La historia del Bate Borisov se ajusta a la de esos relatos que se precipitan constantemente. Esos que no dan tregua y que en ningún caso permiten al espectador acomodarse para analizar lo sucedido. En Borisov la pelota circula muy rápido, más de lo esperado. La institución fue fundada en 1973 bajo el nombre de Berezina Borisov (el nombre actual, acrónimo de la fábrica eléctrica de automóviles y tractores que patrocina al club, no lo adoptó hasta 1996) y en sus primeros años evolucionó en el campeonato de la Bielorrussia soviética, integrado en las categorías regionales de la liga de la URSS. El club pronto dejó claro que lo suyo era crecer a pasos agigantados. Muy pronto. De hecho, en su segundo curso de vida ya se alzó con el torneo doméstico. Algo que repetiría en 1976 y en 1979.
Tras dos ascensos consecutivos, y ya con la empresa BATE inyectando capital en las arcas de la entidad, en 1998 debutó en la Primera División de Bielorrusia. La competición había sido creada hacía seis años, como consecuencia de la proclamación de independencia del país bielorruso. Pero fue otra vez llegar y que Borisov besara el santo. Quedó subcampeón en la primera campaña en el máximo nivel, y en la segunda, rememorando la gesta de 1974, se coronó como primer clasificado. El BATE fue, en aquello tiempos, un componente más de todo un serial de candidatos que animaban el panorama nacional, volviéndole competitivo por momentos.
Habiendo quedado desfasado el dominio indiscutible del FC Dinamo Minsk, que sealzó con las cinco primeras ligas disputadas, durante los últimos años del pasado siglo y los primeros del nuevo emergieron nuevas fuerzas futbolísticas en ciudades como la misma Borisov, Mozyr o Soligorsk, que sacaban las uñas para pellizcar un trozo del pastel de cada curso. Este reparto más o menos equitativo de papeles se vio cortado en 2006, cuando el BATE pegó tal salto de calidad que dejó atrás de un plumazo a todos sus contrincantes. Ocho temporadas consecutivas lleva el conjunto amarillo en la cúspide, tiranizando el dominio de la liga con puño de hierro y sin tomarse respiro alguno.
En la Champions League, la trayectoria de la institución presidida hoy por Anatoli Kapski también se ha desenvuelto con la etiqueta de express colgando del perchero. Debutó en la máxima competición continental en 2008, solo 10 años después de su llegada al primer escalón competitivo bielorruso, y tras superar con suficiencia todas las rondas preliminares. En aquel estreno, el plantel se permitió el lujo de visitar estadios como el Santiago Bernabéu o el hoy demolido Stadio delle Alpi. Palabras mayores para los aficionados de una ciudad que no supera los 146.000 habitantes y que vive acostumbrada al rol secundario que le impone su localidad geográfica, muy próxima a la capital del país, en la misma provincia de Minsk. Desde entonces, y contando la actual, el BATE ha logrado cuatro veces el billete para estar en la fase de grupos. Un claro ejemplo de progreso por acumulación de méritos.
Este curso, la Copa de Europa va a tener un sabor especial en Borisov. El causante de ello no es el nivel competitivo del equipo, que una vez más tendrá que esforzarse para ser al menos una piedra fastidiosa en los zapatos del resto de integrantes de la liguilla. El motivo por el cual la ilusión de la región bielorrusa se ha multiplicado en esta edición es que, a partir de este año, el BATE podrá jugar los partidos en casa. Y cuando digo en casa, digo en su propia ciudad, algo que el club todavía no ha experimentado nunca. Como el antiguo Estadio Haradski de Borisov no podía satisfacer los requisitos de seguridad de la UEFA, el club –y su masa social, en consecuencia- se había visto obligado hasta hoy a recibir a sus rivales europeos en el Estadio Dinamo de Minsk. Pero con la construcción del Borisov Arena, con capacidad para un poco más de 13.000 espectadores, se ha puesto fin a esta tendencia. El Athletic Club, que precisamente también estrenó nuevo hogar no hace mucho, se convertirá este martes en el primer invitado internacional al nuevo feudo.
El flamante Borisov Arena, con su aspecto coqueto y una fachada novedosa estampada en burbujas, se prepara para vestirse de gala. Con la inauguración de este estadio en una noche europea, el club bielorruso tendrá por primera vez la sensación de haber cerrado un círculo en su todavía corta historia. En el fútbol, 24 años no son nada. El BATE se ha hecho mayor, después de pasarse toda una vida con el pie puesto sobre el pedal del acelerador de los tiempos.