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Congelar al futbolista

Produce vértigo pensar en la posibilidad de que los ídolos de tu infancia se queden a medio camino en su intento de triunfar como entrenadores

En el cuento Muñecas rusas de Sergio Vázquez, un escritor frustrado revela que su método se basa en meter los relatos que termina en la nevera. “Es como si de la impresora salieran calientes porque se acaban de hornear y necesitaran enfriarse para que yo pueda ver sus fallos. Y no hay sitio mejor para enfriarlos que la nevera”, cuenta el protagonista. El escritor se dedica a leer los relatos al día siguiente, cuando abre el frigorífico en busca del desayuno. La nevera es un punto de pausa y dejar el relato en ella, el pretexto para reflexionar. Ninguna letra de las escritas en esa hoja en blanco va a bailar, a cambiar o mejorar una frase. El que cambia eres tú; tu perspectiva. Sucede algo similar, y también parece que sea de la noche a la mañana, cuando aquel futbolista que idolatrabas se convierte en el entrenador de tu equipo.

Si los relatos deben enfriarse en la nevera, yo me imagino a los posfutbolistas mandándonos a marchar a un escenario frío y desangelado. Un viaje al nevado Fargo o una invitación a meternos en la piel de Leonardo Di Caprio en The revenant, una dosis de calma. La llegada de tus ídolos a los banquillos es como la segunda parte de tu película favorita, el remake de una serie o que un grupo regrese al escenario (y no me refiero a que Dani Martín nos la intentase colar). Y para qué pensar en lo de que segundas partes nunca fueron buenas. Quizá te lleve a pensar en ello que sea justamente la semana en la que el Manchester United despidiera a Solskjaer. Quizá tan solo tienes que reparar en tu ex. Pero en tiempos de grises, la ilusión va a precio de ganga. “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, que dirían en Casablanca.

No hay mejor forma de desfilar por el pasado que volver a los libros que leíste y revisar las frases que subrayaste: crecer y cambiar se mide así. Y ahora vuelven aquellos futbolistas cuyos posters vestían la pared de la habitación, como si el tiempo siguiese detenido. Pero la realidad es que tu ídolo reaparece para arrebatarte la niñez, la adolescencia, diez o quince años de tu vida. Hasta Dani Alves ha vuelto, capaz de llevarte de viaje a aquel país que es el ayer, que tanto añoramos y tan superficialmente recordamos.

 

Vuelven aquellos futbolistas cuyos posters vestían la pared de la habitación, como si el tiempo siguiese detenido. Pero la realidad es que tu ídolo reaparece para arrebatarte la niñez, la adolescencia, diez o quince años de tu vida

 

No ha cambiado nada, excepto que ha cambiado todo. El último fin de semana, viendo los debuts de Xavi y Gerrard en el banquillo, me pasé toda la primera parte pensando que se les veía bien y que, quién sabía, quizá a la media parte aparcaran el traje y descolgaran las botas para entrar en el minuto 60. Me valía con inventarnos un microcosmos, pactar un secreto entre todos los que vimos sus partidos y dejarles jugar media horita, lo suficiente para volver atrás. Me pregunto cómo deben vivirlo los de dentro. Cuando Pirlo intenta imaginar en su plantilla a un arquitecto, Xavi a un estilista y Gerrard y Lampard a alguien que convierta goles en gritos. La presión debe ser eso.

Xavi llega para cerrar un círculo que estaba escrito, para reanimar un Barcelona en coma y hacerlo de esa forma tan particular como inefable. Porque es más fácil tirar del relato que pensar en cómo lo hará. Los regresos son un cóctel entre ilusión e incerteza difícil de discernir. Bolaño lo contaba en uno de sus cuentos: “aunque me daba cuenta de que ese hecho estaba cargado de significados, no podía descifrar ni uno”. Asusta la facilidad con la que se trituran héroes: Lampard por lo menos dejó a Mason Mount como heredero, pero a Pirlo lo engulló la rueda del fútbol, con partidos a diario que convierten el tiempo en una paranoia más de Christopher Nolan, en un pasado atropellado por la actualidad. Produce vértigo pensar en la posibilidad de que Xavi no pueda hacer resurgir el Barça o que Gerrard se quede a medio camino y no llegue a Anfield. Que caigan en el saco de juguetes rotos, aunque siempre quede el jugador. No todos tienen la capacidad de saber decir adiós. Zidane, figura de culto, lo hizo dos veces.

Encerrar a todos esos ídolos en una cabaña en medio de una tormenta de nieve, como en The hateful eight, y jugar al quién es quién para descubrir impostores y honestos sería un ejercicio demasiado franco. Algunos meses atrás, Marcel Beltran escribió que “amar a un jugador es cargar con una responsabilidad hasta el fin de los días”. Quizá, en lugar de meter a todos esos entrenadores en la nevera o en una cabaña, lo mejor sería dejarlos como futbolistas en algún cajón del congelador y que no vuelvan para remover nuestro pasado.

 


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Fotografía de Imago.