En realidad solo fueron tres años. Pero parecieron siete, nueve, doce. Y, para algunos, aquí sigue todavía. El reinado de Adriano Leite en el Calcio fue tan prodigioso y se acabó de una forma tan chocante que para unos cuantos continúa en pie, como si hubiera tragedias inexplicables que ni el tiempo estuviera en condiciones de asimilar y enterrar. Sus goles y sus cabalgadas con el Inter siguen iluminando los retrovisores de nuestra memoria. Parece que estuviera ocurriendo hoy. Encender la televisión, poner tu programa de fútbol internacional preferido, alucinar con el enésimo jugadón de la bestia, una avalancha que cae sin remedio desde lo alto de la montaña sobre la defensa rival. Un talento que es todo cuerpo, potencia, aceleración. Como un tráiler sin frenos embalándose por la autopista. Galopes que imponen, regates que emboban, disparos que duelen. Demasiada fuerza y demasiada calidad. Creo que nunca me ha impresionado tanto un jugador en un partido: era como si alguien hubiera encerrado a un tigre en la jaula de los pollitos. Quizá por eso nos hirió tanto su declive abrupto. Los ídolos se veneran, se disfrutan. Pero los ídolos también se lloran. Hubo una generación que no vio como el hombre llegaba a la Luna: vio como Adriano se comía él solito a medio Udinese. Nos enamoramos. Fue el principio del fin. Es tan intenso y extraño el vínculo que establecemos con nuestros jugadores favoritos que no les pedimos que triunfen por ellos, sino por nosotros, por el bien de nuestras vidas. Adriano ha publicado una carta en The Players’ Tribune en la que vuelve a enumerar los fantasmas que aun lo acechan: la muerte de su padre en el punto álgido de su carrera, la depresión, la adicción al alcohol, la falta de control, el exceso de presión, las malas compañías, el regreso a la favela para huir de todo y de todos. Hay una explicación. Varios hechos dramáticos que nos podrían ayudar a entender, a empatizar. Pero elegimos no mirarlos. Preferimos seguir preguntándonos cómo se apagó tan pronto aquello que nos apasionó tan fuerte. Preferimos seguir siendo los protagonistas de la película.
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Fotografía de Getty Images.