Narsingh acababa de fallar el octavo tiro del PSV, la suerte de los holandeses echaba humo en el larguero y Juanfran intentaba anestesiarse con los bramidos de la grada del Calderón. Hasta que alguien se le acercó, le pegó un golpecito en la espalda y le dijo: “Juan, que vas tú”. Y allí que fue, a paso lento y tembloroso, parpadeando mucho, directo al círculo de cal. Cogió carrerilla con dudas, sin saber muy bien qué hacer, como cuando alguien le da caladas a un cigarrillo por primera vez. No imaginó el golpeo, simplemente tropezó con él. Disparó a la izquierda del portero y el balón voló hasta escuchar la red. Aquel sonido lo precipitó todo. El Atlético, tras prórroga, penales y sudores, ya estaba en los cuartos de la Champions League. Más tarde llegarían las semis. Y a la postre, la final contra el Real Madrid.
Entre todas las virtudes divinas que se le empiezan a suponer a Diego Pablo Simeone, hay una que brilla más que el resto. Es esa capacidad que tiene el entrenador de penetrar en la cabeza de sus jugadores, de rebuscar entre sus cajones, para morderles el ADN y convertirlos en fieles devotos de su idea futbolística. Una especie de terapia freudiana –salpimentada con granos de pasión argentina- que ha servido para catapultar el carácter competitivo, y con ello las carreras, de jugadores como Godín, Gabi, Koke, Saúl o Griezmann. Aunque el caso de Juanfran Torres, en ese sentido, es el más paradigmático de todos. Llegó al Atlético en enero de 2011 siendo un extremo de arrebatos ofensivos y semidesconocido a nivel internacional. Cinco cursos después, y tras haber pasado por el filtro del ‘Cholo’, hoy Juanfran es uno de los laterales derechos con mejor reputación de la liga española y un fijo en las convocatorias de la absoluta para las grandes competiciones.
Aunque la metamorfosis de este carrilero treintañero con poco aspecto de divo –pelo desnivelado, cuerpo encorvado, patillas espesas, brazos sin tinta- tampoco acaba ahí. Llega hasta lo emocional, y de ahí que se vincule tan intensamente su progresión al poder persuasivo de su actual míster. Juanfran creció en el seno de una familia plagada de hinchas del Real Madrid –su propio padre lo era-, pasó la mayor parte de su etapa formativa en la cantera del eterno rival de los atléticos, e incluso llegó a debutar como profesional con el primer equipo blanco. Hoy en día, sin embargo, y después de haberse consolidado como intérprete fundamental en el ciclo exitoso que viven los ‘colchoneros’, Juanfran no duda al afirmar que “siento el Atlético como si fuese parte mía desde pequeñito”.
Así es el de Crevillente, un alumno fiel, atento y ejemplar, de los que ya están levantando el dedo antes de que el profesor haya acabado de escupir la pregunta. Es sabido que cada día acude una hora antes al Cerro del Espino para cuidar el cuerpo y pulir el estilo. Su reubicación en la pizarra, de hecho, no tuvo que ser un proceso sencillo. El rol que le exigían varió de un momento para otro. De encarar a los rivales pasó a tener que contenerlos. De salir de la finta y buscar el disparo, a aguantar la posición y meter la pierna. Gregorio Manzano fue el primero que lo probó en el lateral, aunque los que le fijaron ahí fueron los que vinieron después. El ‘Mono’ Burgos y Juan Vizcaíno, asistentes del ‘Cholo’, estuvieron encima suyo durante varias semanas para que el cambio de registro fuera lo menos traumático posible y, sobre todo, para que acabara dando sus frutos. Y así fue. Actualmente es difícil encontrar espacios en blanco en la hoja de servicios de Juanfran como carrilero. De hecho, es desde esa misma nueva posición que también se ha ganado la confianza de Vicente del Bosque. Durante la fase de clasificación para la actual Eurocopa, el atlético fue titular en siete encuentros, y aunque Dani Carvajal también lleva un par de temporadas a buen tono, lo más probable es Juanfran sea la primera opción para el lateral derecho en Francia, pues, curiosamente, da la sensación de aportar más consistencia a la zaga.
En Juanfran no abunda ni la finura técnica ni la fortaleza física; ante cualquier otro aspecto, se sobrepone la intensidad casi espartana con la que vive el juego
Nadie sabe qué hubiera sido de él si no se hubiese alejado la zona de ataque. Como tampoco dónde estaría si no hubiera acabado cayendo, como Obélix, en la marmita rojiblanca, y si no hubiera coincidido con Simeone, su mentor por excelencia. Necesitado de minutos para seguir curtiéndose, salió del Real Madrid con 20 años recién cumplidos, y estuvo cedido durante una temporada en el Espanyol, donde levantaría la Copa del Rey, el primer título de su carrera. Unos meses después, volvió a cambiar de aires y encontró cobijo en el vestuario de Osasuna. Durante su estancia en la entidad navarra, y aunque pueda sonar tendencioso, vivió un par de capítulos que comenzaron a separarle sentimentalmente del club de su infancia. Ambos tuvieron lugar en la campaña 2008-2009. En el Real Madrid-Osasuna de la primera vuelta, disputado en enero en el Santiago Bernabéu, Juanfran acabó expulsado después de que Pérez Burrull entendiera que había simulado dos penaltis que en realidad lo eran. En medio del escándalo, los madridistas se aferraron a la lógica que mandaba su escudo y se impusieron por 2-1. La venganza del canterano, sin embargo, llegaría en mayo, en el encuentro de vuelta entre ambos equipos. Con empate a uno en el electrónico, y estando ya avanzado el segundo acto, Juanfran apareció de la nada, soltó un latigazo más seco que el whisky en ayunas y anotó un tanto que no sólo dejó a los blancos sin puntos, sino que además selló la permanencia de Osasuna en Primera. ¿Y lo celebró? Vamos si lo celebró. “Ha sido el gol de mi vida”, comentaría el héroe después del duelo.
Por aquel entonces, su trayectoria profesional todavía no había dado un vuelco. El vuelco. Eso pasó tiempo después, cuando Simeone dio a luz a un tipo reinventado. Y ahí sigue Juanfran, subido a su propia parábola. De desear triunfar en el Real Madrid a suspirar por batirle en una gran final europea.