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EURO SIN CORTE – Vol.5 – Pasta al dente

Ha empezado la Eurocopa de las prórrogas, los nervios, los sustos y los balones al palo. La Eurocopa de los que se encumbran y de los que se desmoronan

EURO SIN CORTE – Vol.4 – Saluda a papá


 

¿Nos multarán el corazón por exceso de velocidad? Xhelazz

 

La primera vez que tropecé con el concepto fue en un libro de Jordi Puntí. The money note, la nota del dinero, exponía el escritor catalán, es ese instante que los productores comerciales identifican como el que hace que una canción pop se convierta en un gran éxito mundial. Puede ser una nota más fuerte, o más estirada, o directamente un silencio que retrase el estribillo. El mejor ejemplo lo encuentras en la canción I Will Always Love You, de Whitney Houston; por lo que dicen los expertos, lo que la llevó a triunfar es esa pausa minúscula en la que la cantante suspende la voz antes de estallar con el “And Aaaiiaaai…”. Puntí comparaba esa estrategia musical con las breves paradas que hace Messi entre regate y regate, añadiendo suspense a sus característicos eslalons. Si hablamos de la Eurocopa, la nota del dinero, el medio compás de silencio que anticipa la tormenta perfecta, es el que se produce justo antes de que arranquen los cruces. Al cerrarse la fase de grupos, el torneo se detiene un segundo, y cuando retoma la marcha, ya nada vuelve a ser igual. Sube el ritmo. Sube la emoción. Sube el espectáculo. Suben, evidentemente, las audiencias. Uno se distrae un momento y al volver la mirada a la tele se da cuenta de que el campeonato se ha salido de madre.

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Cada cruce de la Eurocopa es una hoguera. Entre todas, conforman el gran incendio del verano.

El fuego es la única metáfora posible para ese tramo de la competición en la que los equipos se enfrentan a dos únicos destinos: convertirse en ceniza o esquivar la catástrofe. Normal que salten chispas en cada enfrentamiento: no hay peor final que morir chamuscado. Basta imaginar el dolor que provocan las brasas para ponerse a correr. El que llegue más lejos será el que logre clasificarse.

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La Eurocopa es una peli de Tarantino. En ella cabe de todo. Planos paisajísticos, melodías pegadizas, personajes carismáticos, diálogos reposados. Pero uno ha visto suficientes Eurocopas, y suficientes pelis de Tarantino, para saber que esa aparente tranquilidad es un espejismo, puesto que en cualquier momento llegará la escena en la que todo salte por los aires. Cuando un partido de octavos cae inevitablemente en la prórroga es como cuando DiCaprio, al recibir la visita inesperada de una asesina en su jardín, entra al cuarto de las herramientas y sale de él con un lanzallamas. Solo hay una forma de jugar una prórroga: apuntando al adversario a la cabeza. Con crueldad, con ensañamiento. Las selecciones que suelen pasar de ronda son las que no tienen corazón. Las que solo tiran a matar.

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Hay tipos que funcionan mejor cuando todo arde a su alrededor. Que se crecen cuando el humo nubla el ambiente y crepitan las vigas del techo. Luis Enrique, por ejemplo. Uno se fija en los gestos del técnico asturiano cuando sus jugadores se baten con Croacia en la prolongación, después de haber desperdiciado una ventaja de dos goles, y detecta cierto goce. Felicidad por vivir al límite, por descarriarse, por no saber lo que pasará. El deporte en estado puro. Apretar la mandíbula, desabrocharse un botón de la camisa, no parar quieto. Y cuando llegue el tanto de la victoria, reventar de alegría. Lo lógico sería no querer mirar, cerrar los ojos, pero cómo vas a cerrarlos, si en el fondo viniste para esto. Un poco como Xhaka cuando se propone amargarle las vacaciones a los franceses. Todo está en tu contra, tus compañeros y tú estáis vivos de milagro, el rival apesta a campeón del Mundo y Pogba anda desatado en la prórroga. ¿Opciones de alcanzar los cuartos? Escasas. ¿Motivos para apurarlas? Para Granit, todos los quieras y más.

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La Eurocopa se ha despeinado y Dinamarca sonríe. Como quien aprovecha un alboroto para colarse en el metro. Todos tenemos amigas y amigos que viven cómodos en el desorden. No puedes comprenderlo, pero sospechas que, en esa forma fiera y caótica de disponer las cosas en el piso, con tazas sucias en los brazos del sofá, libros apilados en sillas o bragas y camisetas tiradas por el suelo, se esconde agazapado un truco para ser feliz. Si codicias el orden pero no eres una personas ordenada, estás frito; si no lo necesitas ni te planteas encontrarlo, todo son ventajas. Saber quién eres y para qué estás hecho. Responder esas dos preguntas y quedarte tranquilo con las respuestas. Suficiente para pasar de selección pequeña a candidata inesperada.

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Ha empezado la Euro. Otra Euro dentro de la que ya había empezado, quiero decir. Hay torneos que a medida que avanzan se retuercen y ofrecen nuevas caras de sí mismos. Ha empezado la Euro de las prórrogas, los nervios, los sustos y los balones al palo. La Euro de los que se encumbran con un remate a la escuadra o de los que se desmoronan fallando el penalti decisivo. La Euro de las hecatombes y las sorpresas. La Euro de los príncipes y los decapitados. Quizá la Euro de Grealish, de Sarabia, de Chiesa, de Malinovskyi, de Lukaku: figuras que guardan el apetito para cuando la pasta está al dente. La Euro de los voraces, las leyendas y los fuegos artificiales. Pónganse el cinturón, que estamos despegando otra vez.

 


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Fotografía de Imago.