La vida siempre empieza de nuevo. Martín Caparrós dice que un Mundial empieza muchas veces: en el debut, en el estreno de tu selección, en el primer partido a vida o muerte… No es solo el Mundial lo que tiene muchos principios, es la vida lo que vuelve a empezar enseguida. Cada día, sin ir más lejos, es un nuevo comienzo. Y eso que, como siempre advierte Juan Tallón, lo más difícil no es solo empezar, sino empezar a empezar. Argentina, que comenzaba este Mundial tan condenada a muerte como los personajes de Sábato, quería emular las pacíficas primeras líneas de Si una noche de invierno un viajero. “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume”, aconsejaba el autor del libro. Lejos de la tranquilidad de las primeras frases de Calvino, el arranque de Argentina se asemeja más a Fiebre, un cuento de Scott Fitzgerald que, una vez lo terminó, escribió en la cabecera de la primera página, con su tradicional lápiz del número 2: “Archivar en la carpeta de comienzos fallidos”.
Hay algo atractivo en pensar que todo puede terminar de un momento a otro. Nos lo recuerda el protagonista de Ruido de fondo, que tenía el curioso hobby de cerrar los ojos mientras conducía. “Una vez los cerré en la 95 Norte durante ocho segundos seguidos. Ocho segundos es mi mejor marca hasta el momento”. Argentina, acostumbrada a tiritar, conduce a ciegas y acaricia el coma profundo después de cada final perdida, por no hablar de la agónica clasificación para este Mundial. Instalada en el borde del precipicio, el filo de la navaja se está convirtiendo en el día a día de la Albiceleste, y su trayectoria en esta Copa del Mundo no podía ser distinta. Tanto está coqueteando con el fracaso -uno de los pocos vicios gratuitos que quedan- que murió tras el partido ante Croacia y al día siguiente ya estaba viva. El vestuario bien podría ser El club de la lucha y que Tyler fuera diciendo personalmente a cada jugador aquello de “solo después de haberlo perdido todo eres libre para hacer cualquier cosa”.
Argentina lo ha perdido todo, hasta la vida, tantas veces, y siempre ha resucitado. Messi, con aquel “hice todo lo posible y no se me dio” y su posterior regreso, fue el que mejor representó la vuelta a la vida, en un gesto que me recordó a Wakefield, aquel personaje de un cuento de Hawthorne que un buen día sale por la puerta, vive durante 20 años en una casa al final de la calle hasta que se siente tentado de volver con su mujer y se planta frente a su antigua casa largo rato para finalmente entrar como si nunca nada hubiera pasado. Messi, el héroe más desdichado, sin el que no existiría este cómic del Mundial para Argentina, lucha por ser Batman todos los días en una Gotham que le reclama a todas horas.
Tiene una nueva oportunidad de hacerlo en una selección que vive en llamas. Contra Islandia todo estalló y en el segundo partido, al contrario que el ave que resurge de sus cenizas, ardió en sus propias brasas. Todo ello para tener una nueva opción de calcinarse. Nunca está de más que aparezca de vez en cuando un equipo zombie para recordar que, igual que no se puede cantar victoria hasta el final, tampoco conviene levantar el ataúd hasta que el muerto esté bien muerto. El fútbol es una fábrica constante de Mamba Negra en Kill Bill: se empeñan en sobrevivir, armados de paciencia para romper el ataúd a base de certeros puñetazos, escalar una montaña de arena y salir a la superficie. Argentina todavía respira en el ataúd, sin ganas de nada, solo de vivir. Lo mejor es que no va más. Ni tan siquiera depende solo de su propia agonía, sino que se abandona a los fracaso ajenos. Islandia cayó derrotada y todavía no está todo perdido. Aún se puede perder contra Nigeria, y así volver a empezar.