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Ruido de Copas

El escenario siempre es el mismo, la Copa, espectáculo en cuyo desenlace suena el himno nacional precediendo a la fiesta del fútbol local

Todo empieza con un ‘Buuuh’, un silbido, un abucheo. Hay quienes se dan la vuelta o muestran algún dedo en señal de disconformidad, y también los hay que prefieren cantar (o gritar) cualquier canción que les resulte más familiar que la melodía que suena de fondo. El himno nacional siempre da paso al partido definitivo de la Copa, un escenario de reivindicación del fútbol local, la noche de dos equipos que, dentro de la misma frontera, se ven las caras para luchar por ganar, en muchos casos, el único título de la temporada. Resuena en el estadio esa sintonía que pretende engalanar, animar y enorgullecer a aquellos que se emocionan con ella y a la autoridad de turno que se sienta en tribuna. Pero a una final de Copa también llegan los disconformes, los indignados, los que son incapaces de aguantar estoicos ese trance. Así que, durante esos dos minutos el fútbol pasa a segundo plano, y cómo no, la polémica está servida.

Desde que en 2009 Barça y Athletic protagonizaran una de las pitadas más sonadas que se recuerdan a un himno nacional han pasado muchas cosas, por eso la protesta que se prevé para el próximo 30 de mayo tiene asustado a más de uno. Sin embargo, paseando la mirada algo más allá de una España que vive hace tiempo ocupada en las relaciones con sus nacionalismos, uno cae en la cuenta de que silbar y abuchear al himno nacional no se trata de una práctica Made in Spain, pues entre las dos fechas anteriores los vecinos ingleses e italianos también decidieron cambiar el instante patriótico de una final de Copa por un oportunidad para reivindicar sus intereses.

“We are not English, we are Scouse”

La final de la FA Cup de 2012 juntó al Liverpool y el Chelsea sobre el césped de Wembley y el God Save the Queen cantado a pie de campo por la cantante Laura Wright dio pie a que gran parte de la grada ‘red’ estallara en abucheos. No era tanto que el himno se sintiera o no como propio, ni tampoco la voluntad de mostrarse en contra de una bandera específica. Fue el volver a recordar la tragedia de Hillsborough, el comportamiento de el establishment contra la ciudad de tradición obrera y el desacuerdo con una clase política siempre acomodada en las tribunas del fútbol inglés. ‘We are not English we are Scouse’ (No somos ingleses, somos de Liverpool) profesan hace tiempo en Liverpool. Para ellos, lo más importante es el sentimiento de formar parte de un colectivo humilde, próximo, rebelde, como es la ciudad del noroeste de Inglaterra. Y en un segundo plano queda todo lo demás, incluida Inglaterra. Esa final, con el país reunido y el cántico resonando por todo lo alto en un estadio tan emblemático como Wembley, removió la memoria y el alma de los ‘reds’, que antepondrán siempre los intereses de la clase trabajadora a los de pertenencia nacional.

“Siamo Partenopei”

Uno de los gentilicios que designan a los habitantes napolitanos es el de ‘Partenopeos’, nombre surgido de una leyenda griega que cuenta cómo una sirena rechazada por Ulises llegó hasta la costa de la región de Campania. “Somos Partenopeos”, se escucha con frecuencia entre los aficionados del Nápoles, sobre todo cuando el partido se juega en el norte de Italia. Estos cánticos, a menudo son contestados –o provocados- por una grada rival que espeta sin tapujos “ustedes no son italianos”.

La final de la Coppa Italia de 2012 la disputaron Nápoles y Juventus y el “siamo partenopei” arrancó al mismo instante que el himno oficial del país en un sector de las localidades ‘azzurri’. En este caso, y en un contexto algo parecido al de Inglaterra, la hinchada de la ciudad del sur quiso dejar patente una firme oposición a la clase política, a los estamentos privilegiados y a una histórica opresión de clase y procedencia que inunda el sentimiento de una parte de los napolitanos. El estadio Olímpico de Roma acogió esta vez las protestas de uno de sus finalistas -que a la postre fue el ganador- indignado con un sector dirigente que, según ellos, olvida constantemente la periferia italiana.

A todo esto, ¿cuál es la posición que adoptaron las respectivas autoridades al sentirse ‘ultrajadas’ por aquellos que no respetaron el himno nacional? Aunque en los casos anteriores todo siguió su curso sin más revuelo, es cierto que no siempre ha sido así.

Hablamos de hace 90 años, en plena dictadura del general Primo de Rivera. Y hablamos del Barcelona FC, que jugó el 14 de junio de 1925 un partido amistoso contra el Júpiter que se presentó como un homenaje a los culés del Orfeó Català. Después de que el público silbara con ganas la Marcha Real, el entonces máximo responsable del Estado impuso el cierre del club seis meses, que al final fueron tres. Al mismo tiempo, Joan Gamper acabó dejando el territorio español exiliado a causa de lo que esta situación generó y cómo enervó a las autoridades dirigentes.

La misma idea tuvo Nicolas Sarkozy. Incapaz de seguir escuchando como las antiguas colonias francesas en el norte de África silbaban La Marsellesa, ordenó en 2008 que serían suspendidos de inmediato todos aquellos partidos en los que no se respetara previamente el himno nacional de la República. En el caso de Francia ya había visto en 2002 como en la final de Copa los aficionados del Bastia boicoteaban la famosa melodía defendiendo su condición de corsos. En 2007 Marruecos hizo lo propio en un encuentro entre selecciones y la gota que colmó el vaso fue un amistoso entre Les bleusy la selección de Túnez. A partir de la seria amenaza del presidente Sarkozy y la firme convicción de promulgar una ley que defendiera la bandera y el himno, los pitos a la Marsellesa cesaron de manera importante.

Lo cierto es que cuesta encontrar un partido en el que, como pasó en España, gran parte de las dos aficiones presentes comulgaran con la misma animadversión hacia el himno nacional. Desde hoy hasta el próximo 30 de mayo las especulaciones sobre lo que va a ocurrir seguirán a la orden del día y al final, solo el público presente tendrá la última palabra. Pase lo que pase mientras tanto, colocados en fila sobre el césped, los jugadores volverán a tener que esforzarse para disimular su complacencia, antipatía o incomprensión con lo que esté ocurriendo, porque a ellos sí que no se les permite mezclar fútbol y política.