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La garrita charrúa se afila en Euskal (H)erria

Euskal Selekzioa y Uruguay se enfrentan este sábado. Dos territorios relacionados históricamente por el fútbol. Viajamos a Montevideo para desvelar las causas de este curioso vínculo

charrúa

Antes de que algún vasco se lance a la yugular de la antropóloga madrileña que firma estas palabras, quepa aclarar que la ausencia de una “h” en el título tiene por motivo que el topónimo al que hace referencia se ubica geográficamente en el Cono Sur y no, como cabría pensar inicialmente, cercano al Mar Cantábrico. Se ubica en Uruguay. En su capital, Montevideo. En el barrio de Malvín Norte. En la Rambla Euskal Erria. Sirvan estas líneas como agradecimiento a los gurises –o chavales– de Belgrano, a su cuerpo técnico y a las madres y familias que de su mano me permitieron conocer una ciudad, y quizá un país, a través de sus canchas de baby fútbol.

Al recibir la noticia de que este sábado 23 de marzo se disputaría un encuentro entre la Euskal Selekzioa de Jagoba Arrasate y la Selección de Fútbol de Uruguay de Marcelo Bielsa, pronto empezaron a volarme, atropellados, muchos pensamientos por la cabeza después de la sorpresa inicial. El encuentro, cada vez más próximo, posiblemente no tenga per se muchas papeletas para figurar en los anales de la historia del fútbol internacional en mayúsculas, aunque cuando del deporte rey se trata, nunca se puede poner la mano en el fuego. Sin embargo, donde sí figurará con total seguridad, será en mi gruesa lista personal de disparadores emocionales vinculados al fútbol. Porque el fútbol, además de lo técnico, lo táctico y lo físico, tiene también otras dimensiones: la económica, la social, la cultural o la emocional. Fueron estas dimensiones, precisamente, las que me llevaron a aterrizar en el Aeropuerto Internacional de Carrasco a principios del mes de agosto dispuesta a intentar averiguar el por qué, pero sobre todo el cómo de un paisito tan pequeño –sólo en términos de superficie y número de habitantes– llegaban tantos futbolistas a consagrarse en la élite mundial.

 

Son innumerables las formas en las cuáles Uruguay y Euskadi están conectados a través del fútbol. Sin ir más lejos, de entre los convocados por Bielsa, encontramos a De Arrascaeta, cuyo apellido parece poder provenir del euskera

 

Este cruce en San Mamés, que a muchos y muchas puede llegar a parecerles trivial o aleatorio, quizá pueda deberse a la existencia de una relación histórica entre el pueblo vasco y el pueblo uruguayo. Esta historia, de marcado carácter migratorio, es la que hace meses encontré como explicación a fenómenos que lejos de ser puntuales se convirtieron en frecuentes: pegatinas (o pegotines) de pacharán en el termo del mate de compañeras de clase en la facultad, conocer a personas que iban a clases de euskera o jugaban a la pelota vasca, escuchar hablar de “El Vasco” y enterarme tarde de que toda esa gente no se refería a un mismo señor o descubrir apellidos vascos entre los nombres de personajes históricos del país, pero también entre los nombres de las amistades que hice allí.

Ciñéndome ya a lo futbolístico, y en tanto que este deporte bebe de la sociedad y su historia y al mismo tiempo la empapa, son innumerables las formas en las cuáles Uruguay y Euskadi están conectados a través del fútbol. Hay también, por supuesto, futbolistas uruguayos con apellidos aparentemente vascos. Sin ir más lejos, de entre los convocados por Bielsa para disputar este singular partido, encontramos a De Arrascaeta, cuyo apellido parece poder provenir del euskera.

 

La deformación profesional me empuja escribir sobre el club de baby fútbol uruguayo que lleva la ikurriña como equipación o el pichichi con más carisma del picadito semanal jugando con la camiseta del Athletic Club un domingo

 

Otra de estas conexiones –y quizá una de las más evidentes– puede ser la propia figura de Marcelo Bielsa, quien ahora dirige a la ‘Celeste’ y juega de visitante en San Mamés pero quien durante las temporadas 2011-2012 y 2012-2013 fuera local por dirigir al Athletic Club. No obstante, supongo que la deformación profesional me empuja a querer escribir sobre cuestiones más particulares, como el club de baby fútbol uruguayo que lleva la ikurriña como equipación o el pichichi con más carisma del picadito semanal jugando con la camiseta del Athletic Club un domingo en cualquier galpón de Montevideo.

Espero, a estas alturas, haber convencido a los lectores de que el partido que se juega este sábado en San Mamés, responde a criterios menos aleatorios de lo que inicialmente pudieran pensar. Espero, también, haber sembrado en quienes leáis mis palabras, la inquietud por los vínculos entre Euskadi y Uruguay, así como por la mirada sociocultural del fútbol, que fue la que me guió en mi estancia en Montevideo. Querer difundir esa forma de mirar el fútbol es también lo que me empuja a escribir estas palabras, así que termino compartiendo el principal motivo de este artículo. La intención de mi trabajo de investigación era (o es) intentar desentrañar “los misterios” del éxito de la garra charrúa. Durante esos meses de estancia en Uruguay, fue profundamente revelador todo lo que aconteció en las canchas de césped natural del Montevideo Belgrano, entre otros escenarios, en entrenamientos y partidos. La pasión por el fútbol de esos niños y niñas vestidos con equipaciones de Suárez o Cavani, jugadores que algún día estuvieron donde hoy están ellos, motivados por sus entrenadores, pero también arropados por sus familias y por las de sus compañeros de equipo en cada entrenamiento o práctica, en cada partido. Todo aquello es, precisamente, lo que me permite afirmar a día de hoy que la garrita charrúa se afila, también, en Euskal Erria. Esa garrita charrúa que arañará en Europa o en cualquier continente. Esa garrita charrúa que arañará dentro o fuera del fútbol profesional.

 


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Fotografía de Getty Images.