La selección más endeble del mundo, a quien Inglaterra asestó un 8-0 hace tres días, hace casi una década que no gana un partido. Enquistada en el fondo del Ránking FIFA, su máximo goleador histórico ostenta la paupérrima cifra de ocho goles. Pero por difícil que cueste de creer, un día fue feliz.
Inglaterra aplastó hace unos días a su contrincante endosándole un 8-0. La abultada victoria de los ‘pross’, sumando tres puntos más para seguir a la caza de Montenegro y el liderato de su grupo clasificatorio, no fue noticia. Se daba por supuesto. Tan sólo trascendió la estadística histórica que afirmaba que la selección británica hacia tres décadas que no conseguía una renta de tales dimensiones. Incluso las cabeceras del país ya especularon con tal posibilidad antes del encuentro. En otras circunstancias, prevenir algo así hubiera sonado ridículo, extremadamente presuntuoso. Pero claro, el rival era San Marino. Un combinado acostumbrado a perder los partidos antes de jugarlos. Aunque hubo un día en que todo fue diferente.
61 kilómetros cuadrados. Unas cuantas montañas escabrosas y el Monte Tirano, pico que sobresale a 792 metros, el más alto del enclave. Un clima mediterráneo peina la zona, el mismo que marca las previsiones temporales en Italia. No es de extrañar, pues el territorio se encuentra incrustado en norte del país transalpino, más concretamente entre las regiones de Emilia-Romaña y las Marcas. 33.000 habitantes distribuidos en nueve pequeños municipios. La Serenísima República de San Marino es una aguja escondida en el gran pajar europeo. Uno de los micro estados más pequeños del Viejo Continente, sólo superado por Mónaco y El Vaticano.
Y, como era de suponer, tanto dato minúsculo acaba afectando también al fútbol.
Hay días en los que los sueños traspasan la frontera del despertar. Durante unas horas, lo impensado toma cuerpo y cobra sentido. Un espejismo. Exactamente eso fue lo que pasó aquel 27 de abril de 2004. San Marino afrontaba como local un amistoso ante otro compulsivo amante de la pérdida, Liechtenstein. Una atmósfera misteriosa planeó algunas horas sobre aquel encuentro. El balance de los dos era tan paupérrimo que nadie sabía lo que podía ocurrir. Ni tan sólo el 0 a 0 parecía creíble, acostumbrados ambos conjuntos al amargo sabor de la derrota.
Toda referencia geográfica sobre balompié en el estado se encuentra en la localidad de Serevelle, en el Stadio Olímpico, alzado en 1960 con la intención de cumplir todos los requisitos para poder albergar envites internacionales. Su aforo es de 7.000 espectadores, aparentemente muy limitado, aunque coherente si fijamos la mirada en otro dato: se trata de casi una tercera parte de la población del país. Durante el resto del año, el estadio alberga los partidos como local del San Marino Calcio, único club profesional y que compite integrado en la parrilla de divisiones de fútbol italianas.
Tan sólo 700 siluetas se vislumbraban en las gradas ese día, y según apuntan las crónicas de la época, la mayoría formaban parte de la expedición que apoyaba a los visitantes. La sociedad anfitriona ya hacía mucho tiempo que había perdido su encanto por ver competir dignamente a los suyos. Aunque tal vez desistieron demasiado pronto. Corría el minuto 6 del encuentro cuando apareció Andy Selva y anotó su octavo gol, ese que le encumbraba como máximo goleador histórico de su selección. Leyenda andante para los forofos balompédicos de San Marino, un desconocido para el resto del globo.
27 de abril de 2004. Amistoso que enfrentaba a San Marino y Liechtenstein. El balance general de los dos era tan paupérrimo que nadie sabía lo que podía ocurrir. Ni tan sólo el 0 a 0 parecía creíble.
La Federación Samartinense de Fútbol data de antes de la Segunda Guerra Mundial, pero no fue hasta el 1988 que la FIFA y la UEFA, tal vez asustadas por los limitados recursos demográficos del país, decidieron incluir a su selección en sus competiciones. En la primera a la que opositó, en la fase clasificatoria para la Eurocopa de 1990, su balance fue un claro indicador de la amarga tónica que acompañaría para siempre a La Serenísima. Pleno de derrotas, un gol a favor y 33 en contra.
Desde entonces hasta ahora, nunca ha conseguido el billete para la fase final de un gran torneo. No sólo eso. Su patrimonio en el fútbol se ha especializado en registrar récords negativos, como por ejemplo el de haber encajado casi cuatro decenas de tantos en tan sólo seis partidos ante los Países Bajos. La cola del ranking FIFA siempre ha sido su hábitat natural.
Quedaba un mundo por delante, y había que defender ese resultado como fuera. La amenaza rival no era grande, pero la fe en las propias facultades tampoco abundaba. Después de muchos minutos de sufrimiento, lo lograron.
Y aquello fue, hasta hoy, la única victoria de la selección de San Marino. 1-0 ante Liechtenstein.