Ojeras, alopecia y bigote ralo. Detrás de las duras facciones de Thomas Schaaf se dibuja el retrato-robot del hombre de un solo club. Nacido en Mannheim, en el centro de la RFA, en 1961, pronto se quedó huérfano de padre y siendo un niño emigró junto a su madre a la norteña Bremen. Allí creció peloteando en la Brommyplatz, debajo de un modesto piso que tenía unas vistas inmejorables para quien siente la pasión del fútbol: el Weserstadion. Consecuencia lógica de todo ello, con apenas once años el joven Schaaf retiró su primer carnet de socio de la entidad hanseática, y con 17 consiguió entrar en sus categorías inferiores. No tardaría en debutar con el primer equipo: un 30 de abril de 1978, saltaba al tapete de Bochum durante 25 minutos para cumplir su sueño de debutar con la camiseta verde. Aquella tarde, el Bremen perdió por 3-0 pero ganó un mito que se extendería durante las siguientes cuatro décadas.
El Werder venía dibujando una trayectoria errática durante los 70. Campeón de la segunda edición de la Bundesliga en la temporada 64-65, el conjunto del Land más pequeño de Alemania no entró con buen pie en la década de los pantalones de campana, la crisis del petróleo y las películas de Fassbinder. Bremen comenzó a perder población desde el censo de 1969 (607.000 habitantes) y su industria, muy centrada en los poderosos astilleros Vulkan, empezó a decaer en claro contraste con el auge económico del resto de la República Federal. Su equipo de fútbol dibujaría una trayectoria paralela a ese grisáceo panorama social: en 1980, cuando Bremen había perdido un 10 por ciento de sus habitantes de diez años atrás y los astilleros comenzaban a cerrar, el Werder descendió por primera vez a la Bundesliga.2. Entre aquella plantilla que perdió todos los partidos -salvo un empate y una victoria- que disputó lejos del Weserstadion, figuraba el joven y esforzado defensa Thomas Schaaf. Aquel periodo en la división de plata marcaría su espíritu luchador y le revelaría la importancia que para una ciudad deprimida supone un equipo de fútbol en la máxima categoría.
En sólo una campaña, el Werder regresó a primera. Y lo hizo con a las órdenes de una figura que marcaría a la entidad, al fútbol alemán y europeo… y al propio Schaaf. En marzo de 1981, Otto Rehhagel -que ya había salvado al equipo de un descenso en 1976- asumió las riendas del conjunto hanseático. Con él llegó el ascenso, algunos fichajes clave y la consolidación en la elite. Rudi Völler, máximo artillero en segunda con el Múnich 1860 se convirtió en la referencia atacante del nuevo Werder, al que en dos ocasiones se le escaparía el título de liga por diferencia de goles (82-83, en favor del vecino Hamburgo; 85-86, para alegría del Bayern). En seis temporadas, el equipo nunca acabó el curso por debajo del quinto puesto, logrando tres subcampeonatos y exhibiendo un fútbol ofensivo que chirría con la filosofía ultra-conservadora que después encumbraría a ‘King Otto’.
Nuevos futbolistas llegaron, y con ellos los títulos: dos Bundesliga, dos copas germanas y una Recopa, acuñadas sobre el buen hacer de los Herzog, Votava, Marco Bode o Dieter Eilts. Gradualmente, Schaaf fue perdiendo protagonismo sobre el terreno de juego. En 1995, después de una nueva ensaladera que escapaba de Bremen por sólo un punto -rumbo a Dortmund- terminó una era: tras 14 temporadas ininterrumpidas, plusmarca de permanencia en el fútbol alemán, Rehhagel aceptaba la tentadora oferta de dirigir al todopoderoso Bayern. Al mismo tiempo, sin hacer ruido, Thomas Schaaf se quitaba por última vez la camiseta del Werder después de haberla lucido 281 ocasiones en 17 años. Schaaf llevaba varios años compaginando su papel como jugador con el de entrenador del equipo juvenil, por lo que su nuevo rol en el club como adiestrador del filial se asumió como una evolución natural.
La marcha de ‘King Otto’ abrió un periodo de inestabilidad en el club parecido al que había vivido antes de su llegada, a finales de los 70. El Werder dejó de pensar en Europa y se acostumbró a cambiar de técnico cada temporada. Así, en 1999 y con el equipo cerca de la zona de descenso, la directiva prescindió de Felix Magath y recurrió al silencioso entrenador del segundo equipo como una solución interina. Nadie sospechaba que Thomas Schaaf se adueñaría del banquillo duraría década y media ni que se convertiría en el técnico más exitoso de la entidad, aunque el acierto del cambio no tardó en evidenciarse. Sólo un mes después de debutar como primer entrenador, Schaaf había logrado certificar la salvación del equipo y ganar la final de la copa alemana al Bayern -noqueado tras la derrota en la Champions de Barcelona ante el United de Ferguson- desde el punto de penalti. Había arrancado el ‘schaafismo’.
Han pasado 14 años desde entonces. El Werder ha vivido bajo su batuta un periodo de aburguesamiento en la zona noble, marcado por el doblete de 2004 (Bundesliga y copa), por la presencia continuada en competiciones europeas y por un estilo de juego tan gratificante para el espectador neutral como desquiciante para el aficionado local. Su Werder constituyó durante el arranque del siglo XXI un paradigma de equipo tan abiertamente atacante que pareció lastrado por la anarquía defensiva. La pareja que compuso Schaaf y Klaus Allofs proporcionó estabilidad a un proyecto deportivo sugerente, acompañado por un moderado crecimiento de la estructura del club -renovación total del Weserstadion- y trufado de aciertos en los fichajes de jóvenes futbolistas: desde Miro Klose a Marko Marin, de Diego a Mesut Özil, a orillas del Weser se han fogueado grandes futbolistas antes de dar el salto a equipos mejor surtidos económicamente. Las últimas campañas, sin embargo, depararon la marcha de Allofs al Wolfsburgo, un menor grado de acierto en los fichajes y un aumento de la inestabilidad defensiva: tres factores que han acabado con el periodo de Schaaf.
Bremen, hoy, sigue teniendo un tasa de desempleo relativamente elevada (un 11,6%, la más alta de la antigua Alemania occidental). Los grandes astilleros son apenas un recuerdo del pasado. La población se ha estabilizado en torno a los 550.000 habitantes. Pero, por encima de todo, la vieja ciudad hanseática mantiene el orgullo de contar con un equipo que, muy lejos de los grandes en términos financieros, ha conseguido mantenerse entre la aristocracia del fútbol alemán y europeo durante los últimos tres lustros. Thomas Schaaf no habrá destronado a ‘King Otto’ como emperador de los banquillos germanos por apenas un par de meses, pero cuenta con una corona más brillante: el agradecimiento eterno de esos aficionados cuyas existencias orbitan en torno al próximo partido del Werder. Él, con sus ojeras, alopecia y bigote ralo, no es más que uno de ellos.