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Shakespeare en Old Trafford

En el accidente de Múnich de 1958 fallecieron algunos de los mejores periodistas deportivos ingleses, entre ellos un exfutbolista con alma de poeta

Shakespeare

“En la tribuna de prensa el ambiente era irreal, ese día trabajamos en medio de un silencio desolador, nos daba vergüenza sonreír”. David Meek dedicó 37 años de su vida al Manchester United y ese silencio no se borra de su cabeza. 37 años escribiendo sobre los ‘red devils’, ya fuera en Europa o en Inglaterra, en finales o en segunda división. Centenares de partidos, pero ninguno como aquel United-Sheffield Wednesday del 15 de febrero de 1958. “En las gradas se vivió el partido con histeria. Los hinchas encontraron las fuerzas para gritar y sacar todo su dolor. Pero los periodistas lo vivimos de una forma muy diferente”, recuerda. Meek había sido enviado por el Manchester Evening News con la acreditación de temporada de Tom Jackson, un experimentado periodista que había perdido la vida 13 días antes en el accidente del vuelo 609 de Brittish Airways en la pista del aeropuerto de Múnich. 23 personas fallecieron aquel día en medio de un temporal de nieve, cuando el United volvía de jugar un partido de la Copa de Europa en Belgrado contra el Estrella Roja (3-3). Solamente 13 días después, el United sacaba un equipo lleno de jóvenes y chicos acabados de fichar para recibir al Sheffield Wednesday en la copa. La mitad de sus jugadores titulares habían perdido la vida y los otros seguían en el hospital. En la vieja zona de prensa de Old Trafford también aparecieron rostros jóvenes ocupando el lugar de plumas consagradas. Los mejores periodistas habían crecido escribiendo sobre los mejores jugadores. Y muchos de esos jugadores, así como muchos de esos periodistas, se habían quedado en el aeropuerto de Múnich.

En esa tragedia fallecieron algunos de los ‘Busby Babes‘, como Duncan Edwards, el mejor jugador del momento. Eran esos jugadores que miraban a la grada y sabían qué zona ocupaban los obreros de la construcción, trabajadores de la metalurgia en una ciudad obrera como Mánchester. Era un equipo de chicos humildes levantando la moral de gente humilde. Y un grupo de maravillosos periodistas se encargaban de contar sus gestas. “Nunca los he visto jugar en directo, pero con las crónicas de Tom Jackson era como ver a esos chicos en el salón”, decía una carta que llegó a la redacción del Manchester Evening News. En ese aeropuerto fallecieron maravillosos periodistas como Henry Rose, del Daily Express; Alf Clarke y Tom Jackson, del Manchester Evening News; Eric Thomson, del Daily Mail; Archie Ledbrooke, del Daily Mirror o George Follows del Daily Herald. Dos de los periodistas fallecidos habían sido jugadores: Frank Swift, un portero que jugó en el Manchester City y en la selección inglesa, entonces periodista del News of the World, y Donny Davies, redactor del Manchester Guardian. Su muerte abrió las puertas de Old Trafford a una nueva generación de periodistas que entraron ese día al estadio con vergüenza en el rostro. “Nos sentíamos culpables por tener una oportunidad así. Las 60.000 personas que habían llorado a sus ídolos podían gritar de rabia y sabían que ocupaban su sitio en el campo. Nosotros, como algunos jugadores, sabíamos que teníamos una gran oportunidad por culpa de una desgracia”, añade Meek. En el programa del partido de ese día contra el Wednesday, el United no puso el nombre en las alineaciones como era habitual, pues cuando lo mandaron a la imprenta aún no habían reunido los jugadores suficientes para formar un once titular. Un equipo sin nombres. Algunos periodistas tampoco quisieron firmar las crónicas del partido. Fue el caso de Meek, incapaz de quitarse esa sensación de incomodidad durante meses. “Pese a que algunos ya habían cubierto partidos del United o de otros clubes, estar ese día en Old Trafford fue como calzar los zapatos de un muerto”.

Meek ocupaba el lugar de Tom Jackson, un tipo que había empezado a cubrir los partidos del United en 1934, con solamente 22 años. Jackson era un periodista inquieto que durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en los servicios de inteligencia británicos con la tarea de descubrir espías nazis. Descubrió unos cuantos, perspicaz como era, y en 1945 volvió a la redacción en la sección de sucesos. Pero como era hincha del United, pedía seguir cubriendo los partidos del equipo de Sir Matt Busby. “Me acuerdo cuando se empezaron a escuchar gritos en la redacción. Existía una sala pequeña con unos operadores recibiendo los teletipos de Reuters y Press Association, y cuando llegaron todo el mundo supo que había sucedido algo gordo. Los primeros gritos eran de confusión. Un accidente aéreo en  Alemania de British Airways… De repente, alguien dijo: ¿no era ese el avión del United? Y acto seguido pensamos en Tom”, rememora Meek.

 

“Cubrir aquel partido fue como calzar los zapatos de un muerto”, lamenta el periodista David Meek

 

Durante los días anteriores al partido, se vivieron decenas de funerales. El sepelio de Henry Rose, quien sumaba más años acompañando al equipo y además era amigo de los jugadores, fue tan multitudinario que se desplazaron más de 1.000 taxis hasta la iglesia. La esposa de Alf Clarke explicó cómo su marido casi pierde el vuelo en la escala de Múnich, pues quiso llamar desde Alemania para avisar que el viaje iba con retraso y quizás no podría llegar a tiempo para ir con ella a una cena organizada con fines benéficos por medios locales. Archie Ledbrooke, otro periodista enrolado en los servicios de inteligencia durante la guerra, también se subió al avión por poco, pues sus jefes en el Daily Mirror consideraban que trabajaba demasiado y lo quisieron liberar de un viaje largo y duro, mandando a Frank McGhee. Pero Ledbrooke se enfadó, afirmó que sabía cuál era su deber y decidió viajar a Yugoslavia. McGhee no sabía cuando le dijeron que anulaban sus billetes que se convertiría en la mejor firma del Daily Mirror durante tres décadas gracias a la muerte de su compañero.

McGhee y Meek se presentaron ante Matt Busby en un hotel antes del partido. El entrenador recibió a los periodistas aún con heridas visibles. “Su rostro se volvió aún más triste cuando nos vio. Supongo que le recordó a los ausentes. Después del partido ni le hicimos preguntas”, recordaba hace años McGhee, quien acompaño al United hasta la final de copa. Con un equipo de retales, los ‘red devils’ golearon esa noche al Wednesday por 3-0. Superaron tres turnos y en la final, se arrodillaron ante el Bolton. “Era una muestra del espíritu de esa época. Todo el mundo luchó por seguir con el trabajo de los fallecidos. En diez años el United ya era campeón de Europa”, recuerda Meek. Y Busby empezó a ver con buenos ojos a los nuevos periodistas. “Un día, camino de Milán, se sentó a nuestro lado y nos dio liras italianas. ‘Supongo que no traen moneda local’, bromeó”. Y no, los inexpertos periodistas aún no habían cambiado de divisa.

CRÓNICAS CELESTIALES

La vida continuó y nuevas firmas escribieron las gestas de aquel equipazo. Aunque el recuerdo de los desaparecidos nunca se olvidó. Por ejemplo, durante semanas, el director del Manchester Guardian se encargó de leer y responder cada una de las cartas que llegaban a la redacción para dar el pésame por la muerte de Donald Davies. Un reverendo mandó un escrito afirmando que “en sus textos encontraba referencias a los clásicos, citas de Shakespeare, anécdotas y humor típico del dialecto de Lancashire, así como una descripción perfecta de los jugadores y los partidos”. Otra carta se maravillaba recordando el día que definió una defensa llena de barro, triste después de encajar un gol, afirmando que parecían “un grupo de cañoneros derrotados en Sebastopol, gloriosos en su muerte”, en referencia a la batalla de Sebastopol de 1855. Davies era un victoriano del siglo XX: especialista en danza y música, escribía poesía, recitaba de memoria Shakespeare y Goethe y volvió de un partido en Alemania con un grabado original de Albrecht Dürer. Militante laborista, lideró la campaña de recogida de fondos en Mánchester para las víctimas del bombardeo de Guernica.

Hijo de un huérfano que había luchado fuerte para poder salir adelante, Davies valoraba el deporte y no olvidaba todo lo que significaba el United para su padre. En vez de despreciar el deporte, lo unía con sus pasiones y convertía un gol en literatura. Sus compañeros recordaban cómo delante de una jugada significativa, Davies podía quedarse callado antes de soltar, para sí mismo, una cita de Shakespeare. Una vez, durante un partido muy duro, recitó Enrique V: “Porque aquel que hoy vierta su sangre conmigo: será mi hermano”.

Para muchos, Davies era quien mejor escribía. Era menos popular que Henry Rose, amado por los lectores con menos estudios por su estilo directo, pero exploraba nuevos caminos en un sector adonde llegó veterano. En 1914, Davies tenía la sensación de que su vida sería perseguir una pelota como futbolista, sin sospechar que le tocaría perseguir el balón con los ojos para poder plasmarlo luego en un folio. Después de sus inicios en un club llamado Northern Nomads, destacó en el Port Vale, donde aún es recordado por su buen pie. Ese 1914, la federación inglesa lo convocó con la selección amateur, el segundo equipo, para jugar contra equipos absolutos del continente. Eran años en que los ingleses se consideraban tan superiores que mandaban a jóvenes a jugar contra Austria, Hungría o Rumanía, los tres rivales contra los que Davies se puso la zamarra con tres leones en el pecho. Esa expedición salió del Imperio Austro-húngaro poco antes que todo explotara con una guerra que dejó a Davies sin el contrato profesional que le había prometido el Stoke City. De soñar con vestir los colores del Stoke, Davies pasó al uniforme de los Royal Flying Corps, un cuerpo de la fuerza aérea británica de reciente creación. Después de aprender a manejar los inestables aviones de guerra de la época, recibió las alas en su uniforme, se despidió de su familia y en su cuarto vuelo fue derribado detrás de las líneas alemanas cerca de Douai. Davies acabó en un campo de prisioneros, donde sufrió bastante. Cuando volvió a casa con el armisticio, pesaba 40 kilos. Era una sombra de ese chico atlético que había llegado a defender a su país de corto.

 

McGhee no sabía cuando anularon sus billetes que acabaría convirtiéndose en la mejor firma del Daily Mail

 

Incansable, Davies se recuperó y centró sus esfuerzos en el críquet, otra de sus pasiones. Durante los años 20 llegó a jugar a un nivel bastante alto en torneos regionales, aunque entendió que le tocaba buscar nuevos retos y en 1930 empezó a estudiar Periodismo. En 1932, a los 40 años, pisaba por primera vez la redacción del Manchester Guardian, un periódico fundado a finales del siglo XIX que se alineaba claramente con las políticas de izquierda. El rotativo, que dejaría de lado la palabra Manchester cuando trasladó su sede a Londres para ser solamente The Guardian en 1959, se convirtió en la nueva casa de Davies, donde empezó a firmar sus crónicas bajo el nombre ‘An Old International’. O sea, ‘un viejo internacional’ de la selección. Un futbolista que no escribía solamente de fútbol y no solamente escribía, ya que también se convirtió en unas de les voces de los programas deportivos de la BBC.

Pero Davies pidió hacer ese viaje, liberando a John Arlott, autor de la última crónica de aquel equipo en suelo inglés, en Highbury. Con 65 años, fue la víctima más veterana de la tragedia. En su última crónica, dejó frases para la posteridad: “Este talentoso muchacho se apoyó maravillosamente en su zancada, logró un avance rápido de unos 10 metros y luego derrotó al mejor arquero del continente con un tiro de tremendo poder y magnífica colocación. En ese disparo, seguramente, vuelan sueños de buen futuro para Inglaterra”. Davies describía así a un chico llamado Bobby Charlton.

Cuando la noticia de su muerte llegó a la redacción, todos los periodistas guardaron diez minutos de silencio. Todos de pie, sin el repicar de las teclas, sin los gritos y bromas. Fueron días duros, pues se encadenaron los funerales. Cuando llegó el de Davies, el féretro pasó por delante del Manchester Guardian. Los trabajadores, en la puerta, se fueron uniendo al cortejo hasta el cementerio del sur de la ciudad. El mismo cementerio donde sería enterrado décadas más tarde Sir Matt Busby. El responsable de uno de los mejores equipos ingleses de todos los tiempos, inmortalizado por dos generaciones distintas de periodistas.