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Camisetas Special Edition: ¿debemos quererlas u odiarlas?

Se producen demasiados lanzamientos de camisetas como para que edición especial signifique ya algo. Aunque esas prendas últimamente protagonizan fotos icónicas


Se producen demasiados lanzamientos de camisetas como para que edición especial signifique ya algo. Aunque las prendas de jugar y tirar se carguen el concepto de longevidad, últimamente protagonizan muchas fotos icónicas. ¿Cómo logran ser fugaces y memorables? ¿Ha llegado el momento de firmar el pacto de la sostenibilidad entre el hincha y el fabricante?


Las camisetas Special Edition tienen la mala fama que merecen. Precio desorbitado, breves cameos sobre el campo y cobranding de dudosa explicación. Son objetiva y deliciosamente superfluas. Si nos ponemos estrictos, son hasta mentira. Clubes y selecciones lanzan demasiadas equipaciones cada temporada como para que el adjetivo ‘especial’ signifique ya algo a ojos del cliente. Que las llamen edición ordinaria, si se atreven. Hace tiempo, me vine arriba y pontifiqué que ‘si todo es rápido, nada será icónico’. Ya no sé si estoy de acuerdo conmigo. Es cierto que las casacas de jugar y tirar atentan contra principios que siempre hemos considerado sagrados —longevidad de una prenda, capacidad para crear recuerdos, sostenibilidad del comprador—, pero también es innegable que en los últimos tiempos protagonizan momentos icónicos. Su ubicuidad nos ha empujado a una incómoda paradoja. Son fugaces, y pese a ello se cuelan a menudo en la foto. Son innecesarias, y por ello tan atractivas como para que el consumidor olvide el número de apariciones y acabe exclamando take my money. El carrito arde. La conciencia, menos.

Cuando Lorenzo Insigne anotó su gol número 115 con la maglia del Napoli, igualando así el registro de un tal Maradona, vestía el disruptivo Flames Kit del club partenopeo. Nos pongamos como nos pongamos, aquella indumentaria “dedicada al amor por la camiseta, una pasión que alimenta el fuego competitivo de nuestros Guerreros” forma parte de un hito histórico. Cuando Zlatan Ibrahimović superó a Costacurta como jugador de campo más veterano del Milan moderno, lucía una pixelada elástica fruto de la reciente collab con la casa parisina KOCHÉ. “Donde el fútbol se encuentra con la moda”, prometía o amenazaba el lanzamiento. Nos guste o no la enésima interpretación de un clásico, compartamos o no la brevedad textil que se nos impone, el fashionismo dejó huella en la centenaria historia ‘rossonera‘. Una más. Cuando Messi y Cristiano se cruzaron, quién sabe si por última vez, en un amistoso prefabricado entre los parisinos y una selección de Al-Hilal y Al-Nassr, el de Rosario estrenó la 10ª equipación Jordan x PSG y el de Madeira una diseñada para la ocasión. Apretón de manos, media sonrisa, guiño maduro de admiración entre monstruos. Y en la foto, una casaca que “rinde un sutil homenaje a los rayos iluminados de la Torre Eiffel” y que “transmite sensación de velocidad mientras retrata la ciudad desde el cielo por la noche”.

Si hablamos de indumentaria futbolera, quedar bien en la máquina del café es un gol a puerta vacía. Cualquiera puede hacerlo. Un apunte superficial sobre la velocidad del mercado, un improperio dedicado a los tejidos fluorescentes y un gruñido de rechazo hacia los escudos monocromáticos. Listo. Por el contrario, ser honestos con nuestros impulsos modistos es un gol desde el centro del campo. Con portero. Bajo la niebla. La coherencia estética es Hagi en Balaídos. No es fácil resistirse a las camisetas Edición Especial. Acaso solo el precio, que no es poco, consigue aplacarnos. La gustología nos tiende la trampa de siempre. El nivel global de las colaboraciones y de las prendas de un solo uso es superlativo. Tardaron en entenderse, pero fútbol y moda conviven hoy felizmente y se contaminan en el mejor de los sentidos. El idilio entre la pasarela y el rectángulo de juego hace que el aficionado olvide, o cuanto menos pase por alto, la caducidad de la ropa.

Jordan acumula cinco años de hits con mangas para el PSG. Nike hace soñar a coleccionistas de todo el mundo que han visto más camisetas que partidos del AIK Solna. Adidas sabe cuándo tocar la tecla nostálgica, cuándo activar el modo futurista y cuándo hacer ambas cosas a la vez como demostró su potente línea Humanrace by Pharrell Williams. Puma se ha aliado con Nemen o con la citada KOCHÉ para que los jugadores del Milan parezcan modelos sobre el césped (¿y los fans se crean futbolistas por la calle?). New Balance x Aries x Roma han refrescado el imaginario de la ciudad eterna. Palace x Juventus, Stella McCartney x Arsenal, Yohji Yamamoto x Real Madrid, Ajax x Daily Paper, Inglaterra x Martine Rose, Japón x NIGO. Y así sucesivamente, para disfrute de quien se asoma al fútbol también como forma de hedonismo.

 

Su ubicuidad nos ha empujado a una incómoda paradoja. Son fugaces, y pese a ello se cuelan a menudo en la foto. Son innecesarias, y por ello tan atractivas como para que el consumidor olvide el número de apariciones

 

Dicho todo lo anterior, no es icónico todo lo que reluce. Que haya resbalones en el diseño es comprensible y nos ayuda a envalentonarnos y ganar consensos en la máquina del café. Ciertas propuestas camiseteras —son menos, pero hacen ruido— nos reconducen a la senda que hasta ahora creíamos adecuada. Cuando la falta de química entre firmas desemboca en prendas sin identidad, sin razón de ser o con demasiada pasarela y poco campo, salimos del embelesamiento. Abandonamos nuestro particular Síndrome de Stendhal y, entonces sí, protestamos enérgicamente. Con ventajismo y parte de razón, cuestionamos la necesidad de sacar una camiseta por partido. Napoli, te estoy mirando.

Camisetas de los 90 que, sorpresa, solo se usaron una vez – Crédito: Museum of Jerseys

Para sorpresa de nadie, las one-offs se asocian de manera irreflexiva al fútbol moderno, un ente abstracto que hay que odiar por convención social. El aficionado se vuelve más nostálgico con cada partido que ve y, por definición, cualquier trozo de tela pasado le parece mejor. Lo cierto es que ya en los 90 se producían colaboraciones entre marcas deportivas y diseñadores. Se actuaba con cautela, ya que el balón es permeable pero la corteza purista opone resistencia desde hace 150 años. Sin los altavoces mediáticos actuales, sin esa ‘x’ a la que nos hemos acostumbrado, la sinergia fútbol-moda pasaba relativamente desapercibida. Además, FIFA y UEFA estaban ocupadas modificando las reglas del juego y la normativa estética era mucho más relajada, tal vez como la sociedad de entonces. El libro de estilo de los 90 y los 2000 está lleno de curiosidades. Una derrota podía poner la cruz a una indumentaria, como le ocurrió a la Roma con su celebrada visitante azul marino o al Galatasaray, cuyas pinstripes cometieron el pecado de perder un derbi contra el Fenerbahçe. Otras veces se trataba de adaptarse al rival. Holanda alteró su azul visitante en Francia, el Aston Villa recibió al Trabzonspor con un inédito conjunto blanco, el PSG acudió a Lyon disfrazado de Arsenal y el Mónaco rascó un valioso empate en Old Trafford con un kit del que nunca más se supo. Entre azar y cábala, hubo decenas de prendas efímeras. Hoy están altamente cotizadas. Nadie discute su iconicidad. Entonces, ¿por qué negar a priori este privilegio a las nuevas creaciones?

 

Para sorpresa de nadie, las one-offs se asocian de manera irreflexiva al fútbol moderno, un ente abstracto que hay que odiar por convención social. El aficionado se vuelve más nostálgico con cada partido que ve

 

Llegados a este punto de saturación mercadotécnica, lo más sensato es ceder un poco de terreno como consumidores. Un momento, siga leyendo. No se trata de bajar la guardia, sino de negociar una desaceleración con el malo de la película. Propongo asumir que habrá camisetas perecederas y exigir, a cambio, que la osadía tenga sentido, que la innovación destile fútbol y que las marcas pongan de su parte prolongando la vigencia de otros productos. Hace dos temporadas, Brentford o Hull City encabezaron un atisbo de tendencia que no ha tenido confirmación. Umbro, Hummel, Macron, Adidas x MLS en bloque. Excepciones que confirman una triste regla: casi nadie mantiene su ropa más de un curso. ¿No sería un acto noble, quizá más simbólico que otra cosa, para compensar la proliferación de collabs? ¿No entendería mejor el desnortado fan al maquiavélico fabricante si un costoso capricho de poliéster durase dos años? Ideas: desplazar la segunda camiseta al tercer lugar del armario en la siguiente temporada como era habitual a principios de siglo, renovar automáticamente el contrato de una elástica que hace historia sobre el campo y, por qué no, convertir la casaca local en un proyecto a medio plazo.

La clientela está lista para revisar el concepto de iconicidad, pero sentirse más hincha y menos consumidor depende de la credibilidad que hoy no tienen las marcas. Urge un pacto. Que el tiempo se ponga de moda. Así que rectifico: si todo es rápido, quizá mucho será aún icónico, pero nada será único.

 


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Fotografías de Getty Images, Ac Milan y Museum of Jerseys.