Este reportaje está extraído del interior del #Panenka106, un número que sigue disponible
La realidad suele ser más terrible que la ficción porque una se lee y duele en el alma, mientras la otra se vive y deja cicatrices en la piel para que no se olvide la herida. María y ‘Nita’ son un claro ejemplo: dos mujeres, una literaria y otra de carne y hueso, con una misma pasión, el fútbol. Las dos, protagonistas de una historia casi idéntica. El resultado de ese partido, no obstante, dejó cicatrices muy diferentes a una y otra.
Error de Dios se titula la historia de María, un cuento que Rodolfo Braceli incluyó en el libro Perfume de gol. Desde niña, María ha sentido que su destino es jugar al fútbol, “esa patria que”, escribe Braceli, “desde Adán y Eva, fue monopolizada, como actividad y como espectáculo y como goce o sufrimiento, por el varón”. Eva tuvo derecho a arrebatarle la manzana a Adán en el paraíso; pero no el balón en el terreno de juego. Sin embargo, María no se resigna. Se afeita la cabeza, se cubre los pechos con vendas, se rompe el tabique nasal y se desgañita las cuerdas vocales para que su voz suene ruda. Y de esta guisa, pasa las pruebas del club. Solo pone un par de cláusulas para formalizar el fichaje: llegar cambiada a los partidos y marchar sin ducharse, además de que nadie la abrace cuando marque un gol. Días después llega el partido que María ha estado esperando toda la vida. Y el gol que, aunque la colma de felicidad, también le deja un regusto amargo: “Dios se equivoca fierro cuando autoriza que los varones no me dejen jugar con ellos. ¿Tengo yo culpa de ser mujer y culpa de mi destreza con la pelota?”.
El cuento se inspiró en la historia de Claudia Ciriaca Vidal, futbolista de Payandú a la que un plebiscito municipal impidió jugar en el equipo local. Rodolfo Braceli publicó la historia en el diario Los Andes. “El fútbol es una amante en clandestinidad”, escribió, “es consentida, respetada, tolerada, establecida”. Todo lo contrario a lo que sucedió con Ana Carmona Ruiz, ‘Nita’, la verdadera protagonista de esta historia: su amor por el fútbol se mantuvo en la clandestinidad durante décadas por miedo a las represalias de una sociedad -y un juego- demasiado machistas.
EL COLECCIONISTA DE TESOROS
Una historia es un tesoro y las mejores siempre contienen el mapa, escondido entre líneas, para encontrarlo. Jesús Hurtado lo sabe bien: ha dedicado casi toda su vida al periodismo. Y además, colecciona tesoros: tiene un museo de fútbol, con valiosísimas piezas, en su casa. Tiene las botas de Zarra y Zamora. Una de las diez camisetas con las que Pelé rodó Evasión o victoria, firmada. El disco de pizarra con el primer himno de la selección española, titulado Leones rojos. También puede hacer tintinear un futbolín que le regaló su inventor, Alejandro ‘Finisterre’. Tiene desde balones de correílla hasta los más modernos. Y entre ellos, el del gol del ‘Niño’ Torres en la Euro 2008 que nos enseñó el camino a la gloria. Tiene los cromos de Cristiano y de Messi firmados. Y una foto con el mismísimo Diego Armando Maradona.
Pero ninguno de esos objetos es su tesoro más valioso. Los periodistas son coleccionistas de historias, y Jesús Hurtado ha atesorado muchas en su dilatada carrera. Como la de Paquillo Díaz, el malagueño que se exilió a Argentina y terminó entrenando al pequeño Ernesto Guevara. O la del veleño Antonio Pérez Galindo, que organizaba partidos en Mauthausen. O la del Teniente Nevill, que en la Primera Guerra Mundial instó a sus soldados a atacar las trincheras enemigas corriendo detrás de una pelota.
Pero sobre todo tiene la de Ana Carmona Ruiz, ‘Nita’, una historia deslumbrante que permaneció enterrada bajo décadas de secretismo, y que Jesús Hurtado solo pudo sacar a la luz tras años husmeando en hemerotecas y preguntando a los mayores, mientras documentaba su libro Vélez. 75 años de fútbol, publicado a finales de los 90.
“En aquellos años el acceso a Internet y a hemerotecas no era el actual”, me cuenta Hurtado por teléfono, “y el mejor lugar para conseguir la información era la Sociedad Recreativa La Peña, donde se reunían los abuelillos a pasar las tardes… Yo me hice socio, no sé cuántos cafés y vinillos les habré pagado en las horas de charlas que la mayoría de las veces terminaban en los años de la guerra… Pero yo seguía a lo mío: les preguntaba por los motes, ¿quién es este? ¿Y este otro? Y cada vez que salía ‘Veleta’, se creaba un silencio muy raro, un tufillo extraño… Ellos me bandeaban, me daban largas… Yo al principio pensé que ‘Veleta’ sería un homosexual por el sentido del mote; pero después de mucho preguntar, tuve la suerte de conocer a Antonio Carmona, primo de ‘Nita’, y por fin me contaron la verdad: ‘Veleta’ era una mujer”. Aquel descubrimiento se convirtió en un tesoro de incalculable valor. “¿Sabes qué es de lo que más me arrepiento?”, me pregunta tras un silencio. “De no haber tenido una grabadora a mano en aquellos años para grabar todas las historias que me contaron entonces”. Ya no quedan testigos vivos a los que preguntar; sí preguntas por responder para completar una historia extraordinaria.
El amor de ‘Nita’ por el fútbol se mantuvo en la clandestinidad durante décadas por miedo a las represalias de una sociedad -y un juego- demasiado machistas
JUGABA COMO LOS ÁNGELES
‘Nita’ tuvo la suerte de nacer en 1908 muy cerca de Segalerva, el campo del Sporting de Málaga. Y la desgracia de que ese sport estuviese vetado a las mujeres. Aunque para descubrirlo, todavía tendrían que pasar muchos años. Su infancia, en el barrio de Capuchinos, transcurrió feliz al amparo de dos personajes que le permitieron vivir el fútbol como nunca antes otra mujer en la historia de nuestro país: entre hombres.
Su abuela Ana lavaba los uniformes del Sporting de Málaga. Y ‘Nita’ recogía las camisetas que le entregaba el utillero, Juanito Marteache, para llevárselas, así estaba más cerca de los jugadores que tanto encendían su imaginación. Además, tenía el beneplácito del sacerdote salesiano Francisco Míguez Hernández, benefactor del equipo. “El deporte fortalece el cuerpo y el espíritu se entrena en el estadio de la Santa Misión”, rezaban las octavillas que se repartían en misa o en los partidos. El padre Míguez tenía una idea revolucionaria sobre la propagación de la fe: si los feligreses no acudían a misa por el fútbol, él acudiría al campo. Y qué mejor manera de ilustrar las enseñanzas divinas que a través del ejemplo de una jovencita que quería jugar a un sport de gentlemen.
“Ella podía estar cerca del equipo, la dejaban entrenar a veces cuando les faltaba un jugador, dar unas pataditas, hasta que vieron que la chiquilla jugaba mejor que muchos hombres”, relata Hurtado. El padre Míguez la animaba a entrenar con el equipo. A participar en los partidos dominicales. ‘Nita’ jugaba como los ángeles y atraía más público, lo que incrementaba la recaudación de las entradas, destinada a los niños pobres del barrio. Apenas camuflaba su condición femenina con un gorro porque todo el mundo conocía su identidad. Pero “sucedió lo que siempre sucede en estos casos”, dice Hurtado, “comenzaron las habladurías: que si el fútbol no es cosa de mujeres, que mira tu hija qué ‘marimacho’… Y también las envidias entre compañeros porque cada vez era más habitual que ‘Nita’ les quitase el puesto”. El amparo divino de Míguez no pudo soportar el peso de las miserias terrenales. Comenzaron los chivatazos a los guardias: una ‘desvergonzada’ jugaba con hombres con las piernas al aire, sin cumplir las normas de decoro y las buenas costumbres. “Incluso su familia la dejó un poco de lado porque ensuciaba el buen nombre de su tío, un médico que, como la mayoría de la época, desaconsejaba que las mujeres hicieran deporte”, dice Hurtado.
La Federación Sur y la Junta Local de Árbitros prohibieron la presencia de mujeres en equipos masculinos. Pero, a pesar del control, ‘Nita’ no renunció a su pasión. Y le costó caro: varias veces la arrestaron y le obligaron a raparse la cabeza como castigo. “Ellos no sabían que ese corte de pelo le iba muy bien”, ríe Hurtado, “porque ‘Nita’ no iba a dejar de jugar al fútbol y llevar el pelo como un chico era perfecto. Pero la persiguieron de tal manera en Málaga que tuvo que irse y, por mediación de un futbolista amigo suyo, ‘Quero’, que jugaba tanto en el Sporting de Málaga como en Vélez FC, acabó recalando en ese equipo”.
En su impresionante museo de fútbol, Jesús Hurtado tiene las dos fotografías de ‘Nita’ vestida de futbolista que se conservan. Una, de 1928: ‘Nita’, ya convertida en ‘Veleta’, posa feliz con el uniforme del Vélez CF, entre sus compañeros. Solo alguien que conozca el secreto podría reconocerla. En la otra, a ‘Nita’ no le importa mostrar su feminidad. Posa, el día de Carnaval de 1927, con el uniforme del Sporting de Málaga, el equipo que más alegrías y penas le dio.
LOS DISFRACES DE VELETA
“Juega Quero, señoritas gratis”, rezaba el programa de mano que se entregaba antes de los partidos del Vélez. Y no era para menos: el amigo de ‘Nita’ era el David Beckham malagueño. Jugaba con una camiseta pescaora de cuello muy abierto, que dejaba el torso al descubierto y hacía las delicias de las jovencitas que se acercaban a los partidos. A los más futboleros les atraía más la clase de Miguel López Torrontegui, ‘Bilba’, que con solo 16 años ya se embolsaba algunas pesetillas por jugar. Y no se equivocaban los que ovacionaban sus regates: unos años después, fichó por el Sevilla FC, nada más y nada menos que por 30.000 pesetas.
Los dos conocían muy bien a ‘Nita’ porque habían jugado con ella en el Sporting de Málaga. Y porque, en más de una ocasión, ‘Nita’ había ganado a ‘Bilba’ jugando al ‘pipo’. “Colgaban un pipo de agua en la escuadra y jugaban a ver quién le daba más veces o lo rompía”, cuenta Hurtado. “Con aquellas botas y aquellos balones, imagínate, no era cosa fácil… El Torrontegui tenía mucha calidad, le daba muchas veces, pero ella también le ganaba”. A pesar de los ilustres padrinos, ‘Nita’ tuvo que sudar la camiseta para que la fichasen. “Finalmente la aceptaron y no dijeron que era una mujer”, explica Hurtado. “Ella entraba al vestuario como limpiadora, salía al campo como futbolista y, al terminar el encuentro, salía otra vez como mujer”. Dos disfraces, dos identidades, para guardar un mismo secreto. Como en una tragicomedia shakesperiana, ‘Nita’ se disfrazaba de hombre para que no la tildasen de ‘marimacho’ cada vez que se convertía en quien verdaderamente quería ser: un futbolista. Y, como la protagonista del cuento de Braceli, no le dolió llevar el pelo corto, calzarse una gorra, disimular el pecho con cintas de algodón y esconder sus curvas con una camiseta holgada, calzones anchos y medias altas, para ser quien verdaderamente quería ser.
Sus compañeros la bautizaron como ‘Veleta’. Y para no levantar sospechas entre los cronistas deportivos, todos se pusieron un mote: ‘Batatero’, ‘Galán’, ‘Tarama’, ‘Ciezo’, ‘Sillero’, ‘Veleta’, ‘Terri’, ‘Bilba’, ‘Cubano’, ‘Manco’ y ‘Pirulí’. Cuando jugaba ‘Nita’, los utilizaban para esconder un secreto que guardaron casi hasta la tumba. Como el día de la inauguración del primer campo de fútbol de la ciudad, en 1928. “Hasta entonces, el Vélez había jugado en la Explanada o pagando dos pesetas en la plaza de toros”, dice Hurtado. “El día de la inauguración, ‘Nita’ estaba con las mujeres, junto a Dolores Castaño, la madrina del campo; luego, en cuanto el balón echó a rodar, desapareció y volvió a aparecer, ya como ‘Veleta’, para sustituir en la segunda parte a su compañero Vivar”. Nadie se dio cuenta de que aquel aguerrido defensa había estado, apenas unos minutos antes, sonriendo dulcemente con las mujeres.
Entraba al vestuario como limpiadora y saltaba al campo vestida de futbolista. Dos disfraces, dos identidades, para guardar un mismo secreto
UN PACTO INQUEBRANTABLE
‘Veleta’ aparece en muchas crónicas deportivas de la época, como la del partido en casa contra el Delfos, con victoria de los locales por 4-2. F.G.R. destacó que “en el bando veleño el que más se distingue es Veleta, que es el más firme puntal de su equipo”. Y hasta le dedicaron algunas canciones: “¿A dónde vas, club veleño, con Veleta de delantero? Voy al campo de tu equipo a meterte cinco a cero”. Desgraciadamente, las voces que contaban sus gestas se apagaron cuando una epidemia de ‘piojo verde’ o ‘tifus exantemático’ asoló Málaga después de la Guerra Civil. “Lo cogió muchísima gente”, cuenta Hurtado, “como la pandemia que tenemos ahora, y ‘Nita’ por desgracia fue de las primeras. Tenía apenas 32 años”.
Sus compañeros se encargaron de los gastos del sepelio. Ese día no hicieron falta disfraces. Ni apodos. “‘Nita’ pidió que la enterrasen con la camiseta del Sporting de Málaga, el club donde tanto había sufrido por cumplir su pasión: jugar al fútbol”, dice Hurtado. El cementerio de San Rafael se llenó de futbolistas, seguidores del equipo y vecinos, además de un silencio que no se rompió hasta nuestros días. Sus compañeros mantuvieron aquel secreto como si, cualquier día, ‘Veleta’ fuese a aparecer en el vestuario disfrazada de limpiadora para salir convertida en futbolista.
“Para mí ‘Nita’ es la primera mujer que rompe una barrera en el fútbol, una revolucionaria, una pionera, una mujer que aceptó las normas y a la vez las burló”
“Para mí”, concluye Hurtado nuestra larga charla, “‘Nita’ es ya tan cercana que la siento como una más de la familia… Me han preguntado tanto por ella, su historia ha tenido tanta repercusión: un cuento firmado por un Premio Planeta, una tesis doctoral en Italia, artículos en varios idiomas, libros, noticias en todos los medios nacionales…”. Hurtado toma aire: “Para mí ‘Nita’ es la primera mujer que rompe una barrera en el fútbol, una revolucionaria, una pionera, una mujer que aceptó las normas y a la vez las burló”.
Jesús Hurtado se queda unos segundos en silencio. Yo también. La realidad suele ser más cruda que la ficción, pero es igualmente cierto que los hechos, sin las palabras, se reducen simplemente a eso: hechos pasajeros que se olvidan. Las historias los hacen trascender. Los convierten en inolvidables por mucho tiempo que pase.
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Fotografías de Jesús Hurtado.