“Quiero ser el campeón del mundo”, dijo Alexis Sánchez en 2007, cuando tenía dieciocho años y se embarcaba al Mundial sub-20 que se disputaría en Canadá. En Chile abundaron las risitas y las frases autoflagelantes. Para una generación criada bajo una cultura derrotista, con el hito del tercer lugar en el Mundial de 1962 demasiado añejo, una declaración de ese tipo se hizo difícil de asimilar. El equipo de Alexis, por cierto, no ganó el torneo. Cayó 3-0 ante la Argentina del ‘Kun’ Agüero y Ángel Di María en semifinales. Pero ya por entonces, el propio Alexis, Gary Medel y Arturo Vidal mostraron una personalidad inusual para lo acostumbrado. El equipo acabó en el podio después de ganar a Austria en el partido por el tercer lugar y pasó lo impensable: los jugadores se declararon insatisfechos.
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El 2 de julio de 1916, hace casi noventa y nueve años, las selecciones de Uruguay y Chile partieron desde cero sus registros oficiales. Se enfrentaron en Buenos Aires en el primer partido de la historia de la Copa América, entonces conocida simplemente como Campeonato Sudamericano. Y desde entonces, los destinos de ambas naciones parecieron separarse indefectiblemente en lo que a fútbol se refiere. Uruguay, esa pequeña nación que incluso hoy no supera los cuatro millones de habitantes, ganó ese partido 4-0 y luego aquel primer torneo en tierras argentinas ante Brasil y los anfitriones. Fue el inicio de un siglo excepcional para la ‘Celeste’, que suma quince Copas América y lleva en su pecho las estrellas de cuatro campeonatos mundiales, incluyendo los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928.
Chile aprendió a convivir con los traumas. Tardó veinte partidos y diez años en lograr su primer triunfo oficial, recién en 1926 ante Bolivia. Antes, la alargada sombra de Brasil, Argentina y Uruguay, los gigantes sudamericanos, monopolizaron títulos y festejos, acostumbrando a los chilenos a contentarse con halagos a su actitud deportiva. Pero después a los títulos de los tres grandes se sumaron Perú, el histórico rival chileno, en 1939 y 1975; Paraguay, en 1953 y 1979; Bolivia, en 1963; y Colombia, ya en 2001. Solo Ecuador y la históricamente débil Venezuela son incapaces de superar a los chilenos en el fondo del casillero. Ni siquiera hay salvación en categorías juveniles. La ‘Roja’ masculina ha jugado 36 Copas América, 12 torneos sudamericanos sub-23, 27 sub-20, 15 sub-17 y seis sudamericanos sub-15. 96 intentos de ser campeón. Nunca ganó.
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El mismo año de la frase del jovencísimo Alexis, el argentino Marcelo Bielsa tomó los destinos de la selección adulta y, tras un inicio tambaleante en las clasificatorias del Mundial de Sudáfrica, terminó por convertir a Chile en una selección ofensiva, efectiva y, cosa pocas veces antes vista, poderosa fuera de casa. Alexis, Vidal y Medel se sumaban a una columna vertebral que se mantiene hasta hoy con el portero Claudio Bravo. La devoción por Bielsa incluyó fenómenos como el declive en popularidad del mismísimo presidente de la República, Sebastián Piñera, después que el técnico rosarino se negara a darle la mano en una visita a La Moneda, el palacio del gobierno chileno. La historia finalizó con Brasil eliminando a los chilenos con facilidad en octavos de final en Sudáfrica (3-0). Esta vez, en los medios abundó una mezcla de autocomplacencia y alegría. Johan Cruyff llegó a comparar al equipo con la Holanda de 1974. “Quizás nunca pudimos llevarnos el premio principal, pero todo el mundo hablaba de nosotros: Chile nos ha quitado ese papel”, declaró Cruyff. Al regreso, Alexis volvió a declararse insatisfecho con el resultado. Y los hinchas más jóvenes empezaron a encontrarle la razón.
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Chile aprendió a convivir con los traumas. Tardó veinte partidos y diez años en lograr su primer triunfo oficial, recién en 1926 ante Bolivia
El primer título internacional de importancia logrado por Chile llegó de la mano de Colo Colo, el equipo más popular del país, que se impuso en la Copa Libertadores de 1991 y luego cayó en la Intercontinental ante el Estrella Roja de Savićević, Jugović y Siniša Mihajlović. El segundo, la Copa Sudamericana –equivalente a la Europa League en este subcontinente-, fue lograda en 2011 con una brillante campaña de la Universidad de Chile bajo el mandato del argentino Jorge Sampaoli. A él se le encargaron los destinos de la selección después que Claudio Borghi, sucesor de Bielsa, tropezara en medio de las clasificatorias del Mundial de Brasil. ‘Trabajólico’ y obsesivo, aficionado a trotar escuchando antiguas conferencias de prensa de Bielsa, Sampaoli metió al equipo al Mundial, barrió con España en Maracaná en un partido perfecto y se plantó en octavos ante Brasil, tal como en 2010, como en 1998, como en 1962. Todas derrotas que sacaron al equipo de la disputa por la Copa del Mundo.
El resto de la historia es conocida. El equipo empató ante un nervioso equipo brasileño que terminó llorando en la definición a penales, entregado a las manos de Julio César y el travesaño que evitó el último penal chileno. Antes, al minuto 119, el horizontal escupió un tiro de Mauricio Pinilla que significaba el paso de Chile, el fin de las sombras, el cambio de paradigma. A cambio, lejos de la autocomplacencia, entre los jugadores brotó el llanto y una promesa a los hinchas: ganar la Copa América en Chile. A nadie se le ocurrió reírse.
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Estarán la Argentina de Messi, la Brasil de Neymar, la Colombia de James Rodríguez y Uruguay, el actual campeón. La empresa parece una vez más cuesta arriba para los chilenos, ansiosos y rabiosos, dudosos entre ilusionarse una vez más o asumir una inédita condición de favorito, una tortura sicológica que los hinchas mastican a menos de cien días del torneo.
Decidir si sufrir o soñar. Si seguir creyendo en lo irracional.
Alexis, siete años después de aquella vez que declaró que quería ser el campeón del Mundo, hoy en Arsenal tras pasar por Cobreloa, Colo Colo, River, Udinese y Barcelona, pide cautela. “Siento que ser anfitriones nos puede jugar en contra”, dijo en febrero.
¡El tiempo! ¿Sabes tú los milagros que ese señor hace? Tú lo has dicho: no hay mal que cien años dure, escribió Benito Pérez Galdós en Fortunata y Jacinta, por allá por 1887. A eso se aferran los hinchas chilenos, en silencio, con disimulada ilusión.