No resulta difícil imaginar el asombro en la cara de los jugadores uruguayos. ¿Qué ha sido eso? ¿Cómo es posible?
Hubo asombro, pero también protestas. Es ilegal, dijeron. Hay falta al portero, argumentaron.
En realidad, estaban siendo testigos de un momento fundacional en la historia del fútbol, pero no lo sabían. Ellos, los futbolistas de la selección de Uruguay, acababan de encajar el primer gol de córner directo del que existe constancia. No tardó en ser bautizado: gol olímpico.
Ocurrió el 2 de octubre de 1924, hace exactamente 100 años, en la ciudad de Buenos Aires.
Jugaban Argentina y Uruguay un partido amistoso, casi de homenaje: Uruguay venía de proclamarse campeona olímpica de manera brillante, pero inesperada. Nadie contaba con esa selección que representaba a un país muy poco conocido en Europa en aquellas fechas, pero Uruguay conquistó el oro en los Juegos de París de 1924 tras ganar todos sus partidos. Sus rivales fueron Yugoslavia, Estados Unidos, Francia, Holanda y Suiza. Fue la primera selección sudamericana que obtuvo una medalla olímpica en fútbol.
De regreso a su país, Uruguay se comprometió a jugar dos partidos contra Argentina. El primero, en Montevideo, acabó 1-1. Se jugó el 21 de septiembre de 1924.
Fue el primer gol del partido: lo marcó Cesáreo Onzari, futbolista argentino de orígenes vascos. Su disparo entró directamente en la portería, para asombro (y enfado) de los uruguayos, que reclamaron falta a su portero
El segundo se concertó para una semana después, en la capital de Argentina. Pero no se pudo jugar porque fue tal la expectación en el campo del Sportivo Barracas -en el barrio de Boca- que la policía se vio incapaz de asegurar el orden público.
Se fija una nueva fecha, el 2 de octubre. Entretanto, se instala una valla que separa el terreno de juego de las gradas.
Detrás de una valla
Y lo que era un amistoso de homenaje a los campeones olímpicos se convertirá en un partido que pasa a la historia del fútbol, porque es el primero que se juega tras una valla. Y será el primero en el que se vea un gol marcado directamente desde el saque de esquina.
Fue el primer gol del partido: llegó en el minuto 15 y lo marcó Cesáreo Onzari, futbolista argentino nacido en 1903 en Buenos Aires, de orígenes vascos. Su disparo entró directamente en la portería, para asombro (y enfado) de los uruguayos, que reclamaron falta a su portero, Andrés Mazali. En realidad, Mazali había chocado con uno de sus compañeros, José Nasazzi.
¿Gol legal o acción ilegal?
Pero el árbitro, Ricardo Villarino, uruguayo como ellos, no les hizo caso. Aplicó fielmente el artículo 11 de las reglas del juego, que unos meses antes había sido modificado por la International Board, que autorizaba a marcar desde el córner, ya que el saque de esquina dejaba de ser lanzamiento indirecto.
Resignados, los uruguayos se consolaron. Onzari no había tenido la intención de disparar a puerta. Fue cosa del viento, se dijeron para animarse entre ellos. Perdieron el partido 2-1, por cierto.
“Salió porque tenía que salir. No hubo otra cosa. Nunca más pude hacer un gol igual”, confesó tiempo después Onzari.
El gol se llamó olímpico porque lo encajó el equipo que venía de ganar el oro en los Juegos.
A Onzari, ese tanto le cambió la vida: Boca lo fichó para formar parte de su gira europea en 1925, y disfrutó de una prolífica carrera como internacional. Durante toda su vida aseguró que su gol no había sido fruto de la casualidad
A Onzari, ese tanto le cambió la vida: Boca lo fichó para formar parte de su gira europea en 1925, y disfrutó de una prolífica carrera como internacional. Falleció en 1964. Durante toda su vida aseguró que su gol no había sido fruto de la casualidad.
Su legado es una suerte futbolística muy poco habitual: no es frecuente ver goles olímpicos. En la historia de la Copa del Mundo, de hecho, solo consta uno, el que marcó el colombiano Marcos Coll al ruso Lev Yashin en 1962.
El gol olímpico aún mantiene una capa de misterio y de fenómeno paranormal. Rompe esquemas y desmonta tácticas. Es algo inesperado, imprevisto; extravagante incluso.
Lo explicó mejor que nadie Eduardo Galeano: “Aunque han transcurrido muchos años, la desconfianza continúa: cada vez que un tiro de esquina sacude la red sin intermediarios, el público celebra el gol con una ovación, pero no se lo cree”.