El contrapunto lo marcaba Seaman: vencido, el portero quedó de costado, contra el fondo de la red, apoyado sobre un codo. Era la posición de un hombre que se relaja a la orilla del mar, para mirar evocadoramente el vaivén de las aguas. Si uno mira el vídeo, David Seaman parece resignarse ante la evidencia de que ese gol, tan irreal, va a funcionar como un espectro imperecedero que lo perseguirá toda su carrera. El resto de su vida, de hecho. Ahí, tirado frente al mar en la playa del Parque de los Príncipes, dejándose acariciar por la suave noche parisina, el meta del Arsenal parece pensar: “Estas cosas pasan, David… estas cosas pasan”. Frente a él, mientras tanto, el océano se desborda.
El océano éramos nosotros. Los zaragocistas. En esos tres segundos exactos que van desde el golpeo de Nayim hasta la proclamación incrédula del gol, el mediano clamoreo de cánticos ingleses queda engullido por un murmullo de creciente anticipación. El sonido indefinible de lo que no se puede describir. Hay que verlo. Lo que ocurrió en la grada, en el corazón y la cabeza desenfrenados de la gente, lo que flotaba bajo el rugido glorioso de la victoria, no se puede contar. La verdadera historia de la Recopa empieza y acaba en la gente que la vio. En todo lo indecible que sintieron y sienten cuando ún lo ven. Alguien debería reunir ese millón de relatos íntimos y darlos al papel. Cedrún lo advirtió: “El gol lo metió Nayim, pero el que lo hizo posible fue el pueblo”.
Han pasado 20 años. Nunca he sabido si el Arsenal llegó a sacar de centro. En cierta ocasión le planteé la duda a un foro de zaragocistas. Casi nadie se acordaba. Uno me escribió: “No, todavía hoy el Arsenal no ha sacado de centro. Llevo años convencido de que el zaragocismo todavía está festejando ese gol en el Parque de los Príncipes, que no hemos salido de allí, creyendo que el tiempo se ha detenido, seguimos abrazados, borrachos de adrenalina, ajenos al mundo. Todo lo que nos ha pasado después es porque no estamos; porque seguimos en París”.
Me había leído el pensamiento. Paralelamente, en algún momento yo imaginé un relato en el que el gol de Nayim nos introduce a todos los zaragocistas en una ensoñación colectiva. Igual que los personajes de El Ángel Exterminador, ni queremos ni podemos salir de esa noche. Seguimos atrapados en el shock emocional de un gol imposible. Festejamos y festejamos mientras la vida continúa, el Arsenal saca de centro, pasan los años y sigue el partido. Otros partidos. Pero nosotros ya no estamos. Nos hemos ido. Ya no comparecemos en la realidad. Y así hemos acabado.
Conforme el tiempo empuja hacia atrás las imágenes de aquella noche, comparece ante nosotros esa especie sobrenatural que hemos dado en llamar el mito de París. Aquel suceso desproporcionado que fue la Recopa de 1995 pertenece al pueblo aragonés como experiencia personal y colectiva. Una efeméride comparable, en nuestra enfermiza cosmogonía, a la primera pincelada de Goya para su serie negra. Creímos que aquello nos cambiaría para siempre. Pero no. Ahí seguimos. Atrapados en París. Un aficionado amigo lo define así: “El Gol de Nayim – escríbelo en mayúsculas, me insiste- representa todo lo que a los aragoneses nos falta: creer en nosotros mismos, en un imposible que a veces se torna factible. Y cuando algo así ocurre, entonces nosotros, ingenuos, lo atribuimos a nuestra fe en la Virgen del Pilar. Porque… ¿para qué vamos a creer en nosotros mismos?”.