En el minuto 85, al firmar el 0-2 definitivo en el Sardegna Arena, el joven delantero bianconero Moise Kean, harto de los silbidos, desprecios e insultos racistas que había tenido que escuchar a lo largo del encuentro de la Serie A que este miércoles enfrentó a la Juventus con el Cagliari, se acercó a la grada de los ultras rossoblu y, desafiante, se plantó ante ellos, mirándolos fijamente con los brazos extendidos. “Esta es la mejor forma de responder al racismo”, proclamó, después del partido, el prometedor futbolista italiano, el protagonista del enésimo caso de una lacra que, a la espera de que se combata con la contundencia que requiere, sigue avergonzando al fútbol, que continúa salpicando el calcio. Institucionalizados por uno de los gobiernos que más ha hecho por convertir el Mediterráneo en una fosa común, el racismo, la xenofobia o la intolerancia más profunda no solo continúan siendo tres elementos muy presentes en el balompié transalpino, sino que incluso se justifican. “La culpa es compartida al 50%. Porque Moise no debería haber hecho lo que ha hecho y porque la grada no debería haber reaccionado así. Los goles se celebran con los compañeros. Somos profesionales. Tenemos que ser un ejemplo y no provocar a nadie”, apuntó Leonardo Bonucci, situando la víctima al mismo nivel que el culpable con unas palabras que ilustran que el camino por recorrer es incluso más largo de lo que puede parecer. Porque, como cantaba El Chojín, en Rap contra el racismo, “el problema viene cuando no ven el problema. Y el problema se queda cuando lo niegan”.
“Los incivilizados deben ser identificados y se les tiene que prohibir la entrada a los estadios”, enfatizó Massimiliano Allegri, el entrenador de la Juventus, en la rueda de prensa antes de remarcar que Kean “no debería haber celebrado el gol de esa forma” porque “debemos tener respeto por el oponente”, ignorando que a veces hace falta decir basta. Como lo hicieron Tommie Smith y Jon Carlos, acompañados de Petre Norman, en los Juegos Olímpicos de México (1986). Como lo hacía Colin Kaepernick, exquarterback de la NFL, al arrodillarse mientras sonaba el himno estadounidense en señal de protesta. Como lo hizo Moise Kean este miércoles al dejar en evidencia la triste deriva racista que vive un país de emigrantes como Italia.
Institucionalizado por uno de los gobiernos que más ha hecho para convertir el Mediterráneo en una fosa común; el racismo no solo continúa estando muy presente en el calcio, sino que incluso se justifica
“Si hubiera marcado Federico Bernardeschi habría sucedido lo mismo. No exploten la cosa. Kean se equivocó, los jugadores de la Juve también lo han dicho. El Cagliari rechaza las acusaciones de racismo”, destacó el presidente del conjunto rossoblu, Tommaso Giulini; mirando hacia otro lado, esperando que el tiempo entierre el caso, entonando el típico aquí no ha pasado nada, el lo que pasa en el campo se queda en el campo. Y mientras tanto vamos acumulando casos aislados, viendo cómo se blanquea una realidad tan lamentable como inaceptable; cómo se justifica lo injustificable con grandilocuentes discursos repletos de palabras vacuas, vacías; cómo los monstruos que creíamos muertos en la Europa de las libertades, la de los gobernantes que se manifiestan contra el atentado de Charlie Hebdo mientras continúan alimentado el mercado armamentístico, vuelven a asomar la cabeza. “Me pregunto si alguno de estos valientes situados detrás de la pancarta se atrevería a decirle eso a Shakira en persona. Probablemente no. Seguramente se limitaría a pedirle un autógrafo”, señalaba Sònia Gelmà en un imprescindible texto en el que censuraba la inexcusable tibiez con la que se reaccionó ante aquel Shakira es de todos que se desplegó en el RCDE Stadium durante un derbi contra el Barcelona. ¿Qué harían aquellos hinchas del Cagliari que le insultaron durante todo el encuentro si Moise Kean firmara el tanto que le diera la próxima Eurocopa a la Azzurra?
La respuesta es tan clara e ilustrativa del sinsentido infundado que es el racismo como plausible es la situación planteada. Y es que Moise Kean, nacido el 28 de febrero del año 2000 en Vercelli, una pequeña localidad del este del Piamonte, en el seno de una familia de inmigrantes marfileños, es, desde hace tiempo, uno de los futbolistas más prometedores del panorama transalpino. Llamado a ser, junto a nombres como Nicolò Zaniolo, Nicolò Barella o Federico Chiesa, uno de los grandes abanderados, de los principales líderes, de la revolución que la Azzurra está pidiendo a gritos desde que tocó fondo al quedarse fuera de una Copa del Mundo por primera vez desde 1958, la perla de la Vecchia Signora cumplió el sueño de debutar con la selección absoluta el pasado 20 de noviembre, cuando Roberto Mancini le dio unos minutos en un amistoso contra Estados Unidos. El técnico italiano, consciente de que Kean puede acabar siendo el referente ofensivo que tanto ha echado de menos la Azzurra en los últimos años (“No tiene la experiencia de otros, pero posee entusiasmo, fuerza física, técnica y ve puerta con facilidad. Es un talento enorme. Y el futuro está en sus manos”), redobló su apuesta por el ‘18’ de la Juventus en el último parón; una confianza a la que el joven delantero, que completó los 90 minutos tanto contra Finlandia (2-0) como contra Luxemburgo (6-0), respondió con dos dianas; convirtiéndose en el segundo futbolista de la historia más joven en marcar un gol con la elástica del combinado transalpino, solo superado por Bruno Nicolè (1958).
La carrera de Moise Kean, de hecho, ha destacado siempre por su precocidad. Sus primeros pasos hacia el balompié profesional los dio en el Asti y en el Torino, pero a los diez años ya se incorporó a las categorías inferiores de la Vecchia Signora. “Un día me llamó a las 5:30 de la mañana. Yo estaba de camino al trabajo. Me asusté, pensé que le había pasado alguna cosa. ‘Mamá, tengo una sorpresa para ti. ¡Acabo de fichar por la Juve. Ya no tendrás que trabajar más. Podremos vivir juntos en Turín!”, recuerda Isabelle, su madre, en una entrevista de Tuttosport en la que también celebra que “el éxito de Moise compensa todos los sacrificios que hice en el pasado. Es una satisfacción enorme ver lo que ha hecho mi hijo, ver todo lo que ha conseguido. Jamás me lo hubiera imaginado, sobre todo teniendo en cuenta de donde venimos”.
La vertiginosa progresión del potente futbolista bianconero quedó ratificada el 19 de noviembre del 2016, cuando, en un duelo contra el Pescara, se convirtió en el primer futbolista de este milenio en jugar un encuentro de la Serie A. “Esto es solo el inicio. Siempre apunto más alto”, proclamó aquel imberbe chaval, de apenas 16 años, ocho meses y 22 días que creció idolatrando a Obafemi Martins, Mario Balotelli y Paul Pogba, desde las entrañas del Allianz Stadium. En la última jornada de aquella temporada, Kean, que tan solo tres días de debutar con el primer equipo de la Juventus también se había erigido en el primer jugador de su generación en disputar un partido de la Champions League, fue un poco más lejos al anotar su primera diana en la Serie A, inscribiendo su nombre en el libro de la historia del fútbol como el primer futbolista del presente milenio en celebrar un tanto en una de las cinco grandes ligas del continente. Con la intención de que dispusiera de minutos para que su evolución no se viera frenada, el curso pasado, el joven delantero de la Vecchia Signora fue cedido al Hellas Verona, con el que anotó cuatro tantos en 20 partidos. El conjunto gialloblu no pudo evitar el descenso a la Serie B, pero Kean convenció a los dirigentes de la Juve de que había llegado el momento de darle la oportunidad de empezar la temporada como futbolista del primer equipo, de crecer a la sombra de delanteros como Cristiano Ronaldo o Mario Mandžukić. Tuvo que esperar sus oportunidades desde el banquillo (hasta finales de febrero tan solo había jugado dos minutos en la liga), pero Allegri siempre confió en él. “Sería un error que se marchara. Debe crecer en la Juventus. Tendrá oportunidades esta temporada, y más la que viene”, avanzó el técnico bianconero en enero, cuando una cesión se presentaba como la mejor opción para un Kean que, dotado de un insaciable olfato goleador, ha acabado por explotar en un mes de marzo fantástico; reclamando una revisión de su contrato, que termina en junio del 2020, y consagrándose como un sustituto de lujo para Cristiano Ronaldo al haber anotado hasta cuatro goles en las últimas cuatro jornadas de una Serie A en la que promedia una diana cada 52 minutos. Y es que Moise Kean es ya una realidad. Una realidad que, desde la delantera de la Azzurra y de la Vecchia Signora, se ha convertido, con un pequeño gran gesto, en un símbolo contra el racismo que tanto han alimentado las políticas xenófobas de Matteo Salvini, el ministro de Interior del gobierno italiano. “Nací en Italia y mis padres llevan más de 30 años aquí. Si vivimos aquí debemos ser tratados como italianos. Todos lo somos”, insiste en enfatizar Moise Kean, el niño inconformista que combate el racismo con goles.