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Bob Bradley, un entrenador indie

Bob Bradley acaba de ser nombrado nuevo técnico del Swansea. Hace algunos meses, Aitor Lagunas descubría al personaje en una entrevista. La recuperamos


Primero espectador y luego protagonista de los progresos del soccer en EE.UU., Bob Bradley pasó los dos años más intensos de la historia reciente de Egipto sin moverse de El Cairo. Después cogió las riendas del modesto Stabaek, al que aupó a la lucha por la liga noruega. Extraña destinación para un tipo peculiar. Y finalmente se mudó al banquillo del Le Havre, de la segunda categoría francesa, al que no pudo ascender pese a estar intentándolo hasta el último suspiro. Ahora que ha conseguido aterrizar en un gran liga europea, tras ser nombrado el sustituto de Francesco Guidolin en el Swansea, para conocerlo mejor, recuperamos esta entrevista que le hizo Aitor Lagunas en el #Panenka42


 

Empezó entrenando en la Universidad de Ohio, se graduó en los banquillos de la Major League Soccer y se doctoró en el Mundial de Sudáfrica, agarrado a la tiza de la selección estadounidense. Atravesó después los dos años más intensos en la historia contemporánea de Egipto sin moverse de El Cairo. Bob Bradley tiene 58 años, una envidiable pasión por su oficio y una leve aureola de entrenador de culto. Ojos azules, cara angulosa y cráneo pelado: es el Ed Harris de los banquillos.

Durante todos estos años, Bradley afirma que su principal prioridad ha sido aprender a disfrutar del camino. Y no parece una mala receta. Es un mensaje tan ambiguo que podría valer como claim de CocaCola, recomendación de tu psicólogo o frase en una camiseta hippy. Pero es lo que Bradley lleva haciendo desde que se descubriera, hace ya cuatro décadas, con un balón en los pies. “No fui un gran jugador, más bien una versión barata de Gerd Müller. Era listo, sabía posicionarme en relación al gol, marcaba… pero no tenía nivel”. Nacido en la Nueva Jersey de 1958, se crió en la América de la liberación sexual, la guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna y las luchas por los derechos civiles; creció, en resumen, en el país de Mad Men. Después de flirtear con el baloncesto, el béisbol e incluso el hockey sobre hielo en el instituto, uno de sus entrenadores le impactó. “Él me animó no solo a jugar al fútbol sino también a entrenar. Se llamaba Tony Benevento. En aquella época, Nueva Jersey era un melting pot de italianos, alemanes, yugoslavos… Se respiraba un ambiente muy futbolero”, recuerda. Y en esas se creó la NASL, llegó Pelé y estalló el soccer.

¿Ibas a ver al Cosmos?

Claro, siempre acudía al Giants Stadium para verlos en directo. A los Pelé, Chinaglia o Carlos Alberto, pero también a rivales como Cruyff, Best o Müller. Además recuerdo ir al Madison Square Garden con mis amigos para ver la final del Mundial’78. ¡Estaba lleno!

¿Era la NASL la única ventana de un adolescente americano al fútbol internacional?

Bueno, un tío mío trabajaba como profesor de alemán. Siempre le pedía que me trajera cintas de super-8 con películas de partidos de la Bundesliga. Así descubrí el gran Bayern de los 70, o el Borussia Mönchengladbach de Hennes Weisweiler.

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El cambio de década dio con los huesos de Bob en el campus de la elitista Princeton. Se licenció en historia americana en los ratos en que no entrenaba. Y comenzó a trabajar en una multinacional. “No me gustó nada. Me di cuenta de que mi futuro no estaba en una oficina. Me fui a Ohio a entrenar al equipo universitario, con 24 años. Pude experimentar ideas que ya tenía desde que era jugador: planes de entrenamiento, preparación de partidos… Desde entonces, desde 1982, no he dejado de entrenar ni una sola campaña”, desliza con orgullo.

EN LA CÚSPIDE

Tras hacer méritos en el fútbol universitario, Bradley se hizo un nombre en varias franquicias de la Major League Soccer, el renacido intento por asentar el fútbol en el menú deportivo de los americanos. Maduró en el profesionalismo en Chicago y Nueva York, hasta que en 2006 se convirtió en el seleccionador del US National Team. Desde la redacción de Sports Illustrated el periodista Grant Wahl cree que su huella al frente de los EE.UU. habría sido todavía mayor si no se le hubieran escapado dos partidos: “la final de la Copa Confederaciones 2009, que perdió 3-2 ante Brasil después de haberse puesto por delante 0-2, y los octavos de final del Mundial 2010, en los que cayó ante Ghana en la prórroga”.

Para llegar a la final de la Confederaciones tuvisteis que vencer a España en las semis. ¿Cómo lo preparaste?

Sabíamos que luchábamos por ganar el respeto de la comunidad internacional, porque por mucho que estuviéramos mejorando ese partido nos iba a dar mucha visibilidad. Después de aquel encuentro, en verano, el Barça hizo una gira por América y fui a verlos. Primero Pep Guardiola y luego Xavi o Puyol vinieron a felicitarme. En general, soy muy meticuloso con la preparación de cada partido pero me gusta dejar espacios de libertad para que el futbolista muestre su personalidad. Se trata de encontrar un equilibrio.

Una derrota en la final de la Copa de Oro, el torneo de las federaciones de América del norte y central, frente a México le costó el cargo en julio de 2011. A los dos meses Bradley volvería a dirigir una selección, pero esta vez en mitad de una revolución en Oriente Medio.

Me educaron en un espíritu crítico. Siempre que veo un reportaje o leo un artículo me pregunto qué intereses ocultos pueden haber detrás. Cuando estás fuera de tu país, te das cuenta que este tipo de pensamiento quizás no se ha desarrollado en todas partes. La política en los EE.UU. también divide mucho y tengo no pocas discusiones con mis amigos. Cuesta dar con artículos objetivos, por ejemplo, sobre si el Obamacare es bueno o malo. Encontrar la verdad en los EE.UU. es difícil, pero en Egipto es imposible.

 

“Descubrí el fútbol europeo cuando era un crío: mi tío era profe de alemán y me traía cintas con partidos de la Bundesliga”

 

El Cairo fue durante aquellos meses un barril de pólvora rodeado de fumadores. Las protestas contra el régimen de Hosni Mubarak desencadenaron un escenario prebélico, con dos fuerzas radicalmente opuestas: militares contra islamistas.

¿Pueden combinarse islam y democracia?

En Egipto encontré gente con muchos valores cívicos, a quienes les gustaría más democracia y respeto a las libertades individuales. Pero al mismo tiempo admiten que el país no está preparado aún para ese tipo de gobierno: necesitan más tiempo. La población parece obligada a escoger entre unos y otros [militares o islamistas], pero existe un tercer país entre ambas orillas. Esa voz todavía no es lo suficientemente fuerte y necesitará más tiempo pero confío en los jóvenes, chicos y chicas.

¿Se hablaba de política en el equipo?

Traté de inculcar la idea de que éramos un ejemplo, en un país tan dividido, de lo que podía ser Egipto si actuase unido. Planteaba ciertas preguntas a los jugadores, sobre todo a los que ya tenían hijos: ‘¿Qué tipo de país queréis para ellos?’. Claro que había debate, y a pesar de que los futbolistas tenían opiniones muy diversas, todos se preocupaban por todos. Predominaba la confianza en que íbamos a hacer algo positivo. Por eso hablo de liderazgo de un grupo que cree en lo que está haciendo en un momento complicado.

Ejemplo de esa camaradería, surgieron relaciones casi fraternales entre los futbolistas.

Cuando me hice cargo de la selección, todos me decían que Mohamed Aboutrika estaba acabado, que era demasiado mayor. Pero le vi jugar en directo y me di cuenta de que era especial. Luego, después de la masacre de Port Said, supe que iba a ser un apoyo tremendo, aunque jugara menos minutos.Todo el mundo tiene un enorme respeto por ‘Trika’: es un líder, un ganador y vio talento en Mohamed Salah. Era una especie de hermano que ayuda al pequeño. Gracias a ello, Salah mejoró mucho. Cuando hablo de las grandes cosas que viví durante esos dos años, este es uno de los mejores ejemplos.

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Port Said, 1 de febrero de 2012: 72 muertos en los disturbios entre seguidores pro-Mubarak del Al-Masry y aficionados del Al-Ahly, defensores de la revolución. La liga egipcia se supende. Bradley y su mujer optan por permanecer en el país. Y, a pesar del contexto político, la selección continúa su senda triunfante, rumbo a su primer Mundial desde 1990. Hasta que llega a Kumasi.

De nuevo Ghana se cruza en tu camino. ¿Cómo te explicas aquel 6-1 que os apeó del Mundial?

Fue la tormenta perfecta. El día en el que todo lo que había ocurrido en Egipto fue demasiado peso sobre nuestras espaldas. Presión, responsabilidad, rebotes, el estado del campo, algunas decisiones arbitrales… fue como el Brasil-Alemania. Cuando vi aquel encuentro, las caras pálidas de los brasileños como si no entendieran qué estaba ocurriendo a su alrededor, me recordó a nuestro día en Kumasi. Fue un día en el que todo fue mal. Cometimos errores en las dos áreas. He visto el partido unas 100 veces. Yo asumo la responsabilidad. Les dije a los jugadores que mi respeto por ellos seguía intacto, que esa derrota no cambiaba mi opinión: sé lo que aman a su país y cuánto deseaban hacer algo especial por él.

El ámbito táctico es fundamental en los banquillos pero, ¿cuál es el valor añadido de un buen entrenador?

Las tácticas forman parte del trabajo, sí, pero al final se trata de gestionar un grupo humano. Aunque suene extraño, en Kumasi hice más variaciones tácticas que en cualquier otro partido. Pero al final, tu habilidad para liderar a un grupo, de mantenerlo unido en torno a una idea común, es lo principal. Si no transmites verdad, pasión, fortaleza, liderazgo, no sirves para esta profesión.

*Fotografía de apertura de Kevork Djansezian (Getty Images)