El 16 de abril del 1986, el Camp Nou vivió una de esas noches de parraques que quedan grabadas en la memoria de la historia del fútbol. El Barça debía remontar un 3-0 encajado en la ida de las semifinales de la Copa de Europa ante el Göteborg sueco para conseguir el pase a la gran final y tener la oportunidad de alzarse, por vez primera, con el máximo campeonato continental. La gesta era ardua, pero no inalcanzable para una plantilla plagada de grandes nombres como Julio Alberto, Schuster, Migueli o el ‘Lobo’ Carrasco. La remontada se logró tras un encuentro que no dejó indiferente a nadie y que se terminó decidiendo en la tanda de penaltis. Lo que nadie esperaba era que el héroe de la noche fuese un hombre que no contaba con una gran cantidad de minutos y que siempre prefirió trabajar en silencio. Ángel ‘Pichi’ Alonso decidió que aquella era la noche ideal para darle la vuelta a la eliminatoria con un hat-trick y entrar así de lleno en el corazón de todos los azulgrana del mundo. Casi cuatro décadas más tarde, ‘Pichi’ recuerda aquella preciosa tarde primaveral en una entrevista para Panenka.
Han pasado 37 años de una de las noches más mágicas de tu vida, ¿qué recuerdo tiene hoy ‘Pichi’ Alonso de aquel día?
Bueno, ha pasado muchos años. Se pierde un poco la noción del tiempo. Sí es cierto que se ha recordado en muchas ocasiones y eso ayuda a hacer memoria. La gente te para por la calle y te dice con emoción que su padre lo llevó al campo aquel día y cosas así. Sigo recordando muchas cosas, pero las sensaciones que tuve en aquel momento se han evaporado un poco.
De todos esos recuerdos, ¿cuál tienes más grabado en la piel?
Hay algo que nunca olvidaré. Hoy en día es más habitual que un estadio coree el nombre de un jugador. En nuestra época, eso no pasaba tanto y, para mí, un jugador que no era titular ni tenía demasiado protagonismo, que el Camp Nou cantara mi nombre fue un reconocimiento increíble a un futbolista que había estado trabajando callado y un día le salieron muy bien las cosas.
Debe ser muy emocionante.
Desde luego. Sin embargo, si retrocediera en el tiempo no hubiese pedido el cambio. Fue una de las cosas de las que me arrepiento. Yo le dije al míster que me cambiara porque, en la celebración del tercer gol noté que me ahogaba, no físicamente, sino emocionalmente. Tenía la sensación de que me faltaba el aire y aún quedaban veinte minutos. A los dos minutos de estar en el banquillo, ya estaba recuperado y loco por volver a salir. Quizás pequé de inexperto, no quería perjudicar al equipo. Si lo volviera a vivir, me iría a un rincón con disimulo y volvería a coger fuerzas para encarar la recta final del encuentro.
Últimamente, el Camp Nou está muy animado, pero siempre ha tenido fama de ser un campo frío. ¿Cómo era el ambiente del estadio aquella noche?
Aquella noche no estuvo precisamente callado, el ambiente era espectacular. El Barça nunca había ganado una Copa de Europa y teníamos una oportunidad de oro para llegar a la final. La ida no fue como esperábamos, estábamos bastante confiados, perdimos tres a cero e incluso el resultado fue corto a mi parecer. Encima no jugué, me cabree e incluso tuve una charla con Terry Venables, el entrenador. Me dijo una frase que siempre se me quedó marcada: “Tú tienes madera de entrenador, cuando lo seas te darás cuenta de que lo que opina la mayoría no siempre es lo mejor para el equipo.” Con el tiempo tuvo la razón. Por eso, pedimos la mejor versión del Camp Nou, que hubiera un ambiente diferente, que nadie se quedara sentado, que intimidaran al rival para que sintieran la presión de más de 90.000 personas.
“El día siguiente me llamaron de una compañía telefónica para decirme que había batido el record de llamadas recibidas a una persona en una noche”
Supongo que en el vestuario también había ambiente de remontada en los días previos.
Por supuesto, había sensación de noche grande, de vamos a “matarlos”, con ganas de ver el campo lleno, de amedrentarlos, alguna patada innecesaria…
¿Qué importancia tiene encarar un partido así con una mentalidad positiva?
Mucha. Sí salimos a jugar ese partido como si fuera uno normal, no remontamos ni de lejos. De hecho, marcamos el primer gol muy pronto, lo cual nos dio mucha energía, pero con el paso de los minutos, la sensación era que no nos llegaba para remontar. A ellos les anularon un gol, tuvieron ocasiones muy claras y nosotros no estábamos creando ninguna sensación de peligro.
¿Cuándo cambia esta tendencia negativa?
Con el segundo gol. Ese es el gol definitivo, no el tercero. Es el tanto que nos hace creer que vamos a pasar, a nosotros y a la afición, que estaba un poco apagada y volvió a apretar muchísimo.
Marcas un hat-trick e igualas la eliminatoria. ¿En qué momento eres consciente de la importancia de lo que acabas de conseguir?
En aquel momento seguro que no. Los otros dos goles no los había celebrado porque aún quedaba mucho por hacer. Pero en el tercero sí que me volví loco, hice dos volteretas, me cogeieron del cuello y por poco me ahogo. Sin embargo, no sabría decir lo que se me pasó por la cabeza en aquel momento, solo recuerdo celebrar y poco más. Luego llegué a casa. Allí me esperaban mis dos hermanas, mi cuñado y mis vecinos con una pancarta, pero seguía sin ser consciente de lo que había hecho hace pocas horas. El día siguiente me llamaron de una compañía telefónica para decirme que había batido el récord de llamadas recibidas en una noche. No sé, supongo que con el paso de los días me fui haciendo a la idea.
Después de remontar tres goles una semifinal europea, ¿cómo se encara una tanda de penaltis desde el banquillo?
De eso sí me acuerdo, mi imagen era muy clara: jersey de Meyba, toalla en la cabeza, apartado en un bordillo al lado del banquillo, con cara de monja y rezando para que no se fuera todo al traste tras haber conseguido lo más difícil. Llegamos a estar a un penalti de la eliminación, pero por suerte lo atajó Urruti. Cuando Víctor Muñoz marca el definitivo, todos saltamos, celebramos, suben al entrenador a hombros y un compañero me dice: “Quizás sería más correcto subirte a ti a hombros”.
¿Los penaltis son una lotería?
Para nada. Dependen muchísimo del estado anímico con el que llegues a ellos. Cuando los encaras mentalmente fuerte y con grandes ánimos tienes muchas más posibilidades de ganar la tanda. Un 80% diría yo. Y eso que estuvimos a nada de caer. Esa adrenalina de la remontada ayudó mucho, al contrario de lo que pasó en la final en Sevilla, que perdimos en penaltis frente al Steaua de Bucarest.
¿Qué dirías que pasó en aquella final?
Todos nos daban por favoritos. Yo personalmente, tras ser protagonista en la semifinal, me esperaba jugar, y el mister me comunica el día antes que no saldría de inicio, pero que estuviera preparado, que Archibald llegaba con molestias. A falta de diez minutos para el descanso me mandan a calentar. Creía que entraría en el descanso, pero me comunican que siga haciendo ejercicios. Pasan los minutos, termina el partido y sigo en la banda. No fue hasta el 106′ de la prórroga que salto al campo y la primera pelota que toco la meto dentro, pero anulan el gol por mano del Lobo Carrasco. Aun así, ¿tú te crees que yo estaba en condiciones de tirar un penalti? La verdad es que no, hubo estampida de voluntarios para lanzar y el entrenador me pidió que lo tirara. Mi disparo fue para matarme. Todos fallamos y, obviamente, perdimos la final. Creo que a Venables le vino un poco grande el partido.
Volviendo al día de la remontada. ¿Qué te dice Venables cuando llegas al vestuario?
El míster no me dijo nada.
¿Había mala relación?
No lo diría así, al principio era muy buena. Me acuerdo que yo estaba en el hospital por el accidente de un familiar y él venía a verme, se preocupaba mucho por mí. Al comienzo de la temporada, había rumores sobre una posible salida, pero al final me quedé. Me dijo que le había sorprendido mucho, que físicamente no era tan endeble como creía, pero que quería que los defensas me notasen. No sabía a qué se refería exactamente. En el primer partido hice una entrada, me choqué contra un bordillo y me pasé dos meses lesionado. Él me preguntaba cada día cómo estaba, luego me dejó de preguntar y no terminé teniendo la regularidad que yo creía que merecía. El futbolista es egoísta por naturaleza. Yo diría que, en general, no hubo ni buena, ni mala relación. También te digo, un futbolista habla de su entrenador en función de como le ha ido con él al mando. Por ejemplo, cuando me entrenaba Leo Beenhakker siempre decía: “Sí ‘Pichi’ está triste, el equipo está triste, y si ‘Pichi’ está contento, el equipo también lo está”. Imagina cómo puedo hablar mal yo de este hombre.
Me consta que tu madre es futbolera y muy culé. ¿Qué significó para ella que su hijo fuera un héroe para el barcelonismo?
No sabría describirlo porque no la vi aquel día. Ella estaba en mi pueblo, Benicarló, pero estoy seguro de que fue una de las mejores noches de su vida. Segurísimo. Aunque ella es extraña. Era muy del Barça, de aquellas que cuando perdía quería romper el carnet, dejaba de cenar y esas cosas. Cuando yo ficho por el Barça, obviamente su alegría es inmensa, pero cuando muere mi padre, se hace del Madrid porque, según ella, el Barça no se había portado bien con su hijo. Cosas que pasan.
¿Fue el momento más feliz de tu carrera?
Es la noche más reconocida, eso seguro. El revuelo que tiene hacer tres goles en una semifinal de la Copa de Europa, remontando y clasificando a tu equipo para la final, es difícilmente superable.
¿Cúal es entonces el más feliz?
Mis momentos más felices los viví cuando jugaba en el Zaragoza. No es hasta que empiezo a jugar en la Romareda que me doy cuenta de que el fútbol será mi profesión. Llego muy joven en un equipo plagado de jugadores que yo respetaba mucho y había coleccionado en los cromos y empiezo a convivir con ellos. Además, comenzaron a conocerme a nivel nacional, mi nombre empezó a sonar en los carruseles deportivos, fui de los pocos jugadores que convocaron a la Selección estando en Segunda División, el trato de una afición tan dura como la del Zaragoza fue maravilloso y allí marqué más de 100 goles y me convertí en uno de los máximos goleadores de la historia del club. Pero claro, llegó la oportunidad del Barça y yo quería aspirar a lo más grande.
“Aquel partido hizo que la afición me recuerde con más cariño que otros jugadores con 500 partidos en el club”
Eres culé desde pequeño.
Sí, pero si el Madrid me hubiese querido, supongo que también hubiese ido. De hecho, siendo juvenil, hice las pruebas con ellos, pero me dijeron que me quedara en el Juvenil B y no me pareció bien.
¿Es la remontada ante el Göteborg la más importante en la historia del Barça?
La más notoria es la del PSG en 2017, pero la más importante para la entidad fue la nuestra. Unas semifinales, la oportunidad de ganar la primera Copa de Europa… La del gol de Sergi Roberto fue en octavos de final y el Barça ya sabía lo que era ganar una Champions. Aunque se recuerda con cariño, perder la final en Sevilla nos hizo pasar de héroes a villanos en muy poco tiempo.
¿Cómo ha repercutido aquel hat-trick en tu vida futura?
Todo en positivo. No sé si me ha abierto algunas puertas, tampoco creo que sea eso, pero es un pequeño reconocimiento a una trayectoria. Nunca he sido conflictivo, ni he salido a hacer declaraciones negativas por no jugar. Nunca he hecho ruido. Y ese reconocimiento para mí es lo mejor en este sentido. Todos tenemos ese ego, el ir por la calle y que te lo recuerden es bonito. Aquel partido ha hecho que mucha gente me recuerde con más cariño a mí que a otros jugadores que han jugado 500 partidos y han tenido mejor rendimiento en general. Yo no jugué ni 100 partidos en el Barça.
Ahora que te dedicas a ser analista deportivo, se habla mucho de cómo el fútbol ha evolucionado a un juego más táctico, en el que se perjudica mucho la individualidad del jugador y, por lo tanto, disminuye el espectáculo.
La diferencia que yo más noto es la intensidad, hoy en día el fútbol es mucho más intenso, la gente está mucho más preparada físicamente y toda la indumentaria y el terreno de juego es mucho mejor. También tienes la posibilidad de estudiar mejor a los rivales y saber cómo hacerles daño. Siendo muy dramático, creo que el Real Madrid de Di Stéfano no ganaría al Huesca de hoy. Antes, por ejemplo, cuando los ingleses jugaban en casa eran muy peligrosos, pero a domicilio, eran una ruina. Hoy en día, pero, es menos bonito, faltan espacios y los jugadores más creativos son los más perjudicados. A Messi, por ejemplo, le hacen siete faltas seguidas y luego él hace una, y es mucho más probable que le saquen tarjeta.
¿’Pichi’ Alonso jugaría en el Barça de hoy?
Sí. Lo mío no era por condiciones. A mí me decían que era más listo que los demás. Tenía ese instinto goleador, remataba muy bien de cabeza y sabía anticiparme a los rivales. Me dirán que cómo voy a enfrentarme a un defensa de casi dos metros. Bueno, ese defensa quizás no tenga la intuición que tenía yo. Al fin y al cabo, el fútbol es cosa de listos.
¿Sí tuvieses que compararte con algún jugador contemporáneo, con qué jugador encontrarías un paralelismo?
No sabría decirte. Hubo un momento que, cuando apareció Raúl, había muchas cosas suyas que me recordaban a mí. Un jugador que no parece gran cosa técnicamente, pero que es más inteligente que los demás y aprovecha todo lo que se encuentra. Más tarde encontré muchas diferencias. A favor suyo, por supuesto.
¿Te quedó algún sueño por cumplir como profesional?
Sí. Ganar algún título europeo y disputar más partidos con la Selección Española. Son las dos espinas que tengo clavadas.
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