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Cuando las pistolas ganaron a las metralletas

Ambición e intensidad definen a un Girona que, después de mucho sufrimiento, ha aterrizado en Primera División con el objetivo de continuar haciendo historia

El fútbol no solo es política, también es literatura. Y es que ayer, en un Montilivi repleto de aficionados y de banderas de diversa simbología política, el Girona volvió a abrir el libro de su historia para escribir otro capítulo con letras doradas. Junto a la fecha del 4 de junio de 2017 (el día en que el cuadro rojiblanco consiguió, por fin, el tan ansiado ascenso a la élite del fútbol español), la parroquia gerundense recordará para siempre la cascada de emociones que vivió en la tarde de ayer, la del eterno 29 de octubre. Hasta el último de sus días, los seguidores del Girona podrán repetir, entre orgullosas lágrimas de emoción: “Sí, en su primera temporada en Primera División, nuestro Girona venció al Real Madrid en Montilivi”.

Quienes este año tienen el placer de asistir a las largas ruedas de prensa de Pablo Machín saben de antemano que van a escuchar dos frases en voz del técnico soriano. “Ellos juegan con metralletas y nosotros, con pistolas”, repite, en referencia a la inferioridad de su equipo ante algunos de los grandes conjuntos a los que tendrá que enfrentarse este curso, el del debut histórico del Girona en Primera. Aun así, Machín, ambicioso por naturaleza, defiende un segundo mantra con la misma insistencia: “El fútbol es el único deporte en el que un equipo eminentemente inferior puede ganar a otro eminentemente superior”. Es precisamente esta ambición (unida al esfuerzo y a la intensidad, dos aspectos de índole “innegociable” para un Machín que se identifica con el ‘Cholo’ Simeone), la que ha llevado al conjunto de Montilivi, que hace dos décadas deambulaba desnortado por los infiernos del fútbol catalán, hasta un lugar tan impensable como la máxima categoría del balompié español.

Ahora, en Primera División, el Girona y su sufridora afición son como aquel niño que lo ve y que lo vive todo por vez primera. Mientras se abre paso entre la élite a pasos de gigante, el equipo vive feliz, encantado y orgulloso de poder recibir a algunos de los mejores futbolistas del planeta en el mismo estadio que antaño fue el escenario de dolorosas e incomprensibles derrotas. Y compiten contra ellos de tú a tú, como el chaval que sale al patio sin ningún miedo de enfrentarse a los alumnos de la clase de los mayores. “Cuidado, Leo Messi: el Girona ya está aquí”, gritó hasta quedarse afónico Pere Pons, el gran ídolo de la afición local, el día de la celebración del ascenso a Primera, en una clara demostración de la ambición de este equipo.

Y es que Pere Pons es, junto a Àlex Granell, quien mejor simboliza que el Girona es como un muchacho que está descubriendo el enorme mundo del fútbol de élite. Siempre sonrientes, Pons y Granell suman ya 110 partidos juntos desde que Pablo Machín se hizo cargo de la clase en 2014 para empezar a cambiar la identidad de una ciudad que antes vivía prácticamente de espaldas a su equipo, pero que ahora lo idolatra incondicionalmente y le demuestra su amor inundando sus calles de camisetas rojiblancas. “Vemos a los niños con la camiseta del Girona. Y la gente mayor también es mucho más del equipo que antes”, enfatizaba un orgulloso Granell en la previa del histórico encuentro contra el Barcelona del pasado 23 de septiembre.

 

Así se presentó el equipo en Primera División. Sin pedir permiso; no llamó a la puerta, directamente la tiró abajo.

 

Con el 3-5-2 como seña de identidad principal e innegociable, después superar el drama de quedarse hasta tres veces a las puertas del ascenso en las últimas cinco temporadas, el Girona debutó finalmente en Primera División el pasado 19 de agosto, en un precioso encuentro en Montilivi contra el Atlético de Madrid que acabó en empate (2-2) y en el que los discípulos de Pablo Machín dominaron de forma incontestable durante la mayor parte de los 90 minutos. Así se presentó el equipo. Sin pedir permiso; no llamó a la puerta, directamente la tiró abajo.

Y ayer, 29 de octubre de 2017, en una especie de David contra Goliat moderno, el Girona se ubicó a sí mismo en el mapa del fútbol internacional al someter al Real Madrid, al vigente campeón de Europa, en el que seguramente fue el mejor partido de la historia para los locales. “Sería muy fácil y muy de vendehúmos decir que al Madrid le vamos a jugar de tú a tú”, reconocía, prudente, Pablo Machín en la entrevista del #Panenka66. Pero lo consiguió: el Girona, el mismo equipo que cuando el técnico soriano aterrizó en el banquillo de Montilivi parecía irreversiblemente condenado al descenso a Segunda B, desnudó al conjunto merengue y se impuso a él por mediación de Cristhian Stuani y Portu (2-1).

Con la victoria, los rojiblancos emularon una gesta inédita desde hace 27 años. El 28 de octubre de 1990, el Real Burgos se impuso al Real Madrid con un doblete del delantero bosnio-yugoslavo Predrag Juric, que remontó el tanto inicial de Hugo Sánchez. Desde entonces, ningún otro debutante había podido doblegar a los blancos. Fue así hasta ayer, cuando lo consiguió este Girona, un equipo que ha irrumpido en la élite sin renunciar a nada y que va a pelear por el objetivo de la permanencia siendo plenamente consciente de su modestia.