PUBLICIDAD

El barrio proletario de Berlín que marcó a Antonio Rüdiger

Percibido a veces como un cafre, se ha consolidado como uno de los mejores centrales del mundo. Una recompensa justa, pero tardía, para el chico del barrio berlinés de Neukölln, donde todo empezó

Rüdiger
Screenshot

Este reportaje está extraído del interior del #Panenka126, un número que sigue disponible aquí

 

La pregunta ‘¿Qué adversario le ha marcado más a lo largo de su carrera?’ no es la habitual cuando se realiza a un profesional que ha disputado cientos de partidos y se ha enfrentado a miles de adversarios. Sin embargo, en algunos casos, la respuesta podría ser Antonio Rüdiger, 30 años, 190 cm, 85 kilos.

Ese Antonio Rüdiger que hizo abandonar el campo a Kevin de Bruyne en la final de la Champions de 2021 después de un choque que lo dejó KO. Ese Antonio Rüdiger del que Paul Pogba aún tiene los dedos de los pies marcados tras un partido de la fase de grupos de la Eurocopa 2020. Ese Antonio Rüdiger que, tres años antes, hizo descubrir a Benjamin Pavard el significado de la expresión “entrada a la garganta” en la Nations League. Ese Antonio Rüdiger que, pocos meses después de convertirse en profesional con el VfB Stuttgart, golpeó el estómago de Rafael van der Vaart, a pesar de ser diez años más joven que él. Una acción que le valió el apodo de ‘Rocky’ Rüdiger. Un sobrenombre del que Toni nunca se ha desprendido. Y por una buena razón, porque, aunque los años pasen, el central no ha cambiado. Continúa machacando a los delanteros rivales y apretando el puño cada vez que aleja el peligro con un balón a la grada.

Pero, ¿por qué es así de malvado? Esa fue justamente la pregunta que le hizo Thomas Tuchel cuando llegó al Chelsea. “Tuchel me dijo: ‘Toni, déjame preguntarte una cosa: cuando te miro veo mucha agresividad en el campo. Juegas con muchas emociones, ¿de dónde viene esto?’. Así que le conté mi historia y charlamos durante un rato. Aunque, sinceramente, mi respuesta podría haber sido una palabra: Neukölln”.

 

“Toni forma parte de la primera generación de niños que creció en este barrio tras la caída del Muro, cuando nadie quería vivir aquí”, dice el alcalde de Neukölln

 

EL DIÉSEL Y EL MOTOR DE TONI

Al bajar del S-Bahn en la estación de Sonnenallee, los aledaños parecen los de cualquier otro barrio multicultural. Los puestos de kebabs lindan con las tiendas de comestibles orientales, las cabinas de teléfono son iguales que los bares tradicionales, y en la parada de bus más cercana resuenan las conversaciones en alemán, turco, kurdo, croata, inglés o vietnamita. En resumen, nada sorprendente para quien haya vivido alguna vez en una metrópoli. Pero en Berlín, Neukölln no es conocido por ser el barrio más tranquilo para vivir. En Nochevieja estallaron disturbios entre jóvenes y la policía, situación prácticamente inaudita en una Alemania conocida por resolver discretamente sus conflictos, hecho que desprestigió, una vez más, un distrito que sufre continuamente de su mala reputación. Y eso molesta a Ferat Koçak. Bien abrigado con una sudadera negra con capucha, cubierta además con una gruesa bomber, este joven cuarentón intenta curar como puede un catarro intenso que le obliga a sonarse la nariz cada diez segundos. Su barba, teñida en parte de rojo, indica el color del partido político al que pertenece: Die Linke, una formación de izquierdas y bajo cuya etiqueta representa a Neukölln en el parlamento regional del Land de Berlín. “Aquí estamos en un barrio proletario”, tose a modo de introducción. “Históricamente siempre ha habido una tradición de compromiso contra el fascismo y la violencia estatal. A pesar de esto, la extrema derecha sigue aún presente y Neukölln permanece bastante polarizado: en el sur, hay barrios más acomodados y alemanes; el norte es más pobre y multicultural”. Koçak se suena la nariz por enésima vez antes de ponerse el mono de historiador de la migración. “Durante la partición de Berlín llegaron los primeros gastarbeiter [‘trabajadores invitados’], en su mayoría procedentes de Turquía. Le siguieron otras oleadas migratorias con gente procedente del Líbano y Palestina, luego de los Balcanes y, más recientemente, de África y Siria”.

Fue en este gigante mosaico de culturas donde nació Antonio Rüdiger el 3 de marzo de 1993, de padre alemán y madre sierraleonesa, que llegó a Berlín tras huir de la Guerra de los Diamantes en su país. El punto de partida es un apartamento en el número siete de la Dieselstrasse, una calle que lleva el nombre del inventor del motor diésel, situada en el corazón de la Weisse Siedlung (‘ciudad blanca’), una torre de Babel donde viven algo más de 4.300 personas, el 75% de las cuales son de origen extranjero. “Este complejo fue construido en los años 70 por gastarbeiter para alojar a gastarbeiter, explica Ferat.

 

“Crecer allí le hizo darse cuenta de que para conseguir lo que quería en la vida, siempre tendría que trabajar. Si da constantemente el 100%, es porque tiene presente a Dieselstrasse”, cuenta su hermano

 

En la barriada no hay ni un gato. Sin embargo, hay una pequeña tienda de comestibles que también sirve de vivienda. Dentro, la propietaria, de origen turco, no tiene nada que decir sobre Rüdiger, un hombre del que nunca ha oído hablar. Pero sí tiene mucho que decir sobre su barrio. Según ella, los ascensores se estropean a menudo, los pisos son insalubres y no se hace ninguna reforma porque el casero prefiere deshacerse de estos pobres desaliñados y sustituirlos por hipsters dispuestos a invertir barato en el encanto del brutalismo setentero. Ferat anota su dirección y promete volver para hablar con ella. Las elecciones locales son dentro de unas semanas y él aspira a la reelección.

“Toni forma parte de la primera generación de niños que creció en este barrio tras la caída del Muro, cuando nadie quería vivir aquí”, dice el alcalde. “Las cosas son diferentes desde entonces: Neukölln ha cambiado mucho en los últimos años y también se ve afectado por la gentrificación que se está produciendo en Berlín”, añade. Si se mira hacia lo alto de los apartamentos, se puede ver un fragmento de lo que pudo ser la infancia del pequeño Antonio. En el piso 17 de una de las torres, Lily, su madre, lo crió sola, junto con sus cuatro hermanas y su hermanastro, Sahr Senesie. Un hombre que, como Antonio, llegó a calzarse las botas en los campos de fútbol profesionales. Aunque disputó algunos partidos con el Dortmund a principios de los 2000, pasó la mayor parte de su carrera en las divisiones inferiores del fútbol alemán. Tras colgar las botas en 2015, Sahr se decantó por una carrera como agente de jugadores que a veces lo lleva a estadios de la Ligue 1. “El otro día estuve en Lens para ver el partido contra el Auxerre. De vuelta a París, pasé por Bondy y me recordó a nuestra ciudad”, cuenta el hermano por teléfono. Y continúa: “El edificio ha tenido un gran impacto en Toni y lo sigue teniendo hoy en día, aunque juegue contra el Liverpool o el Barça. Porque crecer allí le hizo darse cuenta de que para conseguir lo que quería en la vida, siempre tendría que trabajar. Si da constantemente el 100%, es porque tiene presente a Dieselstrasse. Este lugar es incluso más importante que su primer club profesional”.

SEGUIR LEYENDO

Rüdiger