Europa recibía la década de los treinta azotada por la gran crisis económica producida por el llamado crack del 29. Está crítica situación financiera produciría un nuevo terremoto de los principales pilares del estado liberal y de la democracia. Los imperios nacionalistas comenzaban a levantarse. Mucho antes de que Hitler iniciara su tercer Reich en Alemania, los tentáculos de su homólogo italiano, Benito Mussolini, controlaban ya todos los aspectos de la sociedad italiana. La exaltación de una idea de raza única, de la figura del líder y del terror fueron las bases del régimen de “Il Duce”. Además de todo lo anteriormente comentado, el deporte, en este caso el fútbol, jugó un papel muy destacado en la exaltación del nacionalismo. Mussolini usó el Mundial de fútbol celebrado en suelo transalpino para mostrar al mundo el poder del fascismo italiano.
La Italia fascista de Mussolini intentó aprovechar la celebración de la primera Copa del Mundo de selecciones – trofeo anteriormente conocido con el nombre de su promotor, Jules Rimet – para mostrar al mundo su nación fascista por medio del deporte. “Il Duce” nunca había presenciado un partido de fútbol completo en sus años de vida, pero sabía de la popularidad que este deporte comenzaba a fraguarse, sobre todo, en el viejo continente. Las posibilidades propagandísticas que presentaba la celebración de un Mundial de fútbol en suelo italiano convencieron a Mussolini para incitar a que la cita futbolística tuviera la sede en su nación. El deporte se había convertido en una forma de entretenimiento propia de la sociedad de los años 20 y 30, una sociedad de masas. El fascismo italiano poseía unos valores clave: la fuerza, la juventud y la violencia o el terror. El deporte era una forma de disciplina, así como el ejército, y de adoctrinamiento a la causa fascista. Se buscaba mostrar la superioridad de una sociedad evolucionada.
“Il Duce” intentó por todos los medios que la primera Copa del Mundo se celebrara en Italia, pero Uruguay se interpuso en su camino y logró adjudicarse el certamen
“Il Duce” intentó por todos los medios que la primera Copa del Mundo se celebrara en Italia, pero Uruguay se interpuso a Mussolini y logró adjudicarse el certamen del que, a la postre, saldría campeón. Al dictador se le escapó una vez, pero no dos. Para la edición de 1934 su rival era Suecia. Italia consiguió salir elegida por delante de los suecos, que se retiraron de la petición debido a las presiones sufridas por el mandatario fascista. Italia fue designada como la nación donde se celebraría la segunda Copa del Mundo de fútbol. Como era de esperar, Mussolini consideró prioritaria la victoria de Italia en la competición, con la intención de que todo el mundo presenciara su nación, la identificación de la sociedad con el equipo nacional y la unión de su patria. La situación política y la consigna del terror de Mussolini influirían en la propio desarrollo del torneo. Dicha repercusión se produjo por dos factores: la nacionalización de varios jugadores que aumentaron la calidad de la selección italiana y las presiones que existieron sobre los árbitros.
Algunos de los jugadores que destacaron en la edición de 1930 fueron presionados por “Il Duce” para que firmaran por clubes italianos y así facilitar su nacionalización y adhesión a la selección nacional. Mussolini quería confeccionar un equipo que se alzará campeón de la competición en su propio país. El ansia de victoria del líder fascista fue trasladada a la plantilla italiana no en forma de deseo, sino en forma de orden directa. Los argentinos Luis Monti, Raimundo Orsi, Enrique Guaita, Demaria o el brasileño Anfilogino Guarisi fueron nacionalizados y disputaron la competición formando parte del combinado italiano. El deporte era solo una forma de afianzar su régimen, y Mussolini le concedió la importancia que merecía. Ante España en cuartos de final y ante Austria en semifinales, la selección italiana necesitó apoyo arbitral para conseguir la victoria. Los arbitrajes presenciados fueron grotescamente a favor de los italianos, permitiendo un juego durísimo y manejando la legalidad de algunos goles a su antojo. Tal era el cuidado de los detalles por parte de “Il Duce” que hasta se fabricó un nuevo trofeo, que se apodó como la “Coppa del Duce”.
La competición estaría algo descafeinada por la ausencia de algunas selecciones americanas, como la última campeona, Uruguay. Esto fue una respuesta de las selecciones americanas al boicot llevado a cabo por las selecciones europeas en la primera edición del trofeo celebrado en tierras uruguayas. Vittorio Pozzo fue designado como seleccionador nacional y como el elegido para llevar a la gloria a una selección de jugadores muy presionados. No era el trabajo más cómodo, pero Pozzo supo dotar a la “azzurra” de muchos de los valores que la han representado en la historia del calcio. El equipo prefería jugar con la pelota, pero sin asumir ninguna complicación a la hora de sacar el balón desde atrás. Por eso se recurría, sobremanera, a los balones en largo y al juego físico. Sin duda, el perfil de los jugadores con los que contaba Pozzo podrían haber favorecido otra forma de jugar al fútbol pero, sin embargo, si tenemos en cuenta la presión con la que disputaron cada minuto de esa Copa del mundo se puede entender la posición resultadista del técnico italiano.
El combinado español, dirigido por García Salazar, eliminaría a Brasil en octavos – recordemos que aún no había formato de liguillas, se comenzaba desde octavos en formato eliminatoria – por un contundente tres a uno. Italia hizo lo propio con el combinado estadounidense, pero de forma más rotunda. La selección dirigida por Vittorio Pozzo comenzaba la competición goleando por siete goles a uno a Estados Unidos. Una selección transalpina que contaba en portería con Combi, en defensa con los férreos Monzeglio y Allemandi, con Luis Monti, Bertolini y Ferraris en el medio, pero con capacidad de llegada; y arriba con Guaita, Meazza, Schiavio, Ferrari y Raimundo Orsi. Todos ellos poseían un gran compromiso defensivo, pero a la vez una gran rapidez en las jugadas ofensivas. Las transiciones solían ser muy rápidas, conducidas por Giuseppe Meazza y culminadas por los contundentes Schiavio, Guaita u Orsi.
Algunos de los jugadores que destacaron en la edición de 1930 fueron presionados por “Il Duce” para que firmaran por clubes italianos y así facilitar su nacionalización y adhesión a la selección nacional
Así se presentó Italia en su Copa del Mundo, con un equipo muy equilibrado en todas sus líneas y con una gran capacidad para contragolpear. Dentro del 2-3-5 en pirámide invertida utilizado por Pozzo, la línea atacante era la que más calidad juntaba. Guaita aportaba gran velocidad y potencia en la conducción como ala izquierda. Meazza otorgaba ese toque de magia en la medular, aunque también contaba con una buena habilidad goleadora. Schiavio, uno de los pocos jugadores que no pertenecía a la Juventus – jugaba como atacante en el Bologna – era la referencia atacante del equipo por su gran físico y por su capacidad para atraer marcadores. Ferrari era el chico para todo dentro de la línea atacante, ya que era capaz de definir, recuperar y llegar en velocidad. Por último, Raimundo Orsi aportaba unas cualidades similares a las de Guaita, pero en el costado contrario como ala derecha. Tras vencer a Estados Unidos sin ningún tipo de apuros, en cuartos esperaba una rocosa España. El Estadio Giovanni Berta de Florencia acogió un partido que pasaría a la historia y que sería el inicio de una gran rivalidad entre estas dos selecciones.
El encuentro fue muy igualado, pese a que el árbitro actuó muy condicionado por la presión local. El colegiado suizo, Luis Baert, permitió un juego muy duro por parte de los italianos, que se saldó con varias lesiones en el combinado español. Pese a que la selección transalpina se vio bastante favorecida por el arbitraje, el partido quedó empate a uno, teniéndose que jugar un encuentro de desempate. La selección española acudió con hasta siete bajas y algunos jugadores tocados por el partido anterior, que debido a su dureza e igualdad sería calificado como “La batalla de Florencia”. Los de Vittorio Pozzo se impusieron a España por un solitario gol, contando con varias novedades en el once. En semifinales esperaba la fuerte Austria o, como se le conocía en la época, el ‘Wunderteam’. De la mano de Matthias Sindelar, los austriacos habían dado cuenta de una poderosísima Hungría en cuartos.
Italia se impuso también a los austriacos en las semifinales del torneo. De nuevo, una actuación polémica del colegiado inclinó el partido hacia el lado local. El guardameta austriaco Platzer consiguió desbaratar algunas ocasiones claras de los italianos, todo esto bajo la atenta mirada de “Il Duce” desde el palco. Sindelar apenas pudo aparecer en el encuentro. Ese éxito se lo adjudicó el técnico Vittorio Pozzo, ya que decidió realizar un marcaje al hombre sobre el que era seguramente el mejor jugador sobre el terreno de juego. Monti se encargó de ese marcaje pegajoso que impidió al austriaco poder guiar a su selección hacia la victoria. El gol del nacionalizado Guaita valía para que Italia se clasificara para la final de la Copa del Mundo. El orgullo nacional estaba por las nubes después del gran éxito cosechado por los hombres de Pozzo. En la otra semifinal, Checoslovaquia se impuso de forma clara ante Alemania por tres goles a uno. La actuación del delantero Nejedly, autor de los tres goles, metía el miedo en el cuerpo a los jugadores italianos de cara a la final.
Llegar a la final fue un éxito inesperado. La Italia de Pozzo estaba a tan solo un escalón de poder cumplir la orden dada por “Il Duce”. Sin duda, el trofeo y el éxito eran secundarios al cumplimiento de los deseos del mandatario fascista. En los días previos a la final contra Checoslovaquia, no faltaron los símbolos fascistas, ni el enaltecimiento de la selección como si de un grupo de militares luchadores por la patria se tratara. La propaganda se podía intuir en casi todos los ámbitos de la vida social italiana. Vittorio Pozzo puso en liza un 2-3-5 que formaron: Combi; Monzeglio, Allemandi; Ferraris, Monti, Bertolini; Guaita, Meazza, Schiavio, Ferrari y Orsi. Schiavio ocupó la demarcación de nueve puro, con escasa movilidad. Ese movimiento ya lo aportarían Meazza y Ferrari por dentro y Orsi y Guaita por los costados. “Il Duce” asistió al Estadio Nacional del Partido Nacional Fascista de Roma para presenciar una victoria de su selección y empaparse del fervor nacionalista de su propia obra. Checoslovaquia vendería muy cara su derrota, pese a ser víctima de otro arbitraje polémico.
Fue recién entrado el último cuarto de hora de partido cuando Puc, jugador de banda derecha, anotó el gol que colocaba a Checoslovaquia por delante con poco tiempo de reacción para la escuadra italiana. Una victoria ante esas condiciones tan desfavorables generaría en el público un júbilo desmedido. El mundo presenció la primera victoria a la italiana de la historia. Corría el minuto ochenta y uno de partido cuando Raimundo Orsi puso el empate llegando desde la derecha. En los minutos de descuento, Angelo Schiavio culminó la agónica remontada italiana para deleite del estadio. Italia se convertía en la segunda selección campeona del mundo y Mussolini veía cumplido su deseo de mostrar el fervor nacionalista italiano al panorama internacional. La selección italiana de Pozzo había conseguido levantar un campeonato que disputaron sientiendo la respiración de “Il Duce” sobre sus cabezas. Bajo ningún concepto se debe menospreciar el éxito italiano en la Copa del Mundo de 1934 por la influencia de Mussolini. Las presiones del dictador allanaron el camino hacia el título, sin duda, pero este mismo grupo consiguió alzarse dos años después con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos y, cuatro años después, repetir título en el Mundial celebrado en suelo francés en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial.
El día después de alzar el título de campeones del mundo, el combinado italiano fue recibido por Mussolini con motivo de este gran éxito. Los jugadores “azzurros” fueron vestidos con el uniforme militar fascista y el acto fue la guinda de la obra iniciada por Mussolini semanas antes. Desde el principio hasta el final de la Copa del Mundo celebrada en la Italia fascista, el mundo comprobó cómo los principales valores fascistas se reflejaban en el deporte y este, a su vez, era un ejemplo para la sociedad italiana de la época. Todo un ejemplo de cómo conducir y persuadir a las masas del éxito deportivo ligado a los valores fascistas por parte del primer mandatario que utilizó el fútbol con fines políticos. El éxito en la Copa del Mundo de 1938 fue la culminación que Mussolini nunca hubiera imaginado para su obra. Ataviados con las camisas negras – símbolo clave del fascismo italiano – mostrando al mundo su poderío futbolístico y superando las hostilidades del público francés. Fue la primera gran demostración de cómo el deporte puede ser una gran herramienta política. Un éxito que elevó al olimpo del fútbol a un conjunto de futbolistas, pero que llevó a la nación italiana al florecimiento de la semilla fascista plantada por su líder años antes.