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Diego, año uno tras la caída del Muro

Mientras en algunos medios se le monetizaba como adicto, en las pachangas los niños seguíamos pidiéndonos a aquel futbolista que había sido el mejor

Uno tiene que esperar a los títulos de crédito del final del primer episodio de la serie de Maradona, Sueño bendito, para subirle puntos. Todo lo anterior tiene tintes en exceso teatrales. Incluso con el gazapo o licencia inexplicable de situar la muerte de Perón cuando Diego tenía nueve años y no catorce. Pero es al final donde todo se recompone. Los rótulos hablan sin tapujos de la dictadura militar y de cómo “el fútbol se convertiría en una cortina de humo para tapar el genocidio”. Le seguirán, en los siguientes capítulos, firmes referencias a las Madres de Plaza de Mayo o los chicos que fueron enviados con zapatillas Flecha a morir a Malvinas. Esa contextualización le sienta bien a una vida que nos contaron casi siempre solo en clave de diario deportivo o de papel cuché. Suena, mucho más que de fondo, No voy en tren, voy en avión, de Charly García. García, musicando el ocaso del ‘Diez’ en el Mundial de Estados Unidos, compondría un blues que se preguntaba “qué droga te arenga más que yo”.

Hace un año de la partida de Maradona y las piezas de su biografía siguen juntándose. Conviene recordar la utilización de su figura en vida. Por parte del poder político. Por parte del círculo que, con mejor o peor intención, lo exprimió como oportunidad de negocio. Pero también por parte de la carcasa moralista de un sistema que encumbra y derrumba con la misma pasión: Maradona fue usado como un meme, como mensaje de clase, una advertencia para un par de generaciones de niños sobre la inevitabilidad del destino de un villero pobre, manirroto, vicioso y enajenado. Curiosamente, aquello que menos se criticaba en la época era cómo podía afectar su actitud a las personas que tenía alrededor.

El respeto por Maradona pasa por la honestidad con nosotros mismos y con las personas a las que pudo no tratar bien, tratar mal, maltratar y, vean, eso ya es un eufemismo para hablar de abuso de poder concreto. Del futbolista no se filtró precisamente una grabación agrediendo a Havelange, a Bush o a Blatter. Obviarlo es reducirle a él mismo a objeto de consumo, a querer volver a forrar la carpeta de la secundaria con sus fotos. Paradójico es idolatrar desde este lado mientras deseamos un mundo menos vertical y competitivo que este por el que cada día resbalamos. Humano es tener contradicciones y reconocerlas también. Dicen que a Bilardo hace un año su familia le apagó la tele porque no soportaría saber la noticia. Versión argentina de Goodbye Lenin. Chau, Diego. Maradona como última caída del Muro.

 

El respeto por Maradona pasa por la honestidad con nosotros mismos y con las personas a las que pudo no tratar bien, tratar mal, maltratar y, vean, eso ya es un eufemismo para hablar de abuso de poder concreto

 

De los titulares que salieron al campo para ganar cada final desde el Mundial del 74, solo siete no viven. Müller, Luque, Rossi, Scirea y tres de México’86: Cucciufo, Brown y Maradona. Asumir la finitud del ‘Diez’ costó porque en parte es la nuestra. En incontables memorias sentimentales no solo está él, sino momentos concretos propios de las celebridades de otra época, que no eran mejores ni peores pero sí ofrecían envases, citas y hechos que duraban en el tiempo. Cuesta distinguir una foto de Bad Bunny de 2019 de otra de 2021, pero es difícil no ver un océano entre el Maradona de Mediaset -la única manera que tuvo Berlusconi de controlarlo nunca supuso una traición a Nápoles-, el de Super Nintendo del 92 en Sevilla y el del 94 con las alas cortadas en Boston. Mientras en algunos medios se le monetizaba como adicto, en las pachangas los niños seguíamos pidiéndonos a aquel futbolista que había sido el mejor porque eso es lo que habíamos leído y escuchado a los mayores. Les creímos porque sentimos la verdad de que a la elegancia de Ginola, a los remates de Bergkamp o Romário, incluso a Baggio entero, le faltaba lo inexplicable de que hasta las repeticiones hacían ver el mismo gol en San Paolo como si cada vez fuera otro diferente. Maradona era el alarido y el solfeo a la vez.

Ninguna estrella se le parecerá ya. No es mérito solo suyo. El mundo es otro. Y no es de ahora. Solo quizá Cantona puede saludar de lejos el perfil de Maradona en cuanto a incidencia en el campo y estruendo fuera. Ya ningún contrato comercial está por debajo de ningún jugador, de ninguna jugada. Mbappé, Haaland, Sancho, Vinicius o Fati pueden si quieren ser mejores, y serán seguramente futbolísticamente más completos y duraderos que Maradona, pero, a no ser que el capitalismo quiera tomarse una década sabática, no serán actores de la realidad. Los jugadores, ya ha ocurrido con Messi, se han visto obligados a concentrarse en jugar. Eso tiene un peaje emocional para los aficionados. Este deporte nunca fue un juego separado de nuestras cansadas vidas. Ya no fantaseamos con que si fueran compañeros nuestros en el trabajo y hubiera un conflicto nos apoyarían, ya intentamos evitar pensar que todas las reuniones del comité de trabajadores les pillarían mal de horario.


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Eso sí funcionaba con Maradona y por eso es por lo que alrededor de La Casa Rosada hubo camisetas de todos los equipos, sintecho con carteles de “cartoneros por Maradona” y chicos de 15 años que hablaban de él con una familiaridad pasmosa: “Un capo el chabón”, lo describió uno. Por eso hubo tantas mujeres que le han despedido y escrito. No debe sorprender que hayan sido ellas -como Silvina Giaganti o Mariana Enríquez- quienes lo han hecho posiblemente mejor. Yo al menos las leí con los ojos de lago que tantas veces se le pusieron al Diego. Porque le vimos tanto, pero tanto llorar en público a Maradona, el macho alfa, el cabeza de familia adolescente, que tampoco fue común su paso por un mundo hecho embalse a base de ansiolíticos, redes afectivas y stories tristes. Lo dijo Dalma: “Si tu nieta te quiere llamar por videollamada me voy a morir por dentro”.

“Te atravesaba un río”, le dijo la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Uno que a veces, agregaba, “te llevaba al mar, te maremoteaba, te partía de un tsunami”. Costaba seguramente volverle a traer a tierra firme. No quiero imaginármelo. Seguramente esa era una tarea que le excedía, el único reto que consiguió sobrepasarle. Pero también una carga injusta, un trabajo inhumano, un desasosiego terrible para las personas que le quisieron, disfrutaron pero también soportaron y sufrieron, las que tuvieron cerca al hombre que pidió fuera de carta. Donde no sale el precio.

 


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Fotografía de Imago.