Este reportaje está extraído del #Panenka109, un especial sobre el fútbol en los Juegos Olímpicos que sigue disponible aquí
Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero se llevaban diez años de diferencia y, sin embargo, en el interior de aquella embarcación parecían gemelos. Por edad, pero también por carácter, había dudas sobre si harían un buen tándem en los Juegos de Helsinki de 1952. Dudas que se desvanecieron el 23 de julio, cuando la pareja le sacó más de seis segundos a su principal perseguidora y ganó la final de la prueba olímpica de doble par de remos sin timonel. En el fiordo de Meilahti, perteneciente a la capital de Finlandia, Capozzo, la técnica, y Guerrero, la fuerza, sincronizaron sus movimientos para llevarse, con total merecimiento, la medalla de oro. Entonces no lo sabían, pero tendrían que pasar 52 años hasta que otro deportista argentino, de cualquier disciplina, pudiera volver a colgarse el máximo honor olímpico.
La espera, larguísima, acabaría valiendo la pena. Medio siglo después y en la cuna de las Olimpiadas, Grecia, las dos actividades más practicadas del país sellarían el regreso triunfal a lo más alto del podio. Con escasas horas de diferencia, fútbol y baloncesto desatarían la locura en una jornada frenética.
LA REVÁLIDA DE BIELSA
Si el fútbol tiene la capacidad para aliviar dolores sociales, el Mundial de Corea y Japón de 2002 era poco menos que un chute de Diazepam para una Argentina desquiciada. El país había arrancado el siglo con mal pie. Como escribió Jonathan Wilson en su libro Ángeles con caras sucias, “al final del milenio, la economía quebraba y la única institución que funcionaba era Boca Juniors”. La crisis, el corralito y los disturbios golpearon los últimos días de 2001, los más trágicos de su historia reciente. El pueblo sentía que la ‘Albiceleste’ de Bielsa podía devolver la sonrisa a la gente. Por eso la repentina eliminación en la fase de grupos, a altas horas de la madrugada para mayor tenebrosidad, dejó una peligrosa sensación de vacío. La reacción de la AFA no se hizo esperar: ratificó al seleccionador, antes de que admiradores y detractores empuñaran las armas. “Con perspectiva, aquella fue una decisión valiente. Mantener a Bielsa dio oxígeno. El fútbol tiene la capacidad de unir en los malos momentos y su continuidad fue positiva”, razona Óscar Barnade, periodista e historiador de Clarín.
El equipo de Bielsa cerró el torneo invicto, con 17 goles a favor y ninguno en contra. La selección de baloncesto se tomó la revancha ante Serbia y eliminó al ‘Dream Team’
De golpe, el horizonte olímpico de 2004 empezó a cobrar sentido. O al menos todo el sentido que se le puede otorgar a una competición que jamás estará a la altura del resto de torneos de selecciones pero que tiene la particularidad de hacer olvidar catástrofes como la vivida en tierras asiáticas y desgracias como la ocurrida en la final de la Copa América de aquel mismo año, con Argentina perdiendo ante Brasil en los penaltis. Los Juegos de Atenas se convirtieron en una apuesta personal del Bielsa, quien desdobló sus funciones para ponerse al frente del combinado sub-23 mientras lideraba con autoridad y buen juego a la absoluta en el camino hacia el Mundial de Alemania. “No era habitual que el entrenador se hiciera cargo de la selección olímpica”, señala Gustavo Ronzano, hoy periodista de la Televisión Pública de Buenos Aires y que cubrió aquellos Juegos para Clarín. “Sí hay ejemplos en categorías inferiores: Menotti, después de ganar el Mundial de 1978, dirigió a la selección juvenil campeona del mundo en 1979, en Japón, con Maradona y Ramón Díaz como estandartes. En el caso de Bielsa, siempre siguió muy de cerca a todos los que consideraba seleccionables”, continúa. ‘El Loco’ lleva el espíritu formativo en su ADN: buscar talentos, pulirlos, equilibrar fuerzas y gestionar jerarquías son cuatro pilares de su filosofía. Para las tres plazas reservadas para mayores de 23 años que el COI permitía desde Atlanta’96, recurrió a Ayala, Heinze y ‘Kily’ González. Tres grandes amigos, apasionados y profesionales.
El fútbol olímpico no es comparable a un Mundial. Pero la pureza competitiva que rodea al evento y su espíritu cada vez más alejado del profesionalismo cautivaron a Bielsa. “Marcelo aprovechó el torneo para consolidar su método y reforzar a jóvenes en ascenso, como Mascherano, Tevez o D’Alessandro. Pero también se entusiasmó con la experiencia olímpica y eso contagió a los aficionados”, explica Barnade, recordando cómo los horarios intempestivos no fueron un obstáculo para que la gente acabara enganchada al televisor. “El plantel se concentró en Patras pero cuando conocieron la villa olímpica quedaron encantados y repitieron. Bielsa disfrutó mucho de ese espíritu amateur”, asegura Ronzano. “Disfrutó y se reivindicó”.
LA GENERACIÓN DORADA
Aunque por razones distintas, la selección de baloncesto también llegó a los Juegos herida. “Habían sido los mejores en el Mundial de Indianápolis de 2002 y solamente el ‘robo’ ante Yugoslavia en la final los privó del título. Para ser justos, quizá también faltó experiencia, oficio, veteranía, el equipo pudo cerrar el partido y no lo hizo”, recuerda Julián Mozo, director de comunicación de la Confederación Argentina de Básquet que, en aquellos años, cubría para Olé las andanzas de la generación dorada, una camada irrepetible. “Argentina siempre ha tenido tradición por el básquet pero le fallaba el biotipo de jugador. Pero entre 1970 y 1981 nacieron unos 25 tipos que pasarán a la historia del baloncesto mundial. Con eso está todo dicho”, argumenta.
El impacto mundialista hizo que la selección se sintiera candidata a todo en los Juegos. “Obviamente al oro no, porque eso estaba prácticamente delimitado para los Estados Unidos, pero sí a conseguir una medalla”, rememora Mozo, feliz de haberse equivocado. “Era un equipo más maduro, que había incorporado a Delfino y Herrmann respecto a 2002, pero que a la vez había atravesado problemas internos en forma de roces y divergencias. La exigencia del seleccionador, Rubén Magnano, estaba llevando al límite al grupo”. Se palparía esa tensión en el debut, ante Serbia, curiosamente el mismo país que cuatro días antes había sido vapuleado por Argentina en el estreno del torneo futbolístico (6-0 con doblete de Tevez). En el parqué no habría la misma superioridad. “Aquella Serbia estaba compuesta prácticamente por los mismos jugadores que habían ganado a Argentina en la final del Mundial representando a Yugoslavia, por lo que el choque tuvo aires de revancha”, apunta Mozo. Y así fue. En un partido vibrante, y cuando todo parecía perdido, un lanzamiento desequilibrado de Manu Ginóbili dio la victoria al cuadro sudamericano en el último segundo. “Fue un debut impresionante, una palomita histórica de Manu, precisamente Manu, que había jugado la final del Mundial con dolor en el tobillo, y que por ello había perjudicado al equipo”, agrega el también autor del libro Ginóbili, el señor de los talentos. Debutar a la épica ante la vigente campeona del mundo fue un punto de inflexión determinante, pero no el único. Argentina ‘desconectaría’ en la fase de grupos ante Italia y España, pero acabaría pasando a cuartos, donde le esperaría Grecia. “Ante los anfitriones Argentina jugó un partido dificilísimo que desatascó Herrmann de manera increíble. Ya lo había demostrado ante Serbia, pero aquel grupo se había transformado en un monstruo competitivo”.
OCHO HORAS DE DIFERENCIA
Los chicos de Bielsa tuvieron un camino más cómodo. Tras el apabullante debut ante Serbia, ganaron a Túnez (2-0) y a Australia (1-0) antes de afrontar las eliminatorias, que despacharían con todavía más autoridad: 4-0 a Costa Rica en cuartos; 0-3 a Italia en semis. “Era el equipo típico de Bielsa: ambicioso, voraz, intenso. Siempre salió con la misma formación y el mismo sistema: 3-3-1-3 en el que D’Alessandro era el nexo con el ataque. Tevez, estrella absoluta del torneo con ocho goles, en la delantera y Rosales y Delgado en los costados”, analiza Ronzano.
Argentina ya sabía lo que era jugar una final olímpica. Y las dos veces salió derrotada. En 1928, por Uruguay, la bestia negra de principios del siglo XX, que también se impondría en la final de la primera Copa del Mundo, dos años más tarde. Y en 1996, por una sorprendente Nigeria, que no se dejó intimidar por los Zanetti, Ayala, Sensini, Ortega, Simeone, Gallardo, Gustavo López, Hernán Crespo o ‘El Piojo’ López, una plantilla que quitaba el hipo.
El 28 de agosto, en el Olímpico de Atenas, mediodía griego con un calor asfixiante, esperaba Paraguay. Ocho horas después sería el turno del baloncesto. Si Argentina quería estar en la final, debía vencer a los Estados Unidos. “En Indianápolis ya lo había logrado, rompiendo la racha de 58 partidos seguidos sin perder de la selección estadounidense. Desde que competía con jugadores NBA, lo había ganado todo. Pero en los Juegos era distinto: ahí estaban Duncan, Lebron, Iverson, Wade… Nadie lo creía posible”, dice Mozo. Y ocurrió lo inesperado. Argentina ganó 89-81 al ‘Dream Team‘ y lo envió a luchar por el bronce por primera vez desde Barcelona’92. “Fue impresionante, un derroche de carácter”, continúa Mozo. “Los mejores del mundo podrán estar en la NBA, pero el mejor equipo es Argentina”, escribió el USA Today. Hasta Gregg Popovich, asistente de Larry Brown, amenazó medio en broma a Ginóbili con excluirlo de los San Antonio Spurs.
Los dos oros fueron históricos porque fueron los primeros en ambas disciplinas. Sin embargo, con el tiempo el de baloncesto ha ganado peso
Tras el subidón, no se podía fallar en el duelo decisivo. No otra vez. Los argentinos, con un Scola especialmente inspirado, aplastaron a los italianos (84-69). Algunos jugadores incluso rompieron a llorar con el partido en juego. “El equipo festejó un rato ante Estados Unidos y enseguida se juramentó no perder la final. Aunque Italia era la sorpresa, no se relajaron. Jugaron con una mentalidad asesina”, asegura Mozo.
Cuando el árbitro pitó el final, la expedición futbolística ya estaba viajando a casa con el metal más preciado. Había ganado a Paraguay por la mínima, gol de Tevez, y cerrado el torneo con pleno de victorias y un balance de 17 goles a favor y cero en contra. En la portería de Germán Lux no se coló ni el aire. Años más tarde, el central Ayala ahondaría en el valor de la experiencia olímpica, tan minusvalorada, a veces, por la élite balompédica: “El oro de Atenas me sirvió para valorar la plata de Atlanta’96. En la villa conocí a atletas dispuestos a dar su vida por una medalla, y eso me hizo ver que yo tenía una de plata en casa que me ofendía, porque me recordaba que había sido segundo. Fue una lección. Hoy la medalla de plata la quiero tanto como la de oro. Por respeto a todos los atletas argentinos tiene que ser así”.
Los dos oros fueron históricos porque fueron los primeros en ambas disciplinas. Sin embargo, con el tiempo el de baloncesto ha ganado peso. Lo defiende Mozo: “El fútbol estaba predestinado a ganar. Pero que lo hiciera el básquet, en un país en el que no hay gente alta, ni predominan las razas negra y eslava, con tantos problemas económicos y de infrastructuras… Eso sí fue increíble. No tengo dudas de que es la mejor selección argentina de cualquier deporte, más que la de México’86 con Maradona”. A Barnade le vale una imagen para poner en perspectiva la trascendencia de aquella fecha: la de la tapa y la contratapa del suplemento especial de Clarín, que siguen colgadas en el pizarrón central de la redacción. “Trabajar aquella jornada fue inolvidable. Para muchos fue el día más importante del deporte argentino. Los horarios, además, provocaron escenas curiosas. El primer éxito, el fubolístico, se celebró en las discotecas, con los hinchas tomando el Obelisco al amanecer. Fue un festejo muy juvenil”, recuerda. “Y luego, al mediodía de acá, el baloncesto. Imagínate: ¡todo un día de celebración!”.
Las fotos de los jugadores de fútbol y básquet con la medalla en el cuello y la corona de olivo en sus cabezas siguen apareciendo en los medios cada 28 de agosto. Las crónicas deportivas al fin pudieron dejar de viajar a Helsinki a través de la memoria de Capozzo y Guerrero. 52 años después, los sucesores surgieron, también en sincronía, de los dos deportes más populares del país.
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Fotografías de Imago y Alamy.