En una noche de fiesta está una vida: la ilusión de la tarde previa; las horas antes de entrar a la discoteca que, alcohol mediante o no, son lo mejor de la noche; el estribillo que siempre dura menos de lo que debería; la gente que se va yendo; el suelo pegajoso; el arrepentimiento por las oportunidades perdidas, las copas bebidas o el cansancio acumulado y al final el kebab de vuelta a casa. Esa pequeña victoria en un mundo de derrotas.
El Leicester, acostumbrado a que su vida fuera un lunes eterno, vivió una temporada en el sábado noche. Y nos invitó para que lo acompañáramos. Empezamos a conocer a jugadores que deberíamos haber olvidado en meses, pero se han quedado grabados en nuestros sesos. Y no hablo solo de los que después se mantuvieron en el éxito, como Kanté o Mahrez. Hablo de Wes Morgan, el central que nunca lo pareció. De Drinkwater. Y, claro, de Jamie Vardy.
Si Mahrez era el arco, Vardy era la flecha. El delantero inglés jugaba con prisa. Tuviera o no la pelota, su único objetivo era alcanzar la portería contraria. A veces sin el balón, para descoser a la defensa con sus desmarques, a veces con el balón, para creer en el gol. Si el Leicester, un equipo condenado a sufrir para no descender, terminó creyendo que podía ganar la Premier League fue porque cada vez que Vardy corría campo abierto todo parecía posible. Tanto se popularizó el “Vardy is having a party” que celebraron el título en su casa. Llegó el pinchazo del Tottenham y la liga más sorprendente de los últimos años no se podía festejar en otro sitio mejor: con una fiesta en la casa de Vardy.
Por eso ese Leicester nos llegó al alma: éramos nosotros. Por una vez, aquella mentira que nos habían contado se había convertido en verdad. Si queríamos, podíamos
De aquello hace ya siete años. Fue un momento mágico porque, como pasa con todos, no se sabe si hace mucho o poco tiempo de aquello. Yo mismo escribí sobre Vardy en 2015. Era mi segundo artículo en Panenka. Acababa de graduarme. En su historia de ascensión desde la nada quería ver la mía. Por eso ese Leicester nos llegó al alma: éramos nosotros. Por una vez, aquella mentira que nos habían contado se había convertido en verdad. Si queríamos, podíamos. No hacía falta mucho dinero. El destino era nuestro.
Vardy y Amartey, que jugó cinco partidos aquel año, son los únicos que sobreviven del título de los ‘Foxes’. Si aquella historia se escribiera en un libro, hoy encontraríamos la frase final: “El Leicester está en descenso y Vardy falló un penalti”. Últimamente la nostalgia tiene mala fama, pero qué pueden pensar aquellos que saben que su vida sólo puede ir a peor. Es fácil imaginarse a Vardy, con 36 años y sólo tres goles en esta Premier, relegado a veces al banquillo, bailando solo en la fiesta. Ya se han marchado todos. Es difícil aceptar que el momento álgido de la noche ha terminado. Nunca te tocan el hombro y te dicen que ya ha pasado lo mejor. Que a partir de ahí todo irá para abajo. Que hay que recoger. Él se ha ganado el derecho a quedarse ahí. Estaba haciendo una fiesta. Ahora solo pide ser el que apague la luz, cierre la puerta y pueda comerse solo y tranquilo el kebab de camino a casa.
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Fotografía de Getty Images.