“Esto ha sido una locura”, arrancaba la crónica de Mundo Deportivo del 18 de junio de 1970 sobre una de las semifinales del Mundial de México. La Copa del Mundo nunca había vivido algo igual a lo visto en el Estadio Azteca la tarde anterior. El fútbol, probablemente, tampoco. Quedaban tres décadas para la conclusión del siglo XX, pero el mundo, sin temor a equivocarse, sin miedo a volver a presenciar semejante barbaridad sobre un tapete, tuvo claro que aquel Italia-Alemania Federal debía quedar para el recuerdo como ‘El Partido del Siglo’.
La selección italiana se plantó en las semifinales sin saber exactamente ni cómo ni por qué. Es Italia, quizá su sola presencia explique cuestiones que al fútbol se le escapan. Como que no hace falta marcar más de un gol en la fase de grupos para plantarse en los cuartos de final como primera clasificada. Una victoria por la mínima; dos empates sin goles. Después, de repente, cuatro goles a México en cuartos. Incomprensible. Pero más que suficiente en una selección en la que, cuentan, Mazzola y Rivera no se podían ni ver, y Valcareggi, con una decisión salomónica, repartió los minutos a partes iguales, ofreciendo un tiempo a cada uno mientras se amparaba en que Rivera era más determinante cuando la fatiga hacía mella en los defensas rivales.
Por su parte, el transcurso de Alemania Federal hasta las puertas de la final de la Copa del Mundo fue bien diferente. Los germanos contaron sus partidos por victorias. Pleno en la fase de grupos. Victoria ante Inglaterra en cuartos. Y un Gerd Müller desatado de cara a puerta, con ocho tantos en cuatro partidos. Las únicas dudas, quizá, estaban en la retaguardia. En cada uno de los encuentros hasta la fecha encajaron goles. Seis en cuatro choques. La eterna fiabilidad alemana, en ese sentido, no era tal; y puede que fuera una premonición de lo que ocurriría en las semifinales ante una Italia que se presentó con Albertosi; Burgnich, Facchetti, Cera, Rosato (Poletti); Bertini, Mazzola (Rivera), De Sisti; Domenghini, Boninsegna y Riva para acabar con el impoluto recorrido de la Alemania Federal dirigida por un Helmut Schön que aquella tarde casi veraniega depositó las esperanzas de todo un país en Maier; Vogts, Patzke (Held), Schulz, Schnellinger; Becknbauer, Overath, Grabowski, Löhr (Libuda); Seeler y Müller.
Con una Italia tan rechulona y esbelta como picara y embustera; reconstruyendo la imagen del pijo flipado que sonríe a los ojos y embiste por la nuca. Con unos germanos rectos, robustos, de apariencia casi militar, a los que daría miedo mantenerles la mirada más de tres segundos
Aunque irrepetible, inigualable y único, de primeras, desde el inicio, este Italia-Alemania Federal parece una historia ya contada antes. Y da igual. Porque, como cantaba Lágrimas de Sangre, hay relatos que, pese a reiterativos, no importa que sean descritos una vez tras otra. “Vuélveme a contar aquella historia. Van 80 veces pero vértela narrar es pura gloria”. Y así fue. Un repaso constante a la vida, obra y milagros de las dos contendientes, fieles ellas a su estilo, a su manera de entender el fútbol, a su sino. Con una Italia tan rechulona y esbelta como pícara y embustera; reconstruyendo la imagen del pijo flipado que sonríe a los ojos y embiste por la nuca. Con unos germanos rectos, robustos, de apariencia casi militar, a los que daría miedo mantenerles la mirada más de tres segundos. Dibujando, cada uno a su modo, un espectáculo que pronto despertaría emociones entre los 100.000 espectadores presentes en el Azteca, Olimpo de las Copas del Mundo.
A los siete minutos, tras una triangulación italiana en el balcón del área que salió rana, Boninsegna se encontró de nuevo con el balón y lo envió directo a la red con un disparo ajustado a la cepa del poste. Italia tenía el partido donde quería, donde más cómoda se sentía. 1-0, el resultado favorito del calcio. Tocaba cerrar filas, tranquilizarse y surtir de balones a Mazzola para que ordenara rápidos ataques conectando con Riva y Boninsegna; a ver qué rascaban los de arriba. Mientras Italia gestionaba los tiempos, Alemania Federal ponía más empuje que cabeza, más empeño que precisión, y, aunque sin instalarse en campo rival, vivía más cerca de Albertosi que de Maier. La Vanguardia, destacando “un emocionante encuentro” en el titular, apuntó en sus páginas que, tras el gol de la ‘Azzurra’, “reaccionaron los alemanes, pero éstos siempre fueron contenidos por los italianos, que no obstante no pudieron impedir las infiltraciones da los germanos, que provocaron momentos de peligro para la meta italiana, malográndose los intentos de Muller, Schultz, Overatlv y Grabowski. Los italianos persistieron en sus contraataques, pero tampoco tuvieron efectividad los tiros de Mazzola y Riva, que fue el más insistente, terminando el primer tiempo con un solitario gol italiano en el marcador”.
Al inicio del segundo tiempo, mismos tintes. Alemania Federal es cada vez más germana. E Italia, más italiana. A medida que los teutones se comenzaban a parecer al rodillo que siempre fueron, los italianos más resistían, más sobrevivían. En situaciones donde el resto del planeta decidiría cerrar los ojos, arrinconarse en la esquina de la habitación y llorar hasta que la pesadilla llegase a su fin, ellos ni de broma se lo plantearían. Cuchillo entre los dientes y a sufrir disfrutando, o a disfrutar sufriendo, puede que ambas sean válidas en su caso. “Italia jugó mejor que Alemania en la primera parte, pero estuvo totalmente dominada y aplastada en la segunda, donde lució a plenitud el tremendo impulso germano, en un juego de presión milagrosamente sostenido por la escuadra azul. Fallaron los delanteros alemanes ocasiones de gol, como ocurre en las ofensivas apasionadas, llevadas más con el corazón que con la cabeza”, señalaba la crónica del ABC acerca del segundo tiempo de un partido que iba muriéndose lentamente, con la picaresca italiana rematándolo entre pérdidas de tiempo, pillería y veteranía, hasta que un centro de Grabowski al término del tiempo reglamentario encontró un amigo en Schnellinger, mítico defensor del Milan que no había marcado un gol casi en toda su vida. El germano apareció al borde del área pequeña y marcó a bocajarro para resucitar un encuentro vibrante y a una selección que ya estaba cogiendo los billetes de vuelta a Berlín. Al partido le quedaban 30 minutos más de vida.
“Una semifinal realmente extraordinaria, que entra por derecho en la historia del fútbol mundial”
Lejos de cualquier halo de temerosidad, italianos y germanos sacaron fuerzas de donde no las había para regalarle al fútbol una de las mejores prórrogas, si no la mejor, que el césped haya presenciado nunca. El partido se volvió loquísimo. Tan loco como ver a Beckenbauer jugando con un cabestrillo después de dislocarse el hombro y haberse agotado los dos cambios permitidos entonces. Y, en esas, a los cuatro minutos de juego, tras un córner, un malentendido entre Albertosi y Poletti propició el gol de un Müller que no desaprovechó el error rival para poner en ventaja a los suyos. Y aquello fue solo el principio. Cuatro minutos después, Italia le devolvía el golpe a los teutones con una jugada ensayada botada por Rivera y ejecutada por Burgnich. El 2-2 duraría poco porque a falta de un solo minuto para concluir el primer tiempo de la prórroga, la ‘Azzurra’ aprovechó un nefasto saque de falta alemán y lo convirtió en un contraataque de libro. De Sisti profundizó por banda y jugó al centro para Riva, que, previo control hacia dentro y recorte hacia fuera, cruzó un balón imposible para Maier.
Y si el primer cuarto de hora del tiempo extra fue movido, el segundo no se quedó corto. Cuando solo habían transcurrido cinco minutos, un saque de esquina alemán en corto se acabó convirtiendo en un envío largo al segundo palo. Ahí emergió Held. Se hizo grande en el aire, voló por encima de toda Italia y puso el balón de vuelta en el corazón del área. Por ahí rondaba Gerd Müller y en esas situaciones un cazagoles como el ‘Torpedo’ nunca perdona. La alegría del 3-3, por eso, le duraría poco a los alemanes. Pues Italia tardó apenas un minuto en volver a ponerse por delante en el marcador. Boninsegna, incansable, se zafó del rival por la banda, dibujó un pase de la muerte y Rivera engañó a Sepp Maier en el golpeo buscando el primer palo. Quedaban menos de diez minutos para concluir el partido y, esta vez sí, Italia no dejaría escapar la oportunidad de plantarse, 32 años después, en una final de la Copa del Mundo. Acabó el encuentro siendo la Italia experimentada y astuta de siempre; sin permitir que la Alemania de toda la vida, la que siempre gana, viera la luz.
“Alemania ha caído, pero hay que rendir ante todo honor a la enorme combatividad de los alemanes, un equipo que lleva el fútbol a un plano atlético tan fantástico que parece ser otro deporte”, se leyó al día siguiente en el Mundo Deportivo, honrando a una Alemania Federal combativa hasta el último suspiro. Mientras el ABC destacaba que los italianos “hacen aquello que quieren hacer conforme a la necesidad del momento” y cerraba su crónica sentenciando que aquella fue “una semifinal realmente extraordinaria, que entra por derecho en la historia del fútbol mundial”. En definitiva, un partido imborrable, ‘El Partido del Siglo’.
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