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Archibald Leitch, el gran arquitecto del fútbol

A las puertas de un Rangers-Hearts en Escocia, Archibald Leitch surge con el poder de unir dos ciudades, Glasgow y Edimburgo, y dos estadios, Ibrox y Tynecastle

Lo curioso de la rivalidad entre dos ciudades es que a veces solo tiene algo de sentido cuando te ves viviendo en una de ellas. Los argumentos que se esgrimen entre unos y otros pierden todo sentido cuando te ves fuera de la pelea y, casi de repente, te golpean duramente si has pasado a ser uno de sus conciudadanos. De pronto eres un soldado más en medio de la contienda. Aparentemente, la pelea más famosa de Escocia siempre transita entre el verde del Celtic y el azul del Rangers, con la religión de ambos entre medias aliñando el tema. Pero no es todo ‘Old Firm‘ en el país norteño. Hay cuestiones que, cuando rascas, surgen de manera sorprendente delante de ti para dejarte boquiabierto. Lo de Glasgow y Edimburgo va un poco por ahí.

El caso es que es un poco una pelea clásica de instituto. Ricos contra pobres, guapos contra feos, listos contra tontos y así, todo un poco mezclado. La Edimburgo ‘posh’ contra la ‘working class’ propia de Glasgow. Por si sirve el ejemplo, el director de cine Danny Boyle y su equipo rodaron la célebre Trainspotting en las calles de Glasgow para representar más fielmente las zonas más lúgubres y oscuras que el libro homónimo situaba en Edimburgo. Todo para darle mayor ambiente tétrico y sucio a la historia. Como para no estar picados. El caso es que esta semana hay partido entre dos equipos de ambas ciudades. El gran Rangers de la Glasgow industrial y el Hearts de la orgullosa Edimburgo. Y más allá de las diferencias que surgen del lento discurrir de los acontecimientos, esos que en cualquier momento se prestan a ser flechas entre unos y otros, existen también extrañas casualidades que, sin querer, unen su realidad.

En las calles sucias y oscuras de la ciudad del Rangers nació en 1865 un hombre destinado a unir más que a separar. Archibald Leitch comenzó su vida casi a la vez que ‘The Gers’. Cuando tenía solo siete años, la entidad azul empezaría su andadura por los estadios de Escocia. Cuentan que Leitch soñaba con poder dedicarse al fútbol. Mientras el muchacho soñaba, el fútbol crecía. Escocia fue en los primeros días un actor principal en lo que a este deporte se refiere. Un elemento discordante que empujó a muchos a la revolución. No cuajó en Reino Unido pero la semilla escocesa tuvo mucha culpa de las diversas escuelas que fueron amaneciendo en Europa. Pero Leitch seguía soñando. Un sueño para nada alejado de la voluntad de cualquier niño. Un sueño común, de los que te atrapan cuando la inocencia no te deja ser consciente de la dificultad de los pasos a seguir. Como el que escribe soñó con ser héroe en el césped y tuvo que conformarse con admirar y contar las historias de jugadores que jamás sería, Archibald Leitch se formó como arquitecto sin saber que su labor sería básica para que siguiera rodando el balón.

El crecimiento del fútbol era imparable. La gente acudía en masa a los campos y cada vez era más difícil acomodar a todos los que buscaban un sitio entre la maraña de gente que se agolpaba en torno a las líneas de cal del rectángulo de juego. Los estadios empezaron a ser necesarios en ese Reino Unido lleno de vigor industrial e incipiente pasión balompédica. Curioso sin duda es que Archibald Leitch comenzara haciendo fábricas. Esas que acogieron en los comienzos algunos de los pioneros clubes populares. Famoso arquitecto por aquel entonces, Leitch recibió en 1899 un encargo que le iba a cambiar la vida. El club de su infancia, ese que nació al amparo de los muros de la ciudad en la que creció, le pedía construir un estadio a la medida de sus pretensiones.

 

El club de su infancia, ese que nació al amparo de los muros de la ciudad en la que creció, le pedía construir un estadio a la medida de sus pretensiones

 

El Rangers era, por aquel entonces, vigente campeón escocés. Entrenados por William Wilton, quien había sido un jugador mediocre del club, el equipo ‘blue’ empezaba a estar de moda. Kinning Park, camaleónico campo que pasaba de guarecer fútbol a rugby cuando no atletismo, había acogido hasta ese momento el destino de un Rangers que no paraba de crecer. La mudanza era necesaria y el recinto previo a la primera gran obra del arquitecto iba a tomar su nombre del barrio al que se mudaron club y afición: Ibrox.

Con ese mismo apelativo levantó Archibald Leitch el nuevo feudo de los Rangers, al sur del río Clyde. Ibrox Park fue una realidad en 1899. La fiebre de los estadios ya no podía parar y Archibald Leitch, ciudadano y aficionado del Rangers, iba a seguir siendo adalid de la construcción de grandes edificios que albergaran el deporte que amaba desde niño. Pero como todo ejercicio novedoso, el artificio de construir un recinto tan moderno conllevaba errores. Parte de los tejados y de las gradas se vinieron abajo y veinticinco aficionados fueron sepultados pocos años después. Esto conmovió a Leitch, que indagó e investigó sobre nuevos materiales y técnicas para seguir construyendo estadios de manera segura. Tras reforzar la estructura de Ibrox, las ofertas no dejaron de llegar: Anfield, Bramall Lane, Craven Cottage, Highbury, Hillsborough, Old Trafford, Stamford Bridge, Villa Park… El arte de un arquitecto que soñaba con jugar, acabó construyendo edificios para que otros que jugaran por él. El ladrillo, señal de su pasado industrial, evidenciaba su origen. La influencia de Glasgow en el estilo del arquitecto que impregnaría de manera virulenta, como hizo el fútbol alrededor del globo, los estadios de todo el Reino Unido.

Lo curioso es que, en 1913, recibió un encargo desde Escocia. Desde Edimburgo. La capital requería que trabajara para el Hearts of Midlothian, club local que, escuchando las peticiones de sus aficionados, había decidido construir una tribuna principal que pudiera aumentar considerablemente el aforo de su estadio, Tynecastle. Edimburgo necesitaba algo de esa sucia y oscura ciudad. Esta semana, Ibrox Park recibe a los vecinos de la capital. En ese estadio que, en otros tiempos, albergó las primeras ideas de un arquitecto que fue llamado por todos para hacer del fútbol algo aún más impresionante. El vecino de Glasgow que unió, a base de ladrillos, acero y madera, dos ciudades apenas recuerdan porqué están enfrentadas.

 


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