Una niña de no más de nueve años trota pateando una pelota cuando llegamos al Laugardalsvöllur, el estadio nacional de Islandia. Acaba de amanecer: son las 10 de la mañana. Antes de las cuatro volverá a oscurecer. El estadio, con capacidad para 9.800 espectadores sentados, queda a veinte minutos a pie desde el centro de Reykjavik. Lo protege solo una reja pequeña, que está abierta. Frente a la entrada hay una estatua del primer jugador islandés profesional, Albert Gudmundsson, que fue jugador del Arsenal, del Milan, vendedor de ropa femenina, ministro de Finanzas y candidato a presidente. Un poco más allá de la estatua se divisan las canchas de entrenamiento de un club vecino, el Þróttur. Hacia allá va la niña, sola, pateando la pelota concentrada, controlando el rebote extraño entre los trocitos de nieve.
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Nuestra vida es un débil y tembloroso tallo, se cantaba en el Lofsöngur, el himno islandés compuesto en 1874. Apenas 330 mil personas viven en el país del hielo y el fuego, como se conoce a esta isla plagada de volcanes, glaciares y tragedias. En el siglo XV, la peste bubónica barrió con la mitad de la población islandesa; un tercio pereció en 1707 por viruela. En 1783, la erupción del volcán Laki mató a otros diez mil colonos. Prospera nuestro pueblo, disminuye nuestras lágrimas, se cantaba al final de la tercera estrofa. El país votó su independencia de Dinamarca en 1944 y cerró un acuerdo de defensa con Estados Unidos que lo convirtió en uno de los mayores beneficiados con el Plan Marshall. Hoy es el tercer país menos desigual del mundo, con cobertura de salud universal, educación gratuita en todos los niveles y sin Ejército. Islandia tiene hoy el mayor índice per capita de libros, revistas y bibliotecas en el mundo: uno de cada diez islandeses publicarán un libro en algún momento de sus vidas. En Islandia el Partido Pirata –que reúne a hackers, libertarios y anarquistas- acaba de ganar las elecciones.
Ahora en Islandia se determinó cantar sólo la primera estrofa del himno, que termina así:
El flujo de la eternidad,
con su homenaje de lágrimas,
reverentemente desaparece.
Ahora Islandia tiene un orgullo nuevo: un fútbol que consiste, como todo lo islandés, en educar.
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Las puertas de las canchas del Þróttur, hacia donde se dirige la niña futbolista, están abiertas de par en par. Ahí ya entrenan más de un centenar de compañeras de entre ocho y nueve años, mientras los niños esperan su turno con ejercicios de calentamiento. “Hace unos días tuvimos un open day para niñas y llegaron 700 a probarse, sólo de este barrio”, cuenta Ótthar Edvardsson, el joven director general del Þróttur, de 45 años. Han pasado seis meses desde el histórico triunfo de Islandia sobre Inglaterra en la Euro y el interés de los niños se ha disparado.
“Tenemos un largo vecindario, de cerca de 20 mil personas, y lo único que tenemos en contra es que no podemos tener a todos los niños que quisiéramos”, dice con una sonrisa.

Edvardsson refiere a una fórmula del éxito que se repetirá en cada boca, en cada ciudad: la generosa construcción de campos cubiertos para entrenar durante el durísimo invierno islandés incluso en aldeas de 600 personas (“imagínate como es tener un estadio pequeñito para los niños de esos pueblos”, dice) y los más de 700 entrenadores con licencia UEFA. No padres entusiastas, ni voluntarios: entrenadores profesionales para niños, bien pagados, con dedicación exclusiva. Es el centro de la política islandesa de entender el fútbol como otra actividad educativa. Como una estrategia para cubrir factores mínimos de desarrollo, el Estado islandés invierte 200 euros por niño para incentivar el deporte. “Es exactamente la misma cantidad de tiempo, dinero y energía puesta en los equipos de mujeres que en los de hombres”, dice Edvarsson, recalcando que los técnicos “tienen que tener un cierto nivel de formación de la federación” y, por ejemplo, “yo no puedo ir a entrenar chicos: tienes que tener al menos tres años de estudio”.
Haraldur Hróðmarsson, de 29 años, es uno de esos entrenadores a tiempo completo. Está a cargo de los chicos de entre 13 y 19 años. Después de la Euro, “lo primero que me di cuenta es que ahora les encanta hacer laterales largos, como la selección”, dice riendo. Se refiere a los goles ante Austria e Inglaterra en la Euro: saque lateral largo al área, pivoteo y adentro. Luego se pone más serio. “Los sueños de los niños de jugar en los equipos más grandes del mundo ahora no se ven tan lejos”, dice. “Cuando era más joven yo jugué con algunos que están ahora en la selección y los conozco. Entonces los chicos me ven siendo amigos de ellos en Facebook y dicen ‘¡Dios mío, son gente real!’ Sirve para decirle a los niños todo el tiempo: si pones el trabajo, cualquier cosa puede pasar”.

“Ahora ellos se imaginan jugando con Messi o con Ronaldo. Y siendo iguales a ellos. Y ganando”, dice Hróðmarsson. La fiebre ha derivado en que el campo “lo mantenemos abierto para que vengan a entrenar siempre, aunque no estemos nosotros”.
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Las docenas de pequeños campos-estadios son visibles en el intento que hacemos de darle la vuelta a Islandia vía carretera. Aldeas con apenas una veintena de casas lucen sus coquetas canchas y gimnasios. En la mayoría de los recintos al aire libre, como el de Akureyri -un día completo conduciendo despacio desde Reykjavik, 18.191 habitantes y dos clubes en primera división-, se encadenan los arcos a la espera de que pase el invierno. En lugares menos inclementes, como Keflavík, otros niños se dan maña para desafiar al invierno jugando en descampados. Pero la mayoría de la acción se traslada a los recintos indoor, en donde se refugia el fútbol.

En Islandia hay registrados poco más de cien futbolistas profesionales federados, pero apenas unos cuarenta de ellos viven exclusivamente de sus habilidades con la pelota. Debido al clima –la temperatura máxima promedio en Reykjavik en invierno es de 2 grados-, la liga empieza en mayo y termina a comienzos de octubre. Luego, los clubes toman tres semanas de descanso y empiezan una mini temporada desde diciembre a abril que aprovecha las nuevas instalaciones. “Jugadores como yo solíamos jugar en la nieve. Ahora tenemos doce meses y una generación indoor”, dice Edvardsson. La progresión de esa generación fue vertiginosa: el primer hito fue en 2011, cuando la sub 21 islandesa derribó a Alemania 4-1 en Hafnarfjörður y se ganó el derecho a jugar la Euro de la categoría. Fue el primer gran resultado para un país que marchaba por detrás de países como Gambia, Malaui, Botsuana y Liechtenstein en el ránking FIFA.
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Guðmundur Benediktsson tiene 42 años y fue seleccionado islandés (diez partidos, dos goles). Le recuerdo que jugó un partido contra Chile en Temuco en 1995 que yo pude ver por televisión. “Me acuerdo que cambié la camiseta con (Marcelo) Salas, pero me la robaron en el aeropuerto”, es su respuesta. Su último partido también fue contra Chile, en 2001 en Calcuta, pero Benediktsson es ahora una celebridad como comentarista gracias a su eufórico relato del triunfo ante Inglaterra. Algo reticente a las entrevistas, accede a recordar esos días de locura por correo. “No esperaba la victoria, pero tuve un sueño. Es el mayor logro deportivo en la historia de Islandia, en mi opinión”, apunta. Ese logro terminó con él gritando que los ingleses, apenas unos días después del Brexit, “pueden irse de Europa, pueden irse donde mierda quieran”. Ahora Benediktsson es más cauto. “El fútbol es el deporte más grande del mundo y ganar contra Inglaterra poderosa fue un día perfecto para mí y para todos aquí”, escribe.
Incluso Benediktsson, probablemente el más fanático de los seguidores islandeses, sabe que lo mejor no fue ese triunfo, sino la apuesta por impulsar el deporte como un complemento del ya premiado sistema educacional islandés. “La educación de todos los entrenadores es mejor, pero creo que lo principal es que la mentalidad de nuestros jóvenes atletas ha cambiado mucho. Ahora los deportes están en su cabeza”, reseña.
Después de ese triunfo se hicieron cálculos jocosos: sacando a las mujeres, los hombres que no están entre 18 y los 35 años, los que están pasados de peso, los avistadores de ballenas, los monitores de actividad volcánica, los hinchas y los veintitrés banqueros encarcelados después de la crisis financiera, quedaba exactamente la delegación islandesa en la Euro. Pero las mujeres, muy por el contrario, fueron las pioneras. “Ellas han sido nuestro buque insignia”, dice a Panenka Heimir Hallgrímsson, técnico de la selección islandesa y expreparador de equipos femeninos. Tres años antes de esa tarde en Niza, las Stelpurnar okkar (“Nuestras chicas”) marcaron el camino llegando a cuartos de final de la Euro femenina. Mientras los hombres están en el 21 puesto en el ranking FIFA, su mejor ubicación de todos los tiempos, aún les falta para igualar a las islandesas, que componen el decimosexto mejor equipo del planeta.

Hallgrímsson, de 49 años y dentista de profesión, es un admirador de equipos como el Atlético de Madrid de Simeone y la selección chilena. “Fue mi equipo favorito del Mundial. Un equipo muy intenso, jugadores de trabajo duro, orgullosos de su país. Lo podías ver cuando jugaban. No sé nada acerca de fútbol chileno, pero podías ver la ambición de los jugadores por su selección”, cuenta.
El tono cambia cuando se le pregunta por la victoria ante los ingleses. “Salió de acuerdo al plan”, dice con sequedad. “Fue una buena presentación de nosotros. Y que queríamos repetirla contra el siguiente oponente, contra Francia. Hicimos un buen partido”.
-Pero en Islandia terminó siendo una fiesta nacional.
Por supuesto que nos sentimos orgullosos, porque era Inglaterra. Islandia está obsesionada con el fútbol inglés, miramos la liga por un montón de años, está siempre en vivo en la tele, sabemos todo sobre su fútbol. Así que ganarles a ellos fue algo extra para los islandeses.

-Ahora tiene un grupo difícil para ir al Mundial, con Croacia, Ucrania y Turquía.
Estamos en una buena posición y nuestra ambición es clasificar. ¿Por qué no? Tenemos un grupo muy fuerte. Es el único grupo con cuatro equipos que estuvieron en la Euro. Pero queremos ser el primer equipo en clasificar a un Mundial. Sabemos que va a ser duro, pero siempre somos optimistas. Realistas, pero optimistas.
-Cuando llegó al cuerpo técnico en 2011, ¿se imaginó que lograría todo esto?
-Sí. Porque todo empieza con un pensamiento o un sueño, y entonces lo intentas. Por supuesto todos nos imaginamos lo mejor cuando empiezas a planificar, así que nunca puedes decir que no lo esperabas. Por supuesto cuando planificas, planificas para el éxito, así que no es una sorpresa.
Y se acerca un poco más con una sonrisa: “¿No esperabas esa respuesta, no?”.
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Cuando salimos al campo las niñas ya han dejado su lugar a los chicos, que se forman para tomarles fotos. Les pregunto quienes quieren ser seleccionados islandeses. Todas las manos arriba. Luego los clubes en que les gustaría jugar: hay debate entre el Arsenal, Chelsea y Manchester United. En Islandia todo es Premier, todo es Inglaterra: Acá no existe ni Real Madrid ni Barcelona ni Bayern. Vuelven los gritos cuando les preguntamos por los jugadores favoritos: la mayoría postula a Alexis Sánchez y a Hazard, otros van por Pogba y Diego Costa.
Los entrendores hacen gestos para volver al entrenamiento: vendrán algunas carreras cortas, pero sobre todo la orden será divertirse con la pelota, compartir, divertirse juntos. Los islandeses son conocidos por su cohesión social y sentido de la comunidad: el 98 por ciento dice que tiene alguien a quien recurrir en un momento de necesidad, una cifra más alta que en ningún otro país industrializado.
Entre los gritos, hay lugar para una pregunta más: ¿Ustedes creían que Islandia le iba a ganar a Inglaterra? ¿Creían que había una posibilidad jugando contra estrellas de la Premier?
Los niños sonríen. “Claro que creíamos. ¿Por qué nosotros no podríamos ganar?”.