Brazos cruzados, media sonrisa y mirada de quien sabe que va a comerse el mundo. Con esa confianza insultante, Samu Omorodion posó para la foto que oficializaba su fichaje por el Atlético de Madrid. Quién pudiese afrontar la vida de este modo, francamente. No para llegar a vivir del fútbol -ya quisiéramos-, sino en cualquier faceta de nuestro día a día. Porque Samu se presentó en las oficinas del club rojiblanco sin el respaldo de un apellido prestigioso o la ayuda de un agente al que se le deben favores. Su aval, el único que a la hora de la verdad importa, era su propia valía.
La irrupción de Samu en el despacho de Gil Marín aquel lunes por la mañana cogió a muchos por sorpresa. Era 21 de agosto y, si alguno de los trabajadores del club acababa de incorporarse tras su periodo vacacional, es probable que ni siquiera supiese quién era ese corpulento adolescente que iba derecho a reunirse con el jefe. De hecho, una semana antes de estampar su firma en el contrato, era un completo desconocido para la inmensa mayoría del entorno rojiblanco. Nunca sabremos con seguridad si realmente Samu llevaba tiempo en el radar de los ojeadores y lo sucedido el 14 de agosto tan solo fue la excusa para lanzarse con todo a por él. Lo que sí sabemos es que aquel día, también lunes, su futuro profesional cambió para siempre.
Contextualicemos. El citado 14 de agosto, el Granada regresaba a la élite del fútbol español, y lo hacía con uno de esos partidos que dan vértigo. El Cívitas Metropolitano, feudo del Atlético de Madrid, nunca es un escenario agradable de visitar, aún menos cuando se redebuta en Primera División. Parecía una noche en la que no cabían experimentos, de apostar por los once protagonistas habituales. Sin embargo, Paco López sorprendió a propios y a extraños alineando a un tal Samu Omorodion, un adolescente que no había disputado un solo minuto en partido oficial con el primer equipo y cuyo techo futbolístico se encontraba en Segunda RFEF. Lucía el dorsal ‘29’ y aparecía como una silueta en los grafismos de LaLiga, como si quisiese evitar los focos que inevitablemente apuntaban hacia su figura. Lejos de pasar inadvertido, aquella noche captó la atención del planeta fútbol.
El Atlético no quería volver a sufrir a Samu como rival, y apenas tardó unos días en enviar un emisario a Granada para depositar la cláusula de rescisión de 6 millones que liberaba al delantero
Ser el chico nuevo en el recreo nunca es fácil, mucho menos si te toca sufrir un encontronazo con los matones durante tu primer día. Samu tuvo que bregar con Azpilicueta y Savic, dos veteranos sobrados de oficio que no tardaron en recordarle que ya no estaba en Segunda RFEF, donde la temporada anterior había conseguido firmar 18 goles como quien no quiere la cosa. Ahora estaba en la élite, donde las ocasiones llegan con cuentagotas y cada gol puede ser el último. En su primera acometida, se dio de bruces contra el muro rojiblanco. En la segunda, también. Pero no desistió y, tras mucho picar piedra, terminó encontrando un resquicio en aquel férreo entramado defensivo. Primero, amagó con cargar hacia la izquierda, pero tan solo era una maniobra de distracción. Cuando vio que Savic y Azpilicueta se habían tragado el farol, cambió de dirección para atacar el espacio que se había generado. Allí se encontró con un pase raso servido por Gonzalo Villar que quizás iba con demasiada potencia, pero que tenía que convertir en gol fuera como fuese. Y se lanzó a por él como si se tratase del último balón que podría rematar en toda su carrera.
La pelota, por supuesto, terminó besando la red. Cuando buscas algo con tanta insistencia, la lógica dicta que terminas por encontrarlo. Poco importó que tuviese delante a una figura de la talla de Oblak o que el escenario fuese el imponente Cívitas Metropolitano. Aquella noche, en sus primeros 62 minutos con el primer equipo, Samu estrenó su casillero goleador en la élite. El tanto sirvió para empatar momentáneamente el partido, aunque no cambió el desenlace esperado del mismo. El Atlético se llevó los tres puntos, sí, pero también un toque de atención. El club no quería volver a sufrir a Samu como rival, y apenas tardó unos días en enviar un emisario a Granada para depositar la cláusula de rescisión de 6 millones de euros que liberaba al prometedor delantero. Viendo -y sufriendo- en primera persona de lo que era capaz, se pagaron con gusto.
(Volver a) ganarse el puesto
A partir de este punto, muchos pueden pensar que Samu ha recorrido un camino de rosas. Que lo difícil es poner el pie, y una vez derribada la puerta de un grande todo va hacia arriba. Nada más lejos de la realidad. Su fichaje se produjo durante los últimos coletazos del mes de agosto, lo que le impidió exhibir sus cualidades ante el ‘Cholo’ Simeone durante la pretemporada. Lejos de resignarse al que parecía su destino más probable desde el día uno, salir cedido, Samu optó por exprimir al máximo cada minuto hasta el cierre de mercado. En su primer día como rojiblanco, con la ilusión de aquel becario que se ofrece voluntariamente a trabajar los domingos, acudió a entrenar con los lesionados a pesar de que el equipo tenía el día libre. Después, pudo conocer a sus nuevos compañeros en un par de sesiones. Nada más. Ni siquiera le dio tiempo a completar la semana. Ese mismo sábado, cogió un vuelo rumbo a Vitoria para oficializar su cesión al Deportivo Alavés.
De nuevo, vuelta al punto de partida. En un lapso de apenas dos semanas, Samu se había enfundado tres camisetas distintas. Es decir, tuvo que hacerse un hueco en tres equipos, lo que implica adaptarse a tres planteamientos completamente distintos y convencer a tres entrenadores con preferencias particulares. En su llegada a Vitoria, optó por adoptar el mismo perfil bajo que tan bien le había funcionado hasta ese momento. Escogió el dorsal ‘32’, que tiene todavía menos lustre que el ‘29’, y aceptó de buen grado su rol inicial de suplente, ya que por aquel entonces el veterano Kike parecía inamovible. Ya llegaría su oportunidad, debió pensar. De eso va la vida del novato, de esperar pacientemente y no fallar cuando llega tu momento. Y Samu no falló. Vio puerta ante el Celta de Vigo en su primera titularidad, vio puerta ante el Villarreal en su segunda titularidad y vio puerta ante el FC Barcelona en su cuarta titularidad. Sólo perdonó en la tercera, cuando se enfrentó a ‘su’ Atlético de Madrid. Por si las moscas.
Para ganarse el puesto, Samu ha corrido cada balón al espacio como quien llega tarde a fichar durante sus primeras semanas en el trabajo. Y ha peleado cada gol como si el hecho de marcarlos le garantizase un par de meses más en el cargo
Como ya le sucedió a Paco López, Luis García Plaza acertó apostando por el novato. En el Granada y en el Deportivo Alavés, equipos destinados a luchar por la permanencia, la experiencia es un bien preciado, pero ambos entrenadores entendieron que existen ciertos aspectos que sólo te puede aportar un rookie. Los perfiles menos experimentados siempre parecen obligados a demostrar más que el resto, pero precisamente de esta necesidad nacen las principales virtudes de Samu. Para ganarse el puesto, el prometedor delantero ha corrido cada balón al espacio como quién llega tarde a fichar durante sus primeras semanas en el trabajo. Ha dado un plus en cada ocasión de peligro como quien está superando un periodo de prueba. Y ha peleado cada gol como si el hecho de marcarlos le garantizase un par de meses más en el cargo. Este amplio abanico de virtudes quedó ejemplificado, de nuevo, en el mejor escenario posible. Samu saldó su cuarta titularidad con el Deportivo Alavés con una actuación memorable contra el Barça, rival al que marcó un gol que bien pudieron ser tres. Desde que salió de Montjuïc, el puesto de delantero titular fue suyo.
Las dos caras de la moneda
A lo largo de los meses siguientes, Samu continuó sumando minutos de calidad. Ya no extrañaba ver su nombre -ni su foto, se acabó lo de jugar a ser anónimo- en los grafismos de La Liga cada vez que desfilaban en pantalla los futbolistas titulares, y los entrenadores rivales empezaban a elaborar sus planteamientos pensando en minimizar a un delantero que corría por el menor espacio generado como si de una autopista se tratase. Tampoco iba escaso de goles, llegando a encadenar cuatro en tres jornadas consecutivas entre el 26 de enero y el 10 de febrero. Esta racha le permitió alcanzar la marca de nueve goles en su primera temporada en la élite, y la proyección que estaba mostrando invitaba a pensar que podría engrosarla aún más. El ‘hype’ estaba por las nubes, y el aficionado comenzaba a hacer cábalas sobre cómo podría terminar la temporada: ¿superará la marca de 18 goles que registró en Segunda RFEF? ¿Peleará por el ‘Pichichi’? ¿Formará parte de la lista para la Eurocopa? Pecado habitual del ‘futbolero’, empecinado en obviar al futbolista real y mitificar al que se proyecta.
Samu estaba quemando etapas a un ritmo vertiginoso, y el frenazo en el mes de febrero fue de los que te revuelven por dentro
Sobra decir que Samu terminó superado por las titánicas expectativas que había generado. El citado 10 de febrero, tras firmar el tanto que valió un empate ante el Villarreal (1-1), se encontraba en la cresta de la ola, pero esta fue perdiendo fuerza conforme se iba acercando a la orilla. No vio puerta en los 7 partidos siguientes, todos ellos empezados como titular, y al octavo llegó su primer jarro de agua fría como profesional: se quedó en el banquillo -sin disputar un solo minuto- ante ‘su’ Atlético de Madrid. Desde ese momento hasta final de temporada, sólo volvió a formar parte de la partida titular una vez más. Así de cruel es la vida del delantero cuando la pelota no quiere entrar.
Qué manera más injusta de terminar una temporada tan especial. Siempre se habla de la odisea del novato para progresar y terminar ganándose el puesto, pero muchas veces la dificultad no radica en llegar, sino en mantenerse. Samu estaba quemando etapas a un ritmo vertiginoso, y el frenazo en el mes de febrero fue de los que te revuelven por dentro. Se tiende a decir que, a veces, hay que dar un paso hacia atrás para tomar impulso y dar dos hacia adelante. Y Samu ha demostrado que, si es necesario, puede dar diez. Pero qué difícil debe ser digerir la pérdida de una titularidad por la que tanto has trabajado.
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Fotografía de Getty Images.