Hace exactamente 30 años el fútbol cambió para siempre: asustada por el Mundial más rácano, el de Italia’90, la FIFA dejó de lado su proverbial conservadurismo y modificó el reglamento. Los reinicios con la mano de los porteros tras el pase de un compañero no volverían a frenar el ritmo de los partidos. La preocupación de entonces era la misma que la de hoy: las pérdidas de tiempo. A partir de ese verano de 1992 los centrales tendrían que arreglárselas con la pelota, y los arqueros empezarían a perder algo de su factor diferencial para convertirse en el undécimo jugador de campo. Un cambio en apariencia menor acabaría desencadenando importantes consecuencias tácticas. Algunos equipos aprenderían a salir construyendo desde atrás, otros a presionar hasta el área contraria, y casi todos -al menos, los mejores- a manejar ambas innovaciones.
Esta es la historia de cómo el Mundial más soporífero de la historia encendió en Sepp Blatter la chispa del cambio. Esta es la historia de cómo ese cambio fue abriéndose camino, primero en la sugerencia de un olvidado entrenador suizo, y después en las pruebas en un torneo juvenil e incluso en un extraño Barça-Madrid amistoso (que por supuesto aún no era ‘clásico’). Esta es la historia, en definitiva, de cómo en la tarde del 24 de julio de 1992 un defensa de la selección italiana le tiró un pase a su guardameta, Francesco Antonioli. Y este, en contra de lo que había constituido un mandamiento no escrito del fútbol durante más de 100 años, ya no pudo agarrar el balón con las manos.
Estadios preciosos. Los bailecitos de Roger Milla. Novedosos grafismos televisivos. Las lágrimas de Paul Gascoigne. Un himno pegadizo en plena ola italopop. El botellín de Branco. Las salidas de Higuita. El ‘me lo merezco’ de Míchel. Cualquier niño de principios de los 90 podría continuar enumerando los recuerdos del Mundial de Italia’90. Quizá ninguno genere tanta unanimidad como este: fue un peñazo de Mundial. Se marcaron pocos goles (2,21 por partido, el mínimo histórico) y hubo poquísimas remontadas. Poquísimas no: una. De los 52 partidos del torneo solo el Suecia 1-2 Costa Rica acabó su tiempo reglamentario con victoria para la selección que empezó perdiendo.
Según el relato que ha trascendido, fue durante ese verano italiano cuando Sepp Blatter -entonces secretario general de la FIFA y mano derecha de su presidente, Joao Havelange- abandonó asqueado el palco ante el enervante espectáculo que ofrecían los equipos que se adelantaban en el electrónico: pase del portero al central, pase del central al portero, y este que la embolsaba como si fuera un bombero sacando a un bebé de un incendio. Pase, pase, pase… para que no pasase nada, salvo los minutos.
Como buen suizo, Blatter gozaba de una innata sensación de la puntualidad: no en vano, uno de sus primeros trabajos había sido como responsable de cronometraje deportivo en la empresa de relojes Longines. Allí empezó a frecuentar el elitista universo de las federaciones internacionales instaladas a la sombra del secreto bancario y la fiscalidad amable -especialidades más helvéticas que la raclette-: comenzó por la de hockey, luego trabó relación con el Comité Olímpico y finalmente, a mediados de los 70, entró en la FIFA. Y allí seguía en 1990, esperando asaltar la gran poltrona de Havelange. Aún habría de esperar ocho años más. Sin embargo, aquel verano la alarma interna de Blatter había sonado acertadamente. El fútbol se estaba volviendo aburrido en el peor momento. El siguiente Mundial se disputaría en Estados Unidos, patria del show business y gran vencedor de la Guerra Fría, pero hasta el momento sus casi 300 millones de consumidores -perdón, habitantes- resistían impasibles frente a los encantos del soccer. Si el Mundial’94 salía como el italiano supondría la ruina del fútbol en Norteamérica por al menos un par de generaciones.
El 13 de diciembre de 1990 la FIFA presentó un nuevo grupo de trabajo, llamado pretenciosamente ‘Task Force 2000’. Sonaba a película de acción pero en realidad era solo un grupo de señores blancos jugando a diseñar el fútbol del futuro
Y si la FIFA no quería perder el mayor mercado que aún le quedaba por conquistar debía estimular el espectáculo. A ello se puso Blatter, con la ayuda del director técnico de la organización, el también suizo Walter Gagg. El 13 de diciembre de 1990 ambos presentaron un nuevo grupo de trabajo, llamado pretenciosamente ‘Task Force 2000’. Sonaba a película de acción protagonizada por Steven Seagal pero en realidad solo era un grupo de señores ricos blancos jugando a diseñar el fútbol del futuro. Tiempos de 25 minutos, porterías más grandes… cualquier cosa podía servir.
“El Comité Ejecutivo de la FIFA, reunido en Zurich, decidió constituir un grupo de trabajo para analizar la posible introducción de reformas en el juego, que irían encaminadas a convertir el fútbol en un deporte mucho más atractivo. Para ello se ha creado una comisión de expertos con el fin de que la propuesta definitiva llegue a la ‘International Board’ —único órgano con autoridad para modificar el reglamento— sea presentada en 1992. El objetivo es implantar los cambios en el Mundial de Estados Unidos de 1994”
Los diarios de aquel momento especulaban además con la posibilidad de que un entrenador en funciones entrase a liderar ese grupo de trabajo, y deslizaban un nombre: el del entonces seleccionador francés, Michel Platini. Acertaban. Aunque ahora sus apellidos chirríen al compartir una misma frase, Platini aceptaría ponerse a las órdenes de Blatter para salvar al fútbol del tedio. Años después su relación acabaría como el rosario de la aurora, entre acusaciones cruzadas de corrupción y caídas en desgracia, pero a principios de los 90 el avispado dirigente suizo y el mítico ex jugador francés iban a acertar en su intento por rescatar al balompié del bostezo. Entre uno y otro faltaba sin embargo un tercer elemento, suizo como Blatter pero activo en Francia como Platini. Su nombre no te sonará: Daniel Jeandupeux.
“No hubo nada de juego, nada de fútbol. Lo que puedo recordar es que fue un espectáculo terrible aquella final. Ni siquiera me acuerdo del marcador”. La voz de Jeandepeux suena desde el otro lado del móvil, quizá exagerando un poco el aburrimiento del Alemania-Argentina que definió Italia’90. A sus 73 años ha contado esta historia varias veces, y probablemente eso le empuja a dejarse llevar en algún punto del relato.
– ¿De verdad no recuerda cómo acabó esa final?
– Mmmm bueno, creo que fue 1-0, ¿no?
Ahora es Panenka quien le llama. No para debatir sobre el polémico penalti que transformó Andreas Brehme -que con toda seguridad recuerda- sino para charlar acerca de la carta que Daniel envió a finales de 1990 y que ayudó a cambiar este deporte.
Después de una apreciable carrera en el fútbol suizo, en 1975 Daniel Jeandepeux cruzó los Alpes para fichar por el Girondins de Burdeos. Apenas dos años después, un delantero del Olympique de Marsella con malas pulgas le provocaría una doble fractura abierta. En ese mismo instante el jugador, de 28 años, se convirtió en entrenador. Y en eso andaba en 1990, cuando ocupaba el banquillo del modesto Caen, en la primera división gala. “Allí tenía acceso a datos procedentes de una empresa, Top Score, que transformaba los partidos en estadísticas. Podías saber cuántos duelos ganabas o desde dónde rematabas. Yo buscaba la verdad del fútbol en los números… pero no es tan sencillo”, rememora.

Con la exasperación de la final mundialista todavía fresca, Jeandepeux recurrió al primitivo ‘big data’ de los 90 para ponerle números a una sensación muy extendida: que los equipos recurrían al pase al portero para detener el ritmo de los partidos. Pidió los datos de un encuentro de su equipo contra el Auxerre del legendario Guy Roux. “Ellos marcaron pronto y ahí se acabó el partido. Se limitaron a jugar constantemente con el arquero y no podías hacer otra cosa que esperar. Según los datos su portero, Bruno Martini –que también lo era de la selección francesa-, había tenido más posesión del balón que sus otros 10 compañeros sumados“.
Pero la investigación de Jeandupeux no se limitó a los guardametas rivales. También colocó bajo la lupa a François Lemasson, su cancerbero en el Caen. “Y descubrí que multiplicaba por cuatro su tiempo de posesión en los encuentros en que nosotros nos poníamos en ventaja. Yo he sido un entrenador con preferencia por la posesión y el fútbol ofensivo, un humilde discípulo de Cruyff: me gustaba jugar con el balón y prácticamente sin defensas de formación. Por eso, cuando vi que nosotros también caíamos en ese tipo de gestos pensé que esto no podía continuar. Formaban parte de la cultura de aquel fútbol y había que contrarrestarlos con el reglamento“.
Ese partido del que habla parece corresponderse con un Caen 0-1 Auxerre que los archivos ubican en el 26 de octubre de 1990. Tiempo para que Jeandupeux realizase sus pesquisas estadísticas y, a mediados de diciembre, escribiera una carta a un viejo amigo: Walter Gagg, el mismo que como director técnico de la FIFA estaba escoltando a Blatter en la tarea de revitalizar el fútbol. “Cuando yo fui internacional suizo ‘Walti’ era el delegado de la selección. Desde entonces tuvimos una buena relación. Por eso le envié la carta“.
La misiva era contundente por los datos que empleaba, por la franqueza con la que describía incluso a sus propios jugadores (“mi portero, Lemasson, es un campeón en la pérdida de tiempo“) pero especialmente por las dos medidas que proponía, tan evidentes en 2022 como revolucionarias en 1990. La principal, prohibir a los porteros recoger con las manos los pases de sus compañeros. La secundaria, disponer 7 u 8 balones en el perímetro del campo. “Las pérdidas de tiempo también se producen cuando la pelota sale fuera. En los partidos del campeonato francés, el balón sale una media de 85 veces, y en cada ocasión se pierden unos 12 segundos. Eso equivale a una merma de unos 15 minutos de juego, que se podrían reducir si los partidos no se jugasen con un único esférico“.
Tan arrolladoramente lógica parecía esta segunda propuesta que se incorporó de inmediato a los protocolos de varias ligas, entre ellas la francesa. Con respecto a la prohibición del pase al portero -o mejor dicho, a las manos del portero- el camino hasta la aprobación sería algo más largo. Sin embargo, una duda permanece: ¿Jeandupeux escribió la carta en un arranque de genio individual o más bien por indicación de alguien?
El medio neerlandés de Correspondent rescató la misiva del anonimato en 2018. Lo que no pudo hacer ese diario, ni tampoco el New York Times en un artículo más reciente, es aclarar el sentido de las tres primeras palabras de la carta de Jeandupeux a Gagg: “Como te prometí, te envío las cifras de tiempo de posesión de los porteros en la liga francesa“. ¿Como te prometí? Sabemos de la cercanía entre Gagg y Jeandupeux, y podemos imaginar la de este último con el propio Platini -se habían enfrentado como jugadores y eran, en ese momento, entrenador de un club francés el uno y seleccionador galo el otro-. En algún momento Gagg o Platini pudieron charlar con Jeandupeux, y sugerirle que a la ‘Task Force’ le convenían esos datos del técnico del Caen para presionar a la International Board (IFAB), el único organismo capacitado para modificar el reglamento del fútbol. Las relaciones entre la FIFA y las cuatro federaciones británicas (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, que por su antiguedad son las únicas con asiento en la IFAB) no atravesaban un buen momento.
– Ese ‘Como te prometí’ sugiere que la carta es la consecuencia de una conversación previa, Daniel.
– Bueno… puede ser. No lo recuerdo exactamente pero puede ser. ¡Ya soy mayor!– bromea al tiempo que regatea la cuestión.
Sea como fuera, la carta llegó con una sospechosa puntualidad a la sede de la FIFA: el 14 de diciembre de 1990, apenas un día después del anuncio de la creación de la ‘Task Force’ para devolverle la vitalidad al juego del fútbol. Dos meses después, la medida pasó a ser una de las propuestas principales del grupo de trabajo que ya encabezaba Platini. Y antes del verano la FIFA dio un paso más: decidió probarla en el Mundial juvenil que se iba a disputar en agosto de 1991, antes incluso de tener la oficialidad de la IFAB.
El Mundial, por cierto, iba a volver a Italia.
Dentro de las ansias comercializadoras de Havelange, la FIFA comenzó a replicar su producto estrella -la Copa del Mundo- a diferentes escalas: primero sub20, luego sub17… Ello permitía aumentar el pastel de los patrocinadores y abrir la concesión de esos torneos a países que no solían acoger Mundiales absolutos. Como Ecuador, llamado a organizar en 1991 el primer Mundial sub17. Sin embargo, varios países sudamericanos -especialmente Perú y el propio Ecuador- comenzaron en febrero de ese año a sufrir una epidemia de cólera. La crisis sanitaria fue tal que a la FIFA no le quedó más remedio que recurrir nuevamente a Italia. La nación transalpina organizaría un certamen de pequeño formato y pobre presencia de público en una única región: la Toscana.
Dos eran las peculiaridades reglamentarias del torneo, ambas con carácter experimental. Los porteros no podrían recoger con las manos un pase de un compañero y los delanteros no incurrirían en fuera de juego en los últimos 16 metros del campo -desde la frontal del área hasta la línea de gol-. Ambas innovaciones las probó en primera persona el arquero de la selección española, el navarro Javier López Vallejo.
“Era un chaval, iba a un Mundial y no quería que ningún error me pudiera penalizar. Lo que pasa es que el hábito de cogerla con la mano estaba absolutamente arraigado y de la noche a la mañana tuve que cambiarlo“, recuerda López Vallejo para Panenka. “La mejor manera para evitar esas situaciones fue acordar con mis compañeros que no me pasaran el balón. Las cesiones solo se producían si eran muy claras y tenía un pase fácil, pero acordamos ahorrarnos cualquier situación comprometida“.
Las precauciones del arquero osasunista se revelaron acertadas. España superó la fase de grupos, se deshizo de Alemania en cuartos y de Argentina en semis, y solo cayó en la final ante Ghana. López Vallejo no recuerda que le pitaran ninguna falta por embolsar un pase de un compañero. “Estabamos instalados en la cultura del pase atrás, de dar seguridad, darle pausa al partido… en absoluto pensábamos en generar superioridades con el portero“, resume hoy. Y sin embargo, la prueba gustó. A diferencia de la zona libre de fuera de juego, que más que potenciar el juego ofensivo acabó retrasando las líneas defensivas ante el temor del ‘chupapostes’ rival, el test de prohibir el pase al portero convenció.
Tal y como aparecía en el Informe técnico del Mundial sub17, “la nueva regla ensayada del fuera de juego no halló consenso de entrenadores, jugadores y espectadores. En cambio, el otro experimento de obligar a los guardametas a jugar con el pie las devoluciones de sus defensas fue aceptado por casi todos y contribuyó a un juego más fluido y con menos pérdidas de tiempo“.
En el mismo informe aparecía además una foto del ‘Task Force 2000’ en un hotel de la localidad toscana de Montecatini. Se habían añadido nuevas voces influyentes del fútbol, ya fueran jugadores en activo (como Zvonimir Boban, que acababa de superar la sanción de la federación yugoslava tras agredir a un policía un año antes en los disturbios del Dinamo Zagreb-Estrella Roja), árbitros o incluso presidentes de clubes. Esa es la razón por la que, precisamente entre Platini y Boban, aparecía un sonriente Josep Lluís Núñez. Unas filas más arriba también se intuía la figura de su omnipresente gerente, Anton Parera. Apenas un mes más tarde, ambos dirigentes culés promovieron otra prueba. Un Barça-Madrid iba a servir como conejillo de indias para la ‘Task Force’.
Aprovechando el guante que brindaba Canal Plus, así como un jugoso contrato para ambos contendientes, el 11 de septiembre de 1991 se vivió el último amistoso entre FC Barcelona y Real Madrid en suelo peninsular. Probablemente la doble presencia culé en el grupo de trabajo de la FIFA motivó que ‘El Desafío’ -así se bautizó a un encuentro al que nadie llamaba aún ‘el Clásico’- se disputase con las dos probaturas reglamentarias del reciente Mundial sub17. Aunque quizá la evidencia irrefutable de la autoría de Núñez fue la actitud de Johan Cruyff. Al técnico neerlandés le gustó tan poco ese partido -y sus normas- que se negó a dirigir al equipo desde el banquillo del Camp Nou. Prefirió seguir el duelo desde el palco. Además de Cruyff, solo unas 20.000 personas acudieron al estadio blaugrana aquella tarde.
Al día siguiente, las crónicas no ahorraban detalles, como esta de Francesc Aguilar en Mundo Deportivo: “El partido fue extraño por las dichosas reglas que se experimentaron (la propia FIFA ya dijo en Montecatini en la reunión de la Task Force que lo del fuera de juego ni siquiera se tomará en consideración). Si acaso lo más positivo fue la no cesión al portero. Esta regla sí que seguramente llegará a la International Board para su aprobación. Un vídeo del partido se entregará por parte de Canal Plus a la comisión técnica de la FIFA que preside Walter Gagg para su estudio”.
Los compañeros de Mundo Deportivo resaltaron asímismo que gracias a la prohibición del pase a los porteros el tiempo efectivo del ‘Desafío’ fue 13 minutos superior al de los encuentros oficiales. Así fue como un Barça-Madrid sirvió como evidencia de las bondades de modificar el reglamento. Tal vez ese vídeo de Canal Plus llegó hasta la reunión de la IFAB el 30 de mayo de 1992. En el Celtic Manor Hotel de Newport, Gales, las cuatro federaciones británicas y la propia FIFA aprobaron la mayor modificación del reglamento del fútbol desde el cambio del fuera de juego en 1925.
El 30 de mayo de 1992, en el Celtic Manor Hotel de Gales, las cuatro federaciones británicas y la FIFA aprobaron la mayor modificación del reglamento del fútbol desde el cambio del fuera de juego en 1925
La nueva norma XII (faltas) que ya incluía como punible que un portero recogiera con las manos un pase de un compañero no entraría en vigor hasta el término de la inminente Eurocopa, que había de disputarse ese mes de junio en Suecia. La final, entre la sorprendente Dinamarca y la vigente campeona del mundo, Alemania, fue un epítome perfecto de aquello que había motivado el cambio del reglamento. Después de que los daneses se pusieran en ventaja aprovecharon los últimos minutos de vigencia de la vieja norma para combinar repetidamente con su portero, Peter Schmeichel. Así fue como el viejo fútbol, el de las pérdidas de tiempo constantes, se despidió a su manera: perdiendo tiempo.
Un mes después, el Camp Nou volvería a albergar un partido en el que se prohibiría a los porteros recoger con las manos los pases de sus compañeros. Y esta vez no sería una prueba en un amistoso, sino el estreno oficial de la norma, coincidiendo con el primer encuentro de Barcelona’92.
Su gran Mundial juvenil hizo que López Vallejo recibiera en 1991 una oferta del todopoderoso Milan a cambio de unos 500 millones de pesetas, unos tres millones de euros. Si el entonces presidente rojillo Fermín Ezcurra hubiera aceptado la oferta, López Vallejo habría coincidido en la entidad rossonera con otro joven guardameta, Francesco Antonioli. El mismo que el 24 de julio de 1992 iba a estrenar de manera oficial la nueva norma del pase atrás. ¿El escenario? Un desértico Camp Nou, con apenas 15.000 espectadores. ¿Los contendientes? Las selecciones sub23 de Italia y Estados Unidos. ¿La competición? El torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos de Barcelona, cuyo primer partido se disputó la víspera de la ceremonia de inauguración. A pocas horas del gran estreno, mientras un tirador de arco ultimaba un peculiar entrenamiento en Montjuïc, nadie en la capital catalana le prestó demasiada atención al encuentro de fútbol… y menos aún a la novedad en el reglamento. Nadie, salvo Antonioli.
“Lo recuedo como un partido con una novedad a la que había que adaptarse, pensando de una manera diferente. Si no me acuerdo mal no tuvimos grandes dificultades porque nos habíamos entrenado. Además no había grandes exigencias por parte del entrenador con respecto al juego del portero. No era como hoy“, evoca el ex guardameta para Panenka.
A los pocos minutos de partido, Antonioli recibió un pase atrás de un compañero. Sin inmutarse, el arquero controló el envío con el pie y continuó la jugada con otro pase. Así se convirtió en el primer arquero que cumplía con la nueva norma, si bien acabaría siendo también el primero que caía en ella. Porque en el minuto 65, con Italia en ventaja 2-0, el portero del Milan dio cuatro pasos con el balón en lugar de tres, como detallaba el reglamento. Antonioli no contaba con que el colegiado del encuentro era el gallego Manuel Díaz Vega quien, implacable, decretó la falta que acabó en el 2-1 para los norteamericanos.
“¿Sabes que no recordaba cómo me habían marcado aquel gol? Sabía que fue una falta dentro del área pero no sabía si fue un pase de un compañero que cogí con la mano o es que di un paso más de los permitidos. Han pasado unos cuantos años, eh…“, bromea desde Italia.
Tres décadas después, el fútbol sigue discutiendo cómo aumentar el tiempo de juego efectivo. Sin embargo, ya nadie recuerda cómo era este deporte cuando permitía pérdidas de tiempo groseras a través de las combinaciones entre defensas y arqueros. “Jugabas con el central, el central esperaba que llegase la presión, te la devolvía, la embolsabas con la mano y volvías a jugar con el central contrario. Le quitaba muchísimo dinamismo. No creo que cuando cambiaron la norma imaginasen que el fútbol podía evolucionar como ha evolucionado”, resume López Vallejo.
“Este cambio ha transformado absolutamente el fútbol“, le da la razón Daniel Jeandupeux. “Lo que vemos hoy es el resultado del cambio de la norma. Salir combinando desde atrás o presionar hacia delante solo se puede hacer ahora. Si miras a los mejores equipos descubrirás a grandes porteros. El dribbling que hizo Donnarumma contra Benzema es un gesto de jugador, que no acabó bien, de acuerdo, pero en todo caso imposible de ver hace 30 años“.
Esa misma jugada de Gigi Donnarumma le sirve, sin embargo, a Francesco Antonioli para criticar la deriva de la posición del portero. “Creo que hemos ido demasiado lejos con estas exigencias a los arqueros. Se les piden cosas que no son necesarias ni positivas. Estamos viendo a diferentes porteros que son buenos pero que fallan porque se les exige demasiado. Como a Donnarumma contra Benzema. Como en todo, no hay que exagerar“. López Vallejo coincide: “actualmente en la metodología de entrenamientos casi se le está dando más prioridad al juego con los pies que a la técnica de las paradas. Y yo no estoy muy de acuerdo“.
Tras colgar los guantes, Javier López Vallejo ejerce hoy como preparador de porteros y psicólogo en la Federación Española. Francesco Antonioli, que levantó el Scudetto de 2001 desde la portería de la Roma, ha formado parte en las últimas campañas del cuerpo técnico del Cesena. Por su parte, Daniel Jeandupeux disfruta de su jubilación en el sur de Francia. “Mandé la carta pero nunca recibí una contestación de parte de la FIFA. Nunca me dijeron nada acerca de si el cambio se debió a mis datos. Pero si me preguntas, te diré que sí: ¡me siento un poco el padre de la nueva norma!”
Así es cómo el fútbol completó un pequeño paso reglamentario pero un salto gigante para el dinamismo y la evolución táctica del juego. Unas semanas después la vieja First Division inglesa echaría andar bajo su nuevo formato, la Premier League, y un mes más tarde la antigua Copa de Europa transmutó en la Champions. Las nuevas televisiones privadas esperaban a la vuelta de la esquina con la chequera llena mientras en Bélgica un futbolista anónimo comenzaba un litigio que iba a liberalizar las fronteras del fútbol europeo.
Ya lo dijo un tal Lenin: hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas. Y es cierto. En aquellas semanas de 1992 las élites dirigentes del fútbol sentaron las bases de la triangulación entre deporte, negocio y espectáculo que se ha mantenido inalterada por los siguientes 30 años.