Herbert Krause podría ser el nombre de cualquier futbolista alemán, sobre todo ahora cuando dos de los equipos más grandes de ese país se alistan para jugar una final inédita de la Liga de Campeones de Europa. Sin embargo, aunque durante su niñez, en Detmold, un pequeño pueblo al noreste de la región de Westfalia y a unos kilómetros de la ciudad de Dortmund, él jugaba en un equipo local, hace más de 20 años la vida lo llevó a montar una pequeña papelería en el tradicional barrio de la Castellana, al norte de Bogotá.
Su español lo delata, y aunque su pequeña estatura lo deja confundirse entre la gente, quienes lo recuerdan lo identifican inequívocamente como ‘El Alemán‘. Cuenta que en los 90, cuando el Batallón de Policía Militar #13 convocaba a los reclutas en los predios de la zona, se armaban filas de dos cuadras de muchachos que debían sacar una fotocopia de su cédula, un papel que habían olvidado tal vez por la ansiedad de que se los llevaran a prestar el servicio. Y aunque en el sector se ubicaban algunos locales que pretendían hacerle competencia, los clientes preferían ver al personaje y conocer el lugar que parecía un templo del Borussia Dortmund: todo amarillo y negro.
Don Herbert, como le dicen quienes lo conocen, nació en Aabenraa, Dinamarca, en 1945, justo después del Día de la Victoria, cuando se dio fin a la Segunda Guerra Mundial y como precedente de la división bipolar del mundo que se vendría durante los siguientes 46 años, la ocasión se registró oficialmente el 8 de mayo para los aliados occidentales y el 9 para los soviéticos. Por esos días su familia tuvo que embarcarse a través del Báltico desde Kaliningrado, la Konigsberg prusiana, para huir de la guerra que ya había entrado en su última etapa en la que el Ejército Rojo lanzaba la ofensiva de invierno que significaría un golpe fatal para los nazis.
Con la caída de Berlín y sin nada material en las manos, pues todo el fruto de su trabajo en el campo había desaparecido, los Krause emigraron pronto a Traunstein, en la Alta Baviera de la Alemania Federal, donde les habían dicho que encontraría mejor fortuna. Con el estatus de refugiados y como beneficiarios de los programas de recuperación de la posguerra, pudieron hacerse con algún capital oficial para salir adelante. Las tres hermanas y el hermano mayor de Herbert ya habían tomado caminos independientes pero a él todavía le quedaba algún tiempo en casa.
En Detmold, todo fue mejor. Como cualquier niño en una sociedad que respira fútbol, desde pequeño se enamoró de la pelota y soñó con algún día bajar al campo para hacer un gol, levantar una copa, o simplemente tener la exclusiva fortuna de ganarse la vida con esa profesión. Cuenta que los entrenadores del equipo local tenían la idea de llevar al grupo de aprendices una vez al mes a un gran partido que se jugara en la región, y tal vez por azar, o por esas cosas del destino que tiene este juego, el primer camino los llevó hasta el Stadion Rote Erde, la primera casa de los BVB 09 que era conocida, como su nombre lo dice, por el rojo de su arena, y que en 1974 quedaría emplazada al pie del gran Westfalenstadion. “Fue amor a primera vista“, asegura. Como si se tratara de un compromiso de sangre que se sella con la vida y solo acaba, literalmente, con la muerte, descubrió que ese sería su equipo. Esa noche, el Dortmund goleó al poderoso 1860 Munchen 4 por 0, y de su memoria el recuerdo no se borró jamás.
GLORIA PASADA
En tiempos de paz pero con la tensión de la Guerra Fría que en el plano diplomático había sido exportada para dividir Alemania, el ejército era una buena opción de vida. Allí hizo carrera durante ocho años donde aprendió ingeniería de manera empírica hasta que los conocimientos le dieron para trasladarse y emplearse en una fábrica. Recuerda que en ese tiempo, el Mayor Rhein, que lideraba su compañía militar, simultáneamente hacía las veces de manager en alguna sección del Dortmund y por tanto, tenía privilegios para tratar con los jugadores e ingresar a los partidos.
El equipo ya se alzaba con tres ligas (56, 57 y 63), una Copa de Alemania (65) y pronto levantaría su primer título europeo: la Recopa del 66, en la que superó 2 a 1 al poderoso Liverpool en la final de Glasgow. El fútbol alemán pasaba por un gran momento. Pocos años antes, la selección de Sepp Herberger, había logrado lo impensado al derrotar 3 a 2 en la final del Mundial 54 a la Hungría de los ‘Magiares Mágicos’, que llegaba a la cita con un récord de 32 partidos invictos en cuatro años en el que se incluía la victoria sobre Inglaterra en el mismísimo Wembley por 6 a 3.
Al mismo tiempo, el país se preparaba para celebrar el Mundial 74, privilegio que ganó en 1966 tras convencer al presidente de la FIFA, Sir Stanley Rous, de que el país estaba recuperado y de que su selección, que además de lograr el campeonato del 54, saldría segundo en el 66, daría un verdadero espectáculo en casa. Sin embargo, solo hasta ese año, 1974, llegarían los alirones europeos para los clubes alemanes: en tres oportunidades consecutivas, el Bayern Munich de Beckenbauer se hizo con la Liga de Campeones. Luego, ‘El Káiser’, lideraría a su selección en la consecución del segundo campeonato mundial, en el que, ante su público, en el Estadio Olímpico de Múnich, derrotaría 2 por 1 a la ‘Naranja Mecánica’ de Rinus Michels capitaneada por Johan Cruyff.
AL OTRO LADO DEL ATLÁNTICO
Varios años pasaron para que Herbert decidiera cambiar su rumbo. En 1986, unos amigos que se habían trasladado a Colombia le dijeron que debía ir a conocer el país y que unas buenas vacaciones en el Trópico no le sentarían nada mal. En esas, durante alguna reunión, le presentaron a Elisabeth Cañarete, una bogotana con la que terminaría casándose y formando un hogar.
En principio, para ubicarse en el país, tomó un puesto en una gran importadora de maquinaria. Sin embargo, aunque el empleo le servía para vivir bien en el barrio de la Castellana, estaba cansado de que algunos compañeros, en tono de broma, lo recibieran por las mañanas con el saludo nazi. Como confiesa su esposa, “se trata de un episodio vergonzoso en la historia de los alemanes, y para ellos no resulta nada gracioso recordarlo de esa manera“.
Una mañana, cuando salía de su casa, pasó por la papelería que entonces le pertenecía a otra persona, a quien le insinuó que en caso de querer venderla, él sería el comprador. Así sucedió, y en 1990 la bautizó ‘Castellonet’. Desde entonces la decoró con afiches, bufandas y todos los símbolos del Dortmund, y la convirtió en una especie de peña transcontinental. Ese mismo año, el Mundial se ‘vivía’ en Colombia. La selección de Maturana y ‘Bolillo’ Gómez logró la clasificación para una cita mundialista 28 años después y en primera ronda se tendría que cruzar con la poderosa Mannschaft de Lothar Matthäus y Jürgen Klinsmann, que a la postre saldría campeón. Herbert vio el partido en su casa, con su esposa y unos familiares colombianos para quienes el gol de Littbarski al minuto 89 fue un un jarro de agua fría que apagaba la fiesta en el país, pues el 0-0 era un buen resultado. Luego, en el tiempo de descuento, en una triangulación magistral entre el ‘Pibe’ Valderrama, el ‘Bendito’ Fajardo y Freddy Rincón, este último grabó en la memoria del país un grito de gol que jamás se olvidará. Herbert, como cualquier alemán, quedó atónito, y solo pudo aceptar la celebración del rival en su propio apartamento.
LARGA VIDA EN EL WESTFALEN
La Liga de Campeones del 97 también la vivió desde su casa en la Castellana. El Dortmund hacía las veces de local, paradójicamente en el campo de quien ya se había convertido un rival acérrimo: el Estadio Olímpico de Múnich. Sobre el Bayern, Herbert asegura que “es un equipo que siempre intenta evitar que sus competidores repunten y por eso, les quita a los jugadores“, algo que confirma lo que hace apenas unas semanas sucedió con la estrella Mario Götze y probablemente sucederá con el goleador polaco Robert Lewandowski. Por ese motivo y también por la competencia deportiva, después de Gelsenkirchen, “la ciudad prohibida“, donde juega de local el más grande rival del Dortmund, Schalke 04, Múnich es un lugar donde no son bienvenidos. No obstante, en esa ocasión, los negro-amarillos liquidaron 3-1 a la Juventus de Turín y levantaron la ‘Orejona‘ por primera vez.
Poco después, ‘El Alemán’ decidió retirarse del negocio y vendió Castellonet. En el 2003, ya cansado por el trajín al que lo comprometían los clientes, sacó sus afiches y bufandas del lugar para guardarlos en su casa como el más preciado tesoro. Desde entonces, se dedicó a esperar una pensión de su país, a disfrutar la ciudad y a visitar de tanto en cuando el Westfalenstadion.
Sus últimos años los ha pasado tranquilo al lado de su esposa. Dice que no le gusta el fútbol colombiano por los narradores, por los comerciales y porque su corazón solo está con un equipo. Herbert entiende muy bien que el concepto de hincha tiene una connotación de identidad que se relaciona con el lugar de origen o el sitio donde la persona crece. Alguna vez fue a un Santa Fe vs Millonarios, pero un amargo 0-0 lo espantó de El Campín.
Ahora solo le interesa una cosa: la final de la Liga de Campeones de esta noche en Wembley. Sabe que no será nada fácil, que el Bayern, por presupuesto y por el historial reciente de finales continentales perdidas, tiene la obligación de matar al rival. Pero también es consciente de las cualidades tácticas de su equipo, una estrategia que él bautiza como ‘Pressioner‘, que tiene como objetivo no dejar pensar al rival y que le adjudica a su entrenador, Jürgen Klopp.
Pero lo cierto es que aún nada está dicho. Y Herbert lo descubrirá en su casa, en el barrio la Castellana, anhelando poder gritar los goles a la distancia y recordando los pasos que desde Aabenraa lo trajeron a Colombia con una bandera que nunca dejará de izar: la del Ballspiel-Verein Borussia 09 Dortmund.
Andrés Alba Escamilla, periodista colombiano