemos un mono de circo”, añade. Aunque lo peor no eran las burlas, lo peor era pasar miedo. “Me tocó ir a lugares escabrosos, famosos por su delincuencia. Sin ningún tipo de protección, barrios en los que no había policía”, explica. Si dirigía el partido con seriedad, las bromas se convertían en amenazas. “En más de una ocasión me marché del campo sin pasar por la ducha. Del miedo que tenía”, admite. Tanto ella como sus compañeras fueron insultadas, les escupieron y, en algunos casos, fueron agredidas. Algunas lo dejaron, cansadas. Claudia no.

El camino fue duro. Incluso su familia le pidió que desistiera, después de que sus padres fueran a verla a un partido y descubrieran los insultos que recibía. Ella no se rindió, gracias en parte a aliados como Ícaro Tenório, un profesor del curso que había sido jefe del comité de árbitros de Río de Janeiro de ligas amateurs. “Nos motivó mucho. Fue él quien empezó a buscarnos oportunidades para dirigir encuentros. Nos consiguió partidos en ligas de empresas, campeonatos caseros, en fiestas locales o en torneos de las fuerzas armadas. Sin cobrar nunca, claro”, recuerda Vasconcelos, quien guarda un recuerdo muy grato de los partidos dirigidos en los cuarteles militares. “Allí no tenías miedo a ser agredida, así que me sirvieron para ganar seguridad en mí misma. Algunas de esas experiencias me ayudaron a afrontar partidos en zonas conflictivas”, admite. Precisamente esta toma de contacto con el ejército la motivaría años más tarde para formar parte del cuerpo de policía, nada más dejar el deporte.

Pero Vasconcelos aspiraba a dirigir algo más que partidos de empresas. Y consiguió hacerse un nombre en las ligas locales de Río. “En otros estados de Brasil ya había mujeres arbitrando, pues habían estudiado junto a hombres. Nuestro caso era diferente porque veníamos de un curso exclusivo para mujeres”, rememora. Sin ir más lejos, Léa Campos, nacida en 1945 en Belo Horizonte, ya dirigía partidos desde 1967, aprovechando que la ley prohibía a las mujeres jugar al fútbol… pero no decía nada sobre arbitrar partidos. Campos fue una de las mujeres con silbato en el Mundial femenino de México de 1971, un torneo amateur y sin el apoyo de la FIFA que, no obstante, le acabaría convenciendo para solicitar al máximo organismo del fútbol mundial un diploma que acreditara sus capacidades para trabajar al más alto nivel. Lo consiguió, pero no a cualquier precio: Campos, que en paralelo a su carrera como árbitra fue ‘Miss Belo Horizonte’ en un concurso de belleza, fue obligada a pasar pruebas físicas sólo para demostrar que podía aguantar 90 minutos corriendo en un terreno de juego. Cuando se retiró, sin haber llegado a dirigir jamás en ligas profesionales, se dedicó al periodismo deportivo, denunciando el machismo que había sufrido. Un machismo que también sufría Vasconcelos. “¿Te imaginas un grupo formado por 100 hombres y una sola mujer? Pues así fue mi realidad durante el tiempo que estuve en la Federación de Río de Janeiro. Algunos presionaban para que no me diesen partidos, otros me criticaban y la gran mayoría no quería hacer nada conmigo. Nunca me rendí. Hasta que logré entrar en la junta de la Unión de Árbitros, una especie de sindicato, para luchar por nuestros derechos”, recuerda.

Según la brasileña, “oficialmente las mujeres que queríamos dirigir partidos contábamos con el apoyo de las autoridades, aunque en el día a día veías cómo se acababa imponiendo el machismo. No nos querían dar partidos de hombres. Además, había mucha corrupción. No me callé y lo denuncié en la prensa, lo cual me provocó algunos problemas con la federación”. La castigaron obligándola a ser juez de línea durante algunos meses, aunque sus denuncias surtieron efecto y rápidamente volvió a dirigir partidos en ligas regionales de forma amateur. Hasta 1991, cuando formó parte de la delegación arbitral del Mundial de China.

PREPARADAS

“La FIFA preguntó a las federaciones locales si contaban con árbitras de buen nivel y la brasileña me eligió a mí. Los organizadores querían usar el torneo para ver cuál era el nivel real de las mujeres dirigiendo encuentros”, explica. En total fueron seleccionadas 26 mujeres de todo el mundo, de las que únicamente cinco viajaron a China: Linda May Black, de Nueva Zelanda; Ingrid Jonsson, de Suecia; Gertrud Regus, de Alemania; María Herrera García, de México, y ella. La sexta, Xiudi Zuo, provenía del país anfitrión. Vasconcelos, que tuvo el honor de actuar en el partido inaugural entre China y Noruega como linier, fue la única que acabó dirigiendo un partido. “La intención de la FIFA era limitar nuestro papel a correr la banda. En el fondo, no sabían nada de nosotras. No sabían cómo trabajábamos, nuestro estado físico… Nada. Así que usaron el evento para ponernos a prueba. En la semana previa al inicio del campeonato vieron, a través de las sesiones de entrenamiento, que estábamos preparadas. El día después del partido inaugural me encontré en el hotel con el presidente del Comité de Arbitraje de la FIFA, el escocés David Will, quien me anunció que el partido por el tercer y cuarto puesto sería dirigido por una mujer. Así que de repente teníamos una motivación extra. Además de poder pitar en estadios con 50.000 personas, que era genial, nos esforzamos para ser las escogidas para ese partido”, cuenta Vasconcelos, finalmente la elegida para arbitrar en la goleada de las suecas contra las alemanas. El propio Will afirmaría, después del encuentro, que la brasileña había realizado su trabajo “de forma competente”. “Las seis colegiadas han trabajado bien y permiten hablar de la posibilidad de ver más partidos dirigidos por mujeres en el futuro”, añadiría. De aquella jornada Vasconcelos recuerda un momento por encima del resto: “Cuando levanté los brazos al cielo y pité el final del partido, consciente de que había hecho un buen trabajo y no había cometido errores. Fue una liberación”.

 

El camino fue duro. Incluso su familia le pidió que desistiera, después de que sus padres fueran a verla a un partido y descubrieran los insultos que recibía. Algunas lo dejaron, cansadas. Claudia no

 

Cuando volvió del Mundial, algo cambió en Brasil. Por primera vez empezó a cobrar para arbitrar los mejores partidos femeninos del país, así como algunos torneos locales masculinos de cierto nivel. Su tope sería la tercera división masculina. En 1995, después de dirigir partidos del torneo sudamericano de selecciones que Brasil organizó y ganó, Vasconcelos fue invitada a formar parte del primer grupo de trabajo de árbitras creado por la FIFA, lo cual le permitió vivir otro sueño: en 1996 fue elegida para participar en los Juegos Olímpicos de Atlanta, donde arbitró dos partidos de la primera fase, entre ellos, uno de la anfitriona, Estados Unidos. Vasconcelos siguió trabajando en el seno de la comisión de la FIFA para potenciar el arbitraje femenino hasta que en el año 2000, afectada por problemas en la espalda, dejó el cargo. “Cuando no pude más, me di cuenta de que seguía siendo víctima del machismo. Ninguna federación me mostró el más mínimo apoyo. A muchos árbitros se les buscaba trabajo o se les proporcionaba algún tipo de ayuda económica, pero conmigo no fue así”, se queja.

Después de 17 años pegada a un silbato, aparcó el fútbol y se hizo policía. Volvió a las gradas de Maracaná como hincha de ‘su’ Flamengo, club al que ha acompañado en finales recientes de la Copa Libertadores, sin que casi nadie haya sido capaz de reconocer, entre el público, a la pionera que hace más de 30 años aguantó la presión ante los ojos de los delegados de la FIFA.

 


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Fotografía de Getty Images.