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Y Johan Cruyff, una vez más, cambió la historia

Hace 50 años Johan Cruyff debutó como jugador del Barça y transformó la mentalidad de un equipo acomplejado que llevaba 14 cursos sin ganar la liga

johan cruyff

Estos últimos años, en los hogares de Barcelona se establece una recurrente conversación entre padres e hijos que siempre desemboca en el mismo mar. Un joven inexperto, aficionado al Barça por tradición familiar, le pregunta con tristeza a su progenitor por la desesperante situación deportiva que vive el club desde que Leo Messi se marchó a París. Quizás desde algo antes. La respuesta, con la implacable seguridad que la experiencia otorga, se cuela en un nivel elevado de la escala del ‘cuñadismo’: “Qué malacostumbrado estás, chaval”.

Y es una realidad. Los culés de la generación Z han crecido disfrutando de un equipo de ensueño, que practicaba -seguramente- el mejor fútbol jamás visto y que, temporada tras temporada, engrosaba el volumen de su palmarés de una manera tan normalizada que hasta costaba celebrar algún que otro campeonato doméstico. Un entrenador obsesionado con un estilo se juntó con una serie de jugadores, tan pequeños como exquisitos, para, juntos, devorar todo lo que se les cruzara por el camino, con una ambición que podía parecer codicia. 

Pero,”chavales”, esto no siempre fue así y, como era previsible, no iba a durar eternamente. 

En 1973, el Club de Fútbol Barcelona (nombre impuesto por la dictadura de Franco) llevaba 14 temporadas sin ganar una liga. La salida de las estrellas de los años cincuenta, como Kubala, Luis Suárez o César, quienes habían marcado una época dorada en Can Barça y, a la postre, habían desencadenado en la construcción del majestuoso Camp Nou, no fue suplida con relevos de su altura. El club, sumido en una cruel espiral de tristeza, con un marcado carácter perdedor y acostumbrado a que su papel no fuera el de competir con los grandes, recibió un regalo caído del cielo en el caluroso verano de aquel año. Y todo cambió.

 

Rinus Michels pidió clemencia al rival antes del inicio: “No os pedimos que le dejéis pasar, pero por favor, que no se lesione en el primer partido”

 

Corrían las 15:55 horas del 13 de agosto de 1973 cuando, en la habitación 1.043 del Alpha Hotel de Amsterdam, representantes de Barça y Ajax, entre trajes de lana y cigarrillos Golden 100, acordaron el traspaso de Johan Cruyff al club azulgrana, ese delantero holandés que deslumbraba en Europa y cuya melena de ángel sustentaba un halo de luz y esperanza en la Ciudad Condal. 

Sin embargo, una retahíla de problemas burocráticos entre federaciones atrasó el anhelado debut del flamante fichaje. Finalmente, el 28 de octubre de 1973 el ‘Flaco’ jugó su primer partido oficial como jugador azulgrana. Una fecha marcada en rojo en la memoria de un club centenario, el germen de una época que cambiaría la historia del club para siempre. Aquella tarde de domingo, el Granada visitaba el Camp Nou en la jornada siete del campeonato liguero. El Barça, dirigido por Rinus Michels, apenas aventajaba al colista por dos puntos, el Sporting de Gijón. La situación era crítica y el runrún de una afición hastiada copaba el estadio y pesaba en el ambiente. Pero apareció Johan, y los pañuelos del gentío, previstos para salir a pasear en modo de protesta, se usaron para frotarse los ojos ante tal exhibición.

Y eso que el Granada de Joselito tenía un plan preparado. Un equipo con una personalidad muy marcada por la firmeza de su imponente zaga, combinada con jugadores de gran clase en la zona de ataque. El míster zamorano decidió que Montero Castillo, habitual medio de cierre y central improvisado aquel día, marcara a Cruyff. Consciente de que quizás necesitaría algo más de armamento, colocó a Fernández de líbero, que a la primera de cambio se llevó una tarjeta blanca (la antigua cartulina amarilla) por levantar del suelo al crack azulgrana. Y eso que Michels le había pedido clemencia al jugador poco antes del inicio: “No os pedimos que le dejéis pasar, pero por favor, que no se lesione en el primer partido”.

 

Desde el debut de Cruyff ante el Granada, el Barça no perdió ningún partido liguero hasta cantar el alirón el 7 de abril de 1974 en El Molinón

 

Las horas de preparación y los Picasso que se pintaron en la pizarra del vestuario granadino fueron insuficientes. El planteamiento defensivo funcionó 45 minutos, hasta que, al filo del descanso, De la Cruz hizo honor a la mítica ‘ley del ex’ y abrió el marcador para el Barça. Tras el paso por bastidores, la herida abierta se puso en carne viva rápidamente y Marcial filtró un pase que dejaba a Cruyff libre de marca en el interior del área. Tres factores que, juntos, solo pueden significar una cosa: gol. 

La fiesta seguiría con el tanto de Sotil, que sentenció el partido. Pero aún faltaba el colofón al tardeo otoñal, algo que transformaría la mentalidad del respetable del Camp Nou para los próximos años. En una jugada aislada, tras un rebote de un defensor rival, Johan Cruyff se inventó una volea con su pierna izquierda y la pelota, teledirigida, se adentró por la misma escuadra, ante la explosión de alegría de 100.000 personas, rendidas a una figura salvadora. 

Desde aquel encuentro, el Barça se proclamó campeón con una superioridad casi insultante y no perdió ningún partido liguero hasta cantar el alirón el 7 de abril de 1974 en el Molinón. La Liga, que tuvo su cum laude la noche en que, otra vez Cruyff, se vistió de héroe para golear por 0-5 al Madrid en el Santiago Bernabéu, volvió a teñirse de azulgrana 14 años después.


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