Hablar de Diego Tristán es hablar de una leyenda efímera, amada y odiada a partes iguales. Pero, como el tiempo todo lo cura, la bienquerencia se ha apoderado de la mente herculina que rememora emocionada aquel anárquico killer del ‘Superdepor’ de inicios de siglo. Si has superado la crisis de los 30, seguro que te acordarás de él; si estás en los veintipico, quizás estamparas su codiciado cromo en el álbum de Panini; y si perteneces a la generación Alfa, te invito a ir a YouTube y disfrutar de Don Diego. No del hijo de la Tota, sino de Don Diego Tristán, el ‘Mago de La Algaba’.
Poseído por el ‘Fenómeno Ronaldinho’ -recién sacado de mi chistera-, el sevillano estuvo 15 años en activo, pero sus devaneos futbolísticos no perduraron más de un tercio de su trayectoria. ¡Pero qué lustro! Nacido en La Algaba, sus primeros pasos como futbolista conforman los vértices de un triángulo escaleno mentalmente dibujado en el mapa del territorio español. De las inferiores del Betis voló a Mallorca, donde debutó en Primera. Sus buenas actuaciones dejaron millones de pesetas en las arcas bermellonas y fichó por el Deportivo de la Coruña, que rápidamente amortizó el desembolso. La mejor decisión de su vida. Tristán ganó tres títulos, un Pichichi y se convirtió en el máximo goleador de la historia del conjunto blanquiazul con 110 tantos, 15 de ellos en Champions.
Pero esta historia estuvo a punto de no ocurrir jamás. Como el videoclip de Thriller, cuyo director era escéptico, pero que pudo ver la luz gracias a la insistencia del ‘Rey del Pop’. Antes de firmar con el Depor, el delantero tenía un preacuerdo con el Real Madrid y Lorenzo Sanz, presidente por aquel entonces. El causante del termination fue Florentino Pérez. Un presunto mal comportamiento extradeportivo del jugador dinamitó la posibilidad de verlo vestido íntegramente de blanco. Tristán se puso tristón, pero el que dijo que las lágrimas de hoy son las sonrisas de mañana tenía un día inspirado. Triunfó en Riazor y pudo vengarse de los ‘merengues’ por partida doble.
Averiguar sus cualidades devenía en un rompecabezas para periodistas y rivales. Pero él estaba ahí, cada domingo podías leer su nombre en el apartado del periódico: ‘Tabla de máximos goleadores’
El 6 de marzo sería festivo en la Coruña si esta decisión se sometiera a referéndum. Aquel día, en 2002, escenifica el apogeo de la carrera de Tristán y uno de tantos en la historia del Deportivo. El día en que le arrebataron la Copa del Rey al Real Madrid, en su 100 aniversario y en el propio Santiago Bernabéu (1-2). El día del ‘Centenariazo’. Ni el sueño más húmedo del ‘culé’ promedio sería capaz de recrear tal epopeya. Una noche mágica que contó con una pareja que brilló igual que Joan Beez y Bob Dylan en el Village de Nueva York: Juan Carlos Valerón y Tristán. Clase al cuadrado. El segundo gol del Depor aquella noche es una representación de lo que mejor sabían hacer. El primero asistió y el algabeño marcó. Un momento en el que Chamartín se transformó en un parvo Riazor debido al ensordecedor estallido de júbilo de la afición herculina. Para más inri, el Deportivo terminó desvalijando por completo al Madrid usurpándole la segunda plaza de la clasificación liguera en la última jornada.
Diego Tristán fue un delantero enigma. Averiguar sus cualidades devenía en un rompecabezas para periodistas y rivales. Pero él estaba ahí, cada domingo podías leer su nombre en el apartado del periódico: ‘Tabla de máximos goleadores’. Lejos de ser un punta clásico, era un delantero elegante que no destacaba por su velocidad, potencia o altura. Un tipo sui géneris que agrupaba las proporciones justas de utilidad y misterio. Su cautela en el manejo del esférico, aptitud para deslizarse por las troneras del área y la suavidad de sus regates indica que dominaba todos los fundamentos del oficio. Un futbolista cuya estirpe se encuentra en peligro de extinción.
Antes de firmar con el Depor, el delantero tenía un preacuerdo con el Real Madrid y Lorenzo Sanz, presidente por aquel entonces. El causante del termination fue Florentino Pérez
Capaz de camuflarse en el césped durante minutos como un camaleón y rematarte igual que un caimán cuando menos te lo esperas. Desesperaba a rivales, compañeros y afición, lucidor de una sospechosa ataraxia como si el partido no fuera con él. Hasta que la ouija invocaba al espíritu. Era entonces cuando sus ojos claros apuntaban fijamente a un objetivo. Una mirada fría le bastaba para transformarse en Medusa, el ser ctónico de la mitología griega que convertía en piedra a quienes le miraban fijamente a los ojos. Ahí era letal, la perplejidad del guardameta ante esa seguridad pasmosa le dejaba sin atisbo alguno de esperanza. De vaselina, de cabeza, al primer toque. ¿Qué más da? Era gol.
Podríamos detenernos en polémicas y nos daría para unos párrafos más, pero merece la pena. “La gente de Coruña solo recordará lo mejor de mí”, dijo el propio Tristán poco después de abandonar el Depor. ¿Quiénes somos nosotros para contradecirle? Yo, desde luego, no me atrevo, no vaya a convertirme en piedra.
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Fotografía de Getty Images.