Ya suma dos etapas como futbolista de Peñarol, ha vestido la camiseta del Manchester United, por su vida han pasado Van Gaal, Mourinho y Nico Kovac, y ha trabajado a las órdenes de Zinédine Zidane. Y solo tiene 25 años.
El lateral derecho Guillermo Varela quema etapas a mucha velocidad. Quizá demasiada. Recién cumplida la mayoría de edad, en 2011, debutó con la zamarra de Peñarol, mientras se asentaba en las inferiores de Uruguay. La suya parecía la vieja historia del talento sudamericano que necesita cruzar el Atlántico para ir a buscar su techo. Y eso fue lo que le permitió al United hacer la llamada. De un grande, Peñarol, a un filial, el equipo reserva de los Diablos Rojos. Y un año después, el salto a otro filial, el del Real Madrid, justo en el momento en el que Zidane tomaba sus riendas. Con el hoy técnico del primer equipo blanco, maduró, aprendió y, sobre todo, jugó. Fueron 33 partidos en Segunda B los que completó en su cesión al club blanco. A su vuelta a Mánchester, otro padrino ilustre, Louis Van Gaal, le hizo debutar en competición doméstica y europea. Mientras alternaba el primer equipo y el filial, se alzó con el título de los sub-21. Se empezaba a adivinar el camino a la cima, pero la vida deportiva de Varela siempre ha ido ligada a las decisiones de grandes personalidades, para bien y para mal: la llegada de José Mourinho a Old Trafford le cerró las puertas al Teatro de los Sueños; en plena pretemporada (2016), el portugués, tan directo, le dijo que sus opciones de jugar eran escasas. Varela, lateral impetuoso y ofensivo, llamó la atención del Eintracht de Frankfurt.
Había llegado el momento de asentarse en el primer equipo de un conjunto de una gran liga europea. Y en el banquillo -no podría ser de otra manera-, otro mito: Niko Kovac. Pero de golpe todo falló, y de la forma más extraña. Cuando el club estaba dispuesto a contratar al jugador, que había llegado cedido, Varela decidió hacerse un tatuaje contraviniendo las directrices del club. Una inflamación lo delató. El Eintracht no le perdonaría la rebeldía, y sería tajante: “El camino de Guillermo en el Eintracht se ha acabado”, dictó Fredi Bobic, director deportivo del club de Fráncfort. Así, de la manera más excéntrica, se terminó una aventura europea sui generis.
Se cerró una puerta, se cortó el sendero, así que rehizo sus pasos. Se comprometió con Peñarol, al que no ha querido dejar en la estacada para escuchar nuevas ofertas europeas. Cuando se vuelva a marchar, esta vez ya tendrá las lecciones aprendidas, grabadas en la piel; y llegará para triunfar.