Este Mundial es el último que verá a Lionel Messi en su plenitud física. El astro rosarino cumplirá 31 primaveras a finales de junio, y, aunque su estado de forma no admite dudas, la humanidad comienza a sentir ese escalofrío que aparece cuando te adentras en un escenario totalmente desconocido, y por tanto peligroso: el mañana sin Messi. Por primera vez en la historia, conjugar al ’10’ en tiempo futuro ya no deviene en una fiesta sin fin, sino en un ejercicio delicado, angustioso. Es inevitable no clavar la vista en el horizonte y preguntarse qué será de sus equipos cuando él ya no esté. Una duda que va abriéndose paso lentamente, pero que se agudiza especialmente en la selección argentina, donde los desafíos están más separados en el tiempo.
Nadie sabe como estará La Pulga dentro de cuatro años, cuando se juegue la próxima Copa del Mundo, pero todos asumen que no estará mejor que ahora. Una certeza que provoca que, en Rusia, los fantasmas que acompañan desde hace tiempo al futbolista en la Albiceleste tomen otra pose, todavía más intimidatoria: la falta de un plan colectivo, la eterna comparación con Maradona, la obligación de ganar (por fin) algo grande para sus compatriotas.
El margen se agota. La presión aumenta. Si esto no es un ‘ahora o nunca’ para Leo y esta generación de futbolistas, desde luego, lo parece.

