PUBLICIDAD

Christian, Iván, Max y Florent

Las selecciones semifinalistas de la Copa de África deben su condición a intérpretes de segundo plano. Cuatro historias singulares que se cruzan

GHANA – GUINEA ECUATORIAL

Ghana se enfrentaba a Guinea en los cuartos de la CAN, mandaba en el marcador por dos goles de diferencia y Wakaso Mubarak se disponía a servir una falta intrascendente desde el círculo central del terreno de juego. En esas que el centrocampista del Celtic, consciente de que lo más útil pasaba por hacer precisamente algo inútil, precipitar el reloj para que acabara cuanto antes el encuentro, envió un obús transversal, desesperado, directo al banderín de córner del campo contrario. Mientras observaba ese balón aéreo que se acercaba desalmado a su zona del campo, Christian Atsu recordó su huida de los campos de cultivo de Accra, mucho tiempo antes, donde estuvo trabajando junto a su padre durante los primeros años de su adolescencia. También se le pasó por la cabeza, antes de rescatar esa pelota de la nada, ese día en el que el Feyenoord, tras verlo destacar en varios campeonatos escolares, le propuso que ingresara en su academia de Gomoa Fetteh. Más tarde llegarían los ojeadores del Oporto, que se hicieron eco de los cantos de sirena que insinuaban que ese chico escurridizo y peleón era el mayor talento que había visto brotar el país ghanés en años. Y al cabo de un tiempo quién llamaría su puerta sería el Chelsea, que les pagó cuatro millones de euros a los portugueses para arrebatarles a la promesa. Con contrato con los ‘blues’, Christian se ha fogueado marchándose cedido a Portugal y Holanda, hasta que este verano se lo pilló de prestado el Everton, con el que hoy trata de demostrar que merece un hueco en la Premier.

462582378
Guinea Ecuatorial vive de la labor de Zarandona en el medio

Atsu, de nuevo con los sentidos puestos en el partido decisivo de su combinado nacional, amortiguó la piedra de su amigo Wakaso con el pecho, fintó al rival yéndose hacia dentro y, todavía muy escorado, escupió un mísil tan primoroso que tal y como salió despedido de su zurda supimos de antemano que no merecía otro destino que no fuera el fondo de la portería. Probablemente, ese haya sido el mejor gol de lo que llevamos de torneo, su segundo en el encuentro, y el mismo que le sirvió a Ghana para acabar de certificar el pase a las que serán las quintas semifinales que la nación juega de manera consecutiva en la Copa de África. Obra de un jovenzuelo (todavía tiene solo 23 años) al que el torneo le está viniendo de maravilla para pedirle más oportunidades a Roberto Martínez, y que está consiguiendo estos días que nadie se acuerde de las sonadas ausencias de Boateng o Muntari, sus polémicos compatriotas. Malabo ya espera otro capítulo de la saga de este extremo puro, enérgico e hiperactivo, que años atrás se demostró a si mismo que un balón era una magnífica excusa para no tener que seguir el sacrificado oficio de su familia.

Aunque también los hay que no les ha ido tan mal con eso de seguir las tradiciones de sus parientes. Es el caso de Iván Zarandona, centrocampista de la anfitriona, rival de las ‘Estrellas Negras’ en las semis, y hermano menor de Benjamín, ese tipo con trenzas en el pelo que nos acostumbramos a ver jugar de verdiblanco y cuya voz hoy escuchamos de vez en cuando en la radio. El caso de Iván se aleja bastante del de Atsu. Básicamente porque ya ha soplado 34 velas, con lo que conoce a la perfección los vaivenes del fútbol. Los conoce hasta tal punto, de hecho, que ha tenido que familiarizarse más de la cuenta con la faceta más jodida del deporte. Exjugador de muchísimas entidades que sobreviven como pueden en las catacumbas de fútbol español, Zarandona sabe qué es que no te paguen una nómina o qué se siente al jugar cada fin de semana en campos de césped artificial y con solo un puñado de espectadores en la grada. De su último destino en nuestras tierras, el SD Noja, escapó como pudo en 2013, pues llegó un momento en el que la deuda del club cántabro era tal que el jugador, a de parte no recibir retribución alguna por jugar al fútbol, tenía que poner dinero de su bolsillo para mantenerse en él.

Su fuga le llevó hasta Hong Kong, y allí, en las antípodas del balón, recuperó la sonrisa. El fútbol es un estado de ánimo, como decía Jorge Valdano. Y la mejor demostración que el de Iván está por las nubes es la Copa de África que nos está dejando, como pulmón de la sorprendente Guinea Ecuatorial. Un rendimiento notable que incluso la ha valido para aparecer en el once ideal de la fase de grupos.

COSTA DE MARFIL – RD CONGO
462573284
Ibengé (izquierda) es uno de los técnicos de moda en África

Costa de Marfil llegó a la presente Copa de África con mucha ilusión depositada en la figura de Gervinho, mayúsculo en su última aventura en Roma. Un hilo de esperanza que sin embargo se fue al garete a las primeras de cambio, concretamente en el momento en el que al extremo se le cruzaron los cables, abofeteó a un rival en el debut y se ganó dos encuentros de sanción. Pero a veces, los peores escenarios son los más ideales para que florezcan nuevos y remozados artistas. Así ha sucedido con ‘Los Elefantes’ en Guinea Ecuatorial. Max Gradel, que apuntaba a suplente, necesitó sólo dos partidos para meterse a todos sus paisanos en el bolsillo. Los dos goles que anotó en la liguilla (uno para empatar a Mali, el otro para vencer a Camerún) fueron trascendentales para mantener vivo al equipo en el torneo. El impacto del extremo del Saint-Étienne ha sido tan notorio que cuando llegaron los cuartos y Hervé Renard pudo volver a alinear a Gervinho, en vez de sacar a Gradel del once –que hubiera sido lo lógico, pues es su relevo natural-, decidió quitar a Seydou Doumbia. Y la respuesta de Max a la confianza depositada en él volvió a ser sorprenderte: dos asistencias de libro a Bony para convertirle en el protagonista de la clasificación.

Curioso como Costa de Marfil, uno de los pocos combinados de la CAN que puede seguir presumiendo de jugadores universales, como los Touré o el propio Gervinho, tenga que recurrir a revulsivos poco reconocidos para mantener intactas sus opciones al título final. Quién no tiene tanta canela para confeccionar sus alineaciones es Florent Ibengé, entrenador del último semifinalista, la República Democrática del Congo.

En Occidente, para calibrar la popularidad y los méritos de un personaje, solemos tirar de Wikipedia. Se trata de un tic postmoderno que cada vez utilizamos más frecuentemente, y que, aunque en muchas ocasiones nos salva el culo, algunas otras nos induce a terribles equivocaciones. Si fuera por el portal digital (sólo le destina una línea de texto), Ibengé sería un tipo poco conocido, no mucho más que nuestra vecina o el quiosquero. En el antiguo Zaire, sin embargo, el técnico es uno de los iconos de los últimos tiempos. Sobre todo a raíz de su experiencia al frente del Vita Club, el equipo más representativo del país, al que condujo hasta la final de la Champions africana (perdió el duelo decisivo ante el Sétif argelino). No es de extrañar, pues, que la población confíe en sus conocimientos para levantar el título continental, un logro que los congoleños no alcanzan desde 1974. Florent, además, entrenó hace algunos años en China, donde coincidió con Nicolas Anelka. El francés dio el salto al continente asiático después de jugar en el Chelsea, el mismo club que algún día podría tener como referente, quién sabe, a un tal Christian Atsu.