Mediapunta de gran clase, figura atípica (por carácter, ideología y aficiones) en el mundo del balompié; Vikash Dhorasoo debutó como profesional en 1993 en el Le Havre, pero fue en el Olympique de Lyon, equipo al que llegó en 1998, donde poco a poco acabó eclosionando todo su talento. Una carrera que alcanzó su cenit en 2004, al ser nombrado el mejor jugador de la liga francesa. Reconocimiento que le valió el pasaporte para uno de los grandes de Europa, el AC Milan.
Las cosas, sin embargo, no le acabaron de salir del todo bien en Italia, por lo que al final de aquella misma campaña regresó a Francia, esta vez para militar en las filas del PSG. De nuevo titular, Dhorasoo fue uno de los elegidos para integrar la extraordinaria selección gala que disputó la Copa del Mundo de 2006 en Alemania. Teniendo por delante a alguien tan colosal como Zinedine Zidane, Vikash Dhorasoo solo jugó tres minutos en la cita mundialista, los últimos del primer partido que disputó el combinado francés en suelo teutón, un tedioso 0-0 contra Suiza. A pesar de ello, y por razones que van más allá de lo balompédico, es uno de los jugadores de aquel torneo que más comentarios ha generado.
Gran amante del séptimo arte, Vikash Dhorasoo se plantó en el Mundial con una cámara de Súper 8 y, sin avisar ni pedir permiso a sus compañeros, lo que le acabaría acarreando la enemistad de buena parte de la plantilla y cuerpo técnico, fue grabando clandestinamente el devenir de la selección francesa en la competición. De aquel metraje surgió Substitute, un documental tan extraño como fascinante que bordea las formas del cine de arte y ensayo.
La mayoría de las reseñas escritas sobre la película destacaron el hecho de que a través del objetivo oculto podíamos infiltrarnos en ese espacio sagrado y, por norma general, bunquerizado que es el vestuario de un equipo de fútbol. Contrariamente, a mí siempre me ha parecido mucho más interesante el dilema existencial que Dhorasoo planteaba en la cinta. Ese debate interior en el que el delantero francés se balanceaba entre la amargura de saber que no entraba en los planes de Raymond Domenech y la supuesta alegría que debería sentir por poder estar viviendo en primera persona, aunque sea desde el banquillo, algo tan excepcional para un futbolista como un Mundial.
Esta semana recibíamos al Castelldefels, seguramente el mejor equipo de la categoría. La primera jornada perdimos 4-0 con el Mollet. Y en la segunda, mientras a nosotros nos tocaba descansar, el Catelldefels ganó 3-0 al Mollet. Por esta misma regla de tres, este sábado nos tocaba salir escaldados, más si tenemos en cuenta que la temporada pasada nos metieron cinco. Perdimos 2-3, derrota cuya amargura se agudiza en la cronología de los goles, pero jugamos un partidazo.
Empezamos algo dubitativos, y en una de esas nos metieron el primero. Lejos de venirnos abajo, poco a poco fuimos aumentando la intensidad, confianza en nuestras posibilidades que se acrecentó tras el empate: diana absurda del Torres en competencia con el que metí en la pretemporada por el gol más grotesco del año.
Sin ser una superioridad avasalladora, pasamos a controlar el partido. Faltaban cinco minutos para el descanso cuando el Óscar se coló en el área, el defensa llegó tarde y lo derribó. Él mismo lo chutó. El portero a la izquierda y la pelota a la derecha. 2-1. La segunda parte fue un envite de tú a tú en el que podríamos haber marcado el tercero pero en el que encajamos el segundo en una de esas jugadas que queda la pelota muerta en el área pequeña y el delantero mete la uña para colarla.
Él rodó un documental explicando sus experiencias y yo escribo este diario. La diferencia radica en que a él se la sudaba sus compañeros de equipo y yo cada semana quiero más a estos tipos. Puto fútbol
¿Y yo? Llevábamos 20 minutos de la segunda parte cuando, en un acto de sinceridad que agradezco, el Alfons, el míster, se me acercó y me dijo: “Uri, hoy la cosa está muy igualada. Creo que no vas a poder salir”. Me jodió, porque como todo aquel que se calza las botas, odio chupar banquillo; pero lo comprendí y compartí. El corazón me decía que en aquel duelo yo también podía aportar algo, pero la cabeza respondía que no podía contribuir con nada que mejorase lo que ya estaban haciendo mis compañeros en el campo. A diferencia de Dhorasoo yo no tenía a un Zidane por delante, pero sí a un Javito, un Uri, un Juanma, un Curro, un Ferreti, un Harris, un Torres, un Óscar, un David, un Pere, un Rafinha, un Manu, un Paco y un Dani que lo estaban bordando. Si funciona, no lo cambies.
No tendría que haber jugado, pero cuando faltaban tres minutos el Dani, al que siempre le pasan cosas (esta vez decía que la rodilla le hacía tras-tras ¿¡!?) pidió el cambio. “Alfons, entro yo”, le dije al entrenador. Y el Alfons, no sé si por remordimientos o porque le pilló de imprevisto mi determinación, me dejó entrar. Me coloqué de interior izquierdo. Mi primera jugada en el campo… El balón es del Castelldefels. Lo cuelgan en nuestra banda siniestra. La coge su extremo derecho. Le perseguimos los dos Uris, el que sabe jugar a fútbol y yo. Le derribamos. Falta. Intento perder tiempo. Cojo la bola y me hago el remolón antes de entregársela al rival. Me coloco frente a él para que no pueda picar la infracción de inmediato y pillarnos desprevenidos. Pide distancia. Me sitúo con el Uri, el que sabe jugar a fútbol no yo, en la barrera. El lateral del Castelldefels la centra. Cuando me giro, la pelota ya está dentro. 2-3. Hemos perdido. Un nuevo capítulo en letras doradas en mi carrera futbolística.
Vikash Dhorasoo y yo tenemos diversas cosas en común. Él jugó tres minutos en el Mundial de Alemania 2006 y yo jugué tres minutos contra el Castelldefels. El rodó un documental explicando sus experiencias y yo escribo este diario. La diferencia radica en que a él se la sudaba sus compañeros de equipo y yo cada semana quiero más a estos tipos. Puto fútbol.