Cuando el escritor Wolf Wondratschek (Rudolstadt, 1943) recibió un encargo del semanario Die Zeit para escribir un poema futbolero en 2006, no pensó en ninguno de los mitos de la Alemania eterna. No pensó en Beckenbauer, ni en el Torpedo Müller, ni siquiera en Sepp Maier. Wondratschek optó por perfilar al tosco defensa Hans-Georg Schwarzenbeck, ‘el limpiador del Kaiser’, para siempre unido a aquel fatídico tanto en el último minuto de la final de 1974 que hurtó al Atlético de Madrid la Copa de Europa.
Quizá porque nadie como Schwarzenbeck para simbolizar el fútbol industrial de aquel Bayern que amasó títulos sin brillo durante los 70.
Un Bayern, por lo tanto, que no podría ser más diferente del actual.
vereinfachter Mechanismus, nichts
Brasilianisches,
kein Sternenlauf, kein Jubel in den
Fußgelenken,
Standbein, Schussbein, nichts für
Genießer,
und trotzdem einer, dessen die
Menschen,
die ihn spielen sahen, gedenken.
Ein großer Dorn, der stach und dicht
hielt,
der die Anstürmenden ersaufen ließ, das
Feuer zertrat,
das sie bereit waren zu entfachen.
Nichts da,
ich arbeite, ich komme aus der Vorstadt,
ich bin geboren für das Einfache.
Nicht einmal
Siege sind es am Ende, die zählen.
Unzuständig für alles Künstlerische!
Kein Dribbling, kein nie gesehener
Trick,
stattdessen Luft für neunzig Minuten,
und notfalls
für die Verlängerung, wenn die Kollegen
Krämpfe quälen.
Merkwürdig, daß so einer, eckig wie eine
leer gegessene
Pralinenschachtel, etwas trifft, das rund
ist.
mecanismo sencillo, nada brasileño,
sin velocidad de estrella ni alegría en los tobillos,
pierna de apoyo, pierna de disparo, nada para el disfrute,
y sin embargo uno de esos
que quienes vieron jugar recuerdan.
Una gran espina, que punzante y afilada se mantuvo,
que a los atacantes ahogaba,
y el fuego, cuando a punto estaba de declararse, apagaba.
Nada,
yo trabajo, vengo de los suburbios,
nací para la simplicidad.
No siempre
las victorias son al final lo que cuentan.
Incapaz para nada artístico,
sin regate, sin trucos nunca vistos,
en su lugar oxígeno para 90 minutos,
y si hace falta para la prórroga,
cuando a los colegas los calambres torturan.
Llamativo, que alguien cuadrado
como una caja de bombones vacía, acertara con algo redondo.