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Gianluigi Buffon, una historia de terror

CARDIFF - OCTOBER 16: Goalkeeper Gianluigi Buffon of Italy in action during the 2004 European Champioship Group 9 Qualifying match between Wales and Italy on October 16, 2002 played at the Millennium Stadium in Cardiff, Wales. Wales won the match 2-1. (Photo by Stu Forster/Getty Images).

Un miedo, con los años, puede esfumarse. Lo que no se va nunca es la marca que demuestra que un día estuvo, como la brecha que deja un hachazo en la pared. Todavía puedo hacer una lista con los miedos que me persiguieron de niño. Los callejones sin salida. Los armarios cerrados con llave. Los gatos salvajes. Los accidentes de coche. Las viejas con la nariz grande. El detective Conan. El silencio del bosque. Los hombres con un parche en el ojo. Los cuervos. Los uruk-hai. Las muñecas de la casa de mis abuelos. Y, por supuesto, Gianluigi Buffon. Cuando eres pequeño, miras los partidos de tu equipo como si solo pudieran acabar de una forma: bien. Te pasa igual con las películas o los cuentos que te leen, para los que no admites finales tristes. Ocurre que, con los años, te vas dando cuenta que la realidad tiene poco que ver con esos desenlaces redondos, en los que lo dos amantes, después de despistar al lobo, se dan un beso y encienden el fuego en su casita de la montaña. Hay monstruos demasiado grandes que se interponen en ese propósito de felicidad absoluta. Y que no se dan por vencidos, por más páginas que quieras añadirle al relato. Durante unos años, el equipo del que soy aficionado se enfrentó algunas veces a la Juventus en la Copa de Europa. Montero, Thuram, Tacchinardi, Nedved, Del Piero, Zalayeta. Esos tipos estaban hechos para que los detestaras. Vestían de blanco y negro, como si hubieran salido de uno de esos films antiguos que tanto te aburrían. Ninguno sonreía, jamás se desconcentraban, iban al choque como si les debieras dinero y salían a la contra en plan matanza de Texas. Por si fuera poco, su portero era un aguafiestas, porque lo paraba todo, incluso lo imparable. En ocasiones encadenaba tres o cuatro manos milagrosas en una misma acción, lo que te dejaba a ti abatido, pensando que era más fácil que tus padres te compraran una moto, un perro y una tele para la habitación de una tirada que celebrar un maldito gol, aunque fuera de rebote. Buffon, además, era tirando a guapo, lo que elevaba la pesadilla a niveles históricos. Si un villano, además de hijo de puta, es guapo, estás perdido, porque ya te cuesta hasta insultarlo. Lo recuerdo abrazado al palo para colocar la barrera, escupiendo a los guantes, despegando como un caza para desviar el disparo y después, ya con el balón lejos, dando dos palmadas fuertes, como diciendo: “Volved cuando queráis”. Hay historias de terror que en mi infancia preferí no saber y que ahora me atrevería a escuchar agarrado a una mínima dosis de sentido común. Pero si ese veinteañero de las mangas cortas volviera a aparecer por sorpresa en la pantalla del salón, lo más probable es que saliera pitando.

 


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Fotografía de Getty Images.